Me niego a escribir sobre el caso Rubiales y sobre la horrenda historia de Daniel Sánchez. Los medios de comunicación no hablan de otra cosa en las últimas semanas. Se ve que han encontrado dos ricos filones para rellenar el vacío informativo del verano. Una vez más se demuestra que lo sensacionalista desplaza a lo importante. Las historias individuales tienen más peso informativo que los procesos colectivos. Nos identificamos con lo que le pasa a fulano de tal (sobre todo, si es truculento), y menos con lo que vive o padece un grupo heterogéneo de personas.
Quizás esto es aplicable también a la evangelización. Lo que nos llega al alma son las historias de personas individuales que han vivido una experiencia de encuentro con Jesucristo. Así es como procede la web de información religiosa más leída en español. En Religión en Libertad se encuentran numerosas historias de personas que, proviniendo de posturas ateas, abortistas, masónicas, etc., han descubierto la fe en Jesucristo y han dado un giro radical a sus vidas. La web apuesta decididamente por la fuerza de los testimonios. Esto se presta en ocasiones a una visión un poco subjetivista y sensiblera de la fe, pero, por lo general, aporta concreción, credibilidad y energía.
Jesús era un verdadero story teller, un gran contador de historias. Los evangelios son, en buena medida, una colección de historias en las que se narran los encuentros de Jesús con diversas personas. Cuando las leemos nos sentimos reflejados en ellas. Todos tenemos algo de Zaqueo, del ciego de nacimiento, del centurión romano, del leproso agradecido, de Lázaro, Marta y María, de la mujer samaritana, de Nicodemo, de María de Magdala, de la mujer cananea, etc.
Jesús no nos ofrece un tratado sistemático sobre lo que significa creer, sino que nos lo va mostrando a través de los distintos encuentros con las personas. Cuando alguien se “encuentra” con Jesús, su vida cambia. Es probable que varios lectores del Rincón recuerden una historia popularizada por el jesuita indio Tony de Mello hace ya unos años. Reproduce el diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente:
«¿De modo que te has convertido a Cristo?». «Sí».«Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».«No lo sé».«¿A qué edad murió?». «Tampoco lo sé».«¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció?».«Pues no... no lo sé».«La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...».«Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».
Creo que hoy necesitamos menos teorías y más historias. Necesitamos conocer qué pasa con nosotros cuando creemos en Jesús. ¿Hay algún cambio significativo? ¿Sigue todo igual? Cuando no tenemos historias que contar, hacemos planes y programas. Quizás es esta una de las enfermedades de nuestra Iglesia. Ponemos más cuidado en cómo transmitir la fe que en contar las historias de las personas que la viven.
Si le fe se transmite en buena medida por contagio, la mejor forma de contagiar es compartir lo que vivimos, decir cómo nos las arreglamos para orar en un mundo tan acelerado, cómo vivimos nuestra sexualidad en un contexto erotizado, qué destino damos a nuestro dinero, cómo cuidamos las relaciones interpersonales, de qué manera estamos cerca de las personas necesitadas, cómo nos afectan las perplejidades del mundo moderno, qué pasajes del Evangelio nos dan más energía, qué nos roba la esperanza… y tantas otras cosas que forman parte del tejido de la fe. El poder de las historias es infinitamente superior al poder de las ideas.
Realmente, estoy de acuerdo contigo en que necesitamos “menos teorías y más historias”. Necesitamos “contagiarnos” de las vivencias de fe profundas que hay en nuestro mundo tan cambiante. Necesitamos ser respetuosos con los demás pero atrevidos a no quedarnos escondidos y a proclamar nuestra fe, no tanto con palabras, sino con hechos. Que nuestra manera de vivir sea un interrogante para los demás y que nos dejemos interrogar y descubrir por donde Dios se nos manifiesta cada día.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por ayudarnos a ir redescubriendo nuestra fe.