viernes, 25 de agosto de 2023

Dos en uno


Al llegar cerca del kilómetro 6 del camino forestal que se interna por el valle del Revinuesa, giro a la derecha. El paraje se llama Raso de la Huerta. Desde hace varias décadas, este es el lugar escogido por el colegio jesuita de Nuestra Señora del Recuerdo de Madrid para instalar su campamento de verano. Adentrándome un poco más, llego a una poza del río. Es un lugar ideal para bañarse, pero las 8,30 de la mañana no es la hora más adecuada. A estas alturas del verano, el río baja menguado, aunque todavía lleva agua. La superficie tersa de la poza parece un espejo en el que se reflejan los pinos y el cielo de la mañana. 

Me siento en una piedra junto a la orilla. Saco mi móvil de la mochilita azul que siempre llevo conmigo en mi paseo matutino. Rezo la oración de laudes contemplando el agua en calma. Todos los días hago la oración de la mañana en el bosque y la de la tarde en la quietud de la iglesia parroquial, antes de la misa vespertina. Después de laudes, leo las lecturas de la Eucaristía. De esta manera, dispongo del camino de regreso a casa para meditarlas y permito que resuenen durante todo el día. Los doce kilómetros de hoy han estado aliviados por una brisa fresca que anuncia ya una inminente bajada de las temperaturas. Todos estamos deseando que vengan las lluvias.


En el evangelio de hoy un fariseo experto en la Ley le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Creo que también nosotros nos hacemos una pregunta semejante en las complejas situaciones que hoy estamos viviendo. Por todas partes somos asaeteados con prohibiciones, normas, invitaciones, propuestas y sugerencias. Los mismos que nos dicen que el aborto es un derecho de la mujer nos prohíben severamente fumar porque atenta contra nuestra salud. Consideramos que la eutanasia es la expresión del derecho a una muerte digna y multamos a quien deje abandonado a un perro en la vía pública. 

Somos hipersensibles a algunos aspectos de la realidad y completamente insensibles a otros. Nuestra estimativa va cambiando con el paso del tiempo. No estamos seguros de si nuestras convicciones son el fruto maduro de una reflexión personal o el resultado inconsciente de una fuerte presión mediática y ambiental. Nos cuesta situarnos en esa “santa indiferencia” que es -según san Ignacio de Loyola- una condición esencial para hacer un buen discernimiento.


¿Cómo responde Jesús al fariseo ilustrado? Transcribo su respuesta: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”. Hay un primer mandamiento que se refiere a nuestra relación con Dios. En cuanto criaturas, estamos llamados a amarlo “con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser”; es decir, no solo con los labios, sino con todo lo que somos, sin fisuras. Amar a Dios es lo máximo que un ser humano puede hacer.

El segundo mandamiento tiene una importancia semejante al primero. Se nos invita a amar a los demás “como a nosotros mismos”. Estamos tan acostumbrados a esta respuesta totalizadora que tal vez ya no percibimos su verdadero alcance. La mayoría de nuestros contemporáneos estarían dispuestos a aceptar de buen grado el segundo mandamiento porque representa la famosa “ley de oro” de todas las religiones y éticas de mundo. No está muy claro qué significa “amarnos a nosotros mismos”, pero hoy somos muy sensibles al respeto a los demás y a la lucha por la “libertad, la igualdad y la fraternidad”, por usar la célebre tríada de la revolución francesa. 

Lo que no acabamos de entender es que los dos mandamientos están conectados, de forma que no podemos amar al prójimo sin amar a Dios (fuente del amor) y no podemos amar a Dios sin amar al prójimo (sacramento de su presencia invisible en el mundo). Creo que la raíz última de todos los desajustes personales y sociales que hoy padecemos proviene de haber escindido ambos mandamientos. La cultura occidental se siente orgullosa de haber “separado” lo que Dios ha unido sin percatarse de que en esa separación se está jugando su propia consistencia.

Estos pensamientos me han acompañado mientras dejaba la tranquilidad del río y regresaba a casa por el camino forestal acelerando el paso para no ser víctima del primer calor de la mañana.

1 comentario:

  1. ¡Qué parajes más bonitos que tienes para poder disfrutarlos! Realmente un entorno así facilita e invita a la oración y a la acción de gracias. En la naturaleza es uno de los lugares que podemos sentirnos más cerca de Dios.
    Gracias Gonzalo por compartir tu reflexión y hacernos notar la conexión de los dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.