Fuimos compañeros de comunidad en el Claretianum hace 40 años cuando ambos hacíamos nuestros estudios de especialización en Roma: él en Derecho Canónico en la Universidad Lateranense y yo en Teología Dogmática en la Gregoriana. Luego nuestros caminos misioneros siguieron trayectorias distintas. Hemos vuelto a ser compañeros de comunidad en Madrid en el último año y medio.
Esta mañana ha fallecido en el hospital Gregorio Marañón, a la edad de 65 años, el claretiano Manuel Jesús Arroba Conde después de haber batallado contra el cáncer en los últimos meses. Estuve con él por última vez ayer por la tarde. Junto con algunos de sus familiares y amigos, le hicimos la recomendación del alma. Su situación crítica hacía temer un desenlace inmediato. Los médicos ya nos lo habían advertido con toda claridad. Se ha apagado a las 8,59 de esta mañana. El pasado domingo, solemnidad de Pentecostés, me había dicho con un hilo de voz: “Estamos [sic] terminando”, que a mí me sonó como un eco de las palabras de Jesús: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).
Es probable que muchos de los lectores de este Rincón no sepan quién fue Manuel Jesús Arroba Conde, pero quienes se mueven en el mundo del Derecho Canónico saben que fue una autoridad mundial en su campo. Pasó la mayor parte de su vida en Roma como profesor en la Universidad Lateranense, consultor de varios dicasterios del Vaticano, consultor de la Rota, decano del Instituto Juan Pablo II, y otros muchos encargos que combinaba con su tarea como juez, escritor de libros y artículos, conferenciante, pastoralista, etc. Pero, por encima de todo, era misionero, con una clara sensibilidad hacia la familia y una fuerte conciencia del sentido pastoral del Derecho, “teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (canon 1752).
No es fácil escribir sobre alguien que tiene la misma edad que uno y que ya ha dado el paso definitivo. No quisiera hacer de la entrada de hoy ni una nota necrológica, ni un panegírico ni tampoco un relato acerca de mi relación fraterna con él. La muerte de un hermano es siempre una confrontación abierta con la realidad de la vida y su destino final. Todos morimos un poco. Durante los 77 días que ha estado hospitalizado, él, su familia, sus amigos y su comunidad hemos vivido una montaña rusa de sentimientos, aunque, tras las pruebas iniciales, sabíamos que humanamente había poco que hacer. Cuando él conoció el diagnóstico lo aceptó con una serenidad y una entereza que a todos nos sorprendieron. Es como si hiciera de nuevo la profesión perpetua: “Señor, si es tu voluntad, aquí me tienes”. ¿No es este un hermoso eco de la rendición de María -“Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38)- puesta en labios de un hijo de su Inmaculado Corazón?
Es verdad que en algunos momentos soñaba con recuperarse pronto y disfrutar de las vacaciones de verano con su familia, pero nunca perdió su confianza en el Señor y su completa entrega a su voluntad. Él, que venía del mundo del Derecho, que estaba acostumbrado a juzgar a otros, se abría al Juez definitivo sin temor, como “un niño en brazos de su madre” (Sal 130,2). Estaba muy agradecido al personal sanitario del hospital y a las muchas personas que han desfilado por su habitación o han orado por él durante el tiempo que ha estado internado. A medida que su cuerpo se desmoronaba, se hacía más evidente su consagración a Dios como hostia tomada, bendecida, partida y repartida.
Ha conservado una gran lucidez casi hasta el final. Incluso ha sido capaz de completar desde la cama algunas sentencias con ayuda de sus colaboradores. Es como si hubiera deseado dar el paso definitivo dejando todo arreglado. Si Dios quiere, celebraremos su funeral mañana por la tarde en el santuario del Inmaculado Corazón de María. Será como una prolongación del tiempo pascual apenas concluido. La resurrección de Cristo llega a todos los que creemos en él: “En la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8). Tras la preocupación y el dolor experimentado en las semanas anteriores, confieso que ahora vivo su partida con una gran serenidad, convencido de que existe la “comunión de los santos” en el Señor, una profunda unidad entre los que aún peregrinamos por este mundo y quienes han atravesado la puerta de la vida eterna.
Sé que es difícil justificar esta fe, sé que no forma parte de las convicciones de muchas personas, pero me fío más de las palabras de Jesús que de las estadísticas y de mis propios sentimientos. Él lo ha dicho con toda claridad: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26). Cada vez que muere una persona querida, Jesús nos pregunta lo mismo que a Marta: “¿Crees esto?”. Y nosotros, movidos por el Espíritu, podemos responder como ella: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,27).
Hermano Manuel Jesús, descansa en la paz de Cristo. Tu nombre completo es tu mejor carta de identidad y el salvoconducto para tu destino definitivo: Dios está contigo (Manuel) y Dios te salva (Jesús).
Os acompaño en el sentimiento y agradeciendo su vida y servicio a nuestra comunidad de Princesa 🙏🙏🙏
ResponderEliminarCom carinho, que Maria te receba no Céu, e Claret te abrace.
ResponderEliminarMi más sentido pésame a su familia y a la comunidad claretiana. D.E.P.
ResponderEliminarMi más sentido pésame me ha sorprendido la noticia no tenía ni idea . Trabajo en la parroquia de la Paz y ahí nos conocimos cuando hice mi profesión perpetua en Roma estuvimos juntos lo recuerdo con mucho cariño
ResponderEliminarGracias por su testimonio de vida. Regresa a la Casa del Padre.
ResponderEliminarMi más sentido pésame a toda la comunidad Claretiana , siempre le recordaré con un inmenso cariño , HASTA SIEMPRE , MANUEL JESÚS
ResponderEliminarGonzalo, un abrazo fraterno, acompañando estos momentos que, no por aceptarlos, son fáciles para los que habéis sido cercanos a él.
ResponderEliminarGracias por compartir con los lectores del Blog, esta experiencia de vida y muerte, dejando trascender los sentimientos de confianza en el Dios de la Vida.
Mi más sentido pésame
ResponderEliminarA Su familia Claretiana y su familia.
Gracias le doy al SEÑOR
Por su vida
D.E.P
Hermano mío y maestro en la ciencia canónica. Desde el Congo lloro y te confío al Señor. Descansa en paz.
ResponderEliminarQue descanse en paz que, según tus palabras, se lo ha merecido
ResponderEliminarPadre Manuel Jesús, qué El Padre Misericordioso, te reciba en sus amoroso brazos .
ResponderEliminarP. Gonzalo: aquí en la comunidad de Hogares Claret acabamos de enterarnos. Los acompañamos de corazón. Oramos por Uds. y por el P. Arroba y su familia. Un abrazo fraterno desde Medellín.
ResponderEliminarHe recibido la noticia con dolor y esperanza. Que el Señor sea desde ahora la plenitud de su vida.
ResponderEliminarEmilio V. M.
May you rest in peace, Fr. Manuel. Thanks, Gonzalo, for a beautiful eulogy on him. May he rest in peace and intercede for us all.
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