Hay personas con las que da gusto hablar. Aunque tengan problemas o no vean las cosas claras, siempre ponen el acento en lo que da vida, en lo que une. Su presencia es estimulante. Otras, por el contrario, tienen la rara habilidad de ver errores y enemigos por todas partes. Se presentan como personas críticas, pero a menudo son solo ignorantes y amargadas. Su presencia es disgregadora.
Estos últimos días, a propósito de las memorias del arzobispo Gänswein y de la muerte del cardenal Pell, se han disparado nuevos dardos contra el papa Francisco. Que si no es un papa legítimo, que si ha traicionado el dogma católico, que si solo dice astracanadas, que si se inspira en un concilio (el Vaticano II) herético, que si es comunista, que si está llevando a la Iglesia a su desaparición, etc. Este discurso tremendista se encuentra en algunas páginas web bien conocidas y también en emisoras de radio y cadenas de televisión que presumen de católicas.
A mí este discurso cansino me produce, sobre todo, tristeza y a veces un poco de rabia. Y ello por tres razones: 1) porque, en general, estas personas (laicos y también sacerdotes y religiosos) demuestran una ignorancia supina disfrazada de amor a la Tradición y a la Iglesia; 2) porque su tono es casi siempre hiriente y ofensivo, aunque lo disfracen de irónico; 3) porque solo consiguen crear un clima de pesimismo, desafección y ruptura. La primera razón (su ignorancia supina) es la más importante. Salvo pocas excepciones, manejan datos históricos y argumentos teológicos y canónicos de un simplismo tal que, si no fuera por las nefastas consecuencias que producen en los más sencillos, harían reír. Por ejemplo, las razones que algunos aducen para considerar que la renuncia de Benedicto XVI no fue válida y que, por tanto, el papa Francisco es ilegítimo.
Me cuesta entender qué extraño mecanismo psicológico mueve a estas personas. Cuando me ha tocado hablar con algunas de ellas (cosa que ha sucedido en muy contadas excepciones), he visto una mezcla de inseguridad patológica y de necesidad compulsiva de tener todo claro, con tal de que esa claridad -eso sí- coincida con la idea previa que se han hecho de lo cristiano, aunque esta no coincida con lo que la Iglesia ha ido discerniendo en el curso de los siglos. No me gusta cebarme con este tipo de personas porque, aparte de no conseguir nada, se crea un abismo afectivo. Procuro escucharlas con atención, hacerme cargo de sus preocupaciones e invitarlas a meditar la Palabra de Dios con humildad y no tanto ciertos libros basados en apariciones o supuestas revelaciones divinas que van contra las enseñanzas de la Iglesia.
A veces, me entran ganas de recordarles las conocidas palabras de san Juan de la Cruz en su libro Subida al Monte Carmelo. Parecen dirigidas a nuestro tiempo. Hablando de la revelación, escribe: “(En la encarnación) Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que antes hablaba en partes a los profetas, ya lo ha hablado todo en su Verbo, dándonos el Todo que es su Hijo. Por lo cual el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer alguna otra cosa o novedad”.
No estamos viviendo momentos de entusiasmo eclesial. Las redes sociales amplifican las polarizaciones y divisiones. Solo encuentro un antídoto para combatirlas: oración, formación y diálogo. O, por decirlo con palabras atribuidas impropiamente a san Agustín de Hipona: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (En las cosas necesarias, unidad; en las cosas dudosas, libertad; en todo, caridad). Hay, pues, tres actitudes que, son a la vez, dones que recibimos: unidad, libertad y caridad. Las recuerdo en el día en el que empezamos la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos.
El lema de este año es: “Haz el bien, busca la justicia”. Esta unidad no se refiere solo a nuestra relación con otras iglesias hermanas o confesiones cristianas. Empieza en el seno de nuestras parroquias y diócesis católicas. Necesitamos cristianos que no estén todo el día buscando agravios, viendo vigas en los ojos ajenos, despotricando contra el papa, cazando herejes y apóstatas, vaticinando el final de la Iglesia y, en definitiva, mostrando muy poca fe. Lo único que nos permite vivir con la conciencia tranquila es “hacer el bien”. No se salva quien exhibe una supuesta ortodoxia a prueba de bomba y condena a quien no la observa, sino quien ama mucho. Jesús lo dejó muy claro. A nosotros nos cuesta entenderlo.
En según qué entornos ¡hay tanto desconocimiento de la Iglesia! Y más que desconocimiento, también para algunos, ya solo la palabra Iglesia suena a algo “enemigo” . Hay momentos que tengo la sensación de que para acallar la conciencia, se buscan motivos que demuestran un total desconocimiento de lo que se ataca.
ResponderEliminarY es en muchos campos que hay una tendencia a hablar atacando aquello que se desconoce y así, al no sentirse interpelados, no se sienten con la necesidad de comprometerse.
Gracias por las palabras de San Juan de la Cruz que nos acercan a Cristo… nos invitan a ver el regalo que Dios Padre nos ha hecho. Y por las de san Agustín de Hipona: En las cosas necesarias, unidad; en las cosas dudosas, libertad; en todo, caridad. Gracias por ayudarnos a descubrir estas tres actitudes que son dones que recibimos: unidad, libertad y caridad.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a descubrir que: “… se salva quien ama mucho. Jesús lo dejó muy claro. A nosotros nos cuesta entenderlo”.