Castilla es, como su mismo nombre indica, una tierra de castillos. Donde hay castillos hay combate. Si no hay combate, los nobles prefieren construir palacios para morar en vez de castillos para protegerse. Ayer volví a visitar después de varios años el castillo-palacio de Manzanares el Real. Me impresionó su gentil silueta recortada sobre el fondo granítico de La Pedriza. Lucía un espléndido sol de invierno. El azul del cielo se reflejaba en las mansas aguas del embalse de Santillana. Por un momento pensé que podría ser un caballero del siglo XV dedicado a la oración, el estudio y la guerra. La combinación parece explosiva para la mentalidad de hoy, pero formaba parte del ideal de vida de los nobles que vivieron a caballo entre los estertores del la Edad Media y los vagidos del Renacimiento.
Me sorprendieron las mejoras que percibí en el castillo, desde la ordenación de los accesos al montaje de un centro de interpretación en algunos locales de los sótanos. Aunque había turistas, todo se desenvolvió con tranquilidad, con tiempo suficiente para contemplar las bellezas del castillo y leer los paneles informativos. Y, por supuesto, para hacer las fotos que acompañan esta entrada.
Teresa de Jesús se sirvió de la imagen del castillo para describir el itinerario de la vida interior. El capítulo primero empieza así: “Estando hoy suplicando a Nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es, considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante u muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas Moradas”. Nuestra alma es, pues, como un castillo. Tienes murallas, barbacana, almenas, torres, puentes levadizos, ventanas saeteras, matacanes, mazmorras, aljibes, patios, fosos, etc.
Hay enemigos externos cuya llegada podemos otear desde las torres de vigilancia. Los más peligrosos son los internos porque su apariencia es la de los habitantes del castillo, pero albergan aviesas intenciones. Se esconden en los lugares más insospechados. Cuando nos parece que todo está en paz se levantan ufanos para perturbarnos. Por eso, es necesario siempre estar atentos. No basta mirar desde las torres y almenas. Es preciso recorrer el castillo regularmente con antorchas para examinar los rincones donde permanecen agazapados.
Acostumbrados a los símbolos modernos del mundo digital, no sé si tenemos cuerpo para zambullirnos en el viejo mundo de los castillos, pero algo podemos intuir. Al menos yo lo intuí recorriendo las dependencias del nuevo castillo de los Mendoza en Manzanares. Los que más daño nos hacen hoy en nuestra vida espiritual no son los enemigos externos, sino los que habitan dentro de nosotros mismos. A veces lanzamos los dardos contra la cultura secularista que hoy vivimos, contra el relativismo, el hedonismo y otras raleas semejantes. Es verdad que a menudo nos ponen en un aprieto, pero también nos ayudan a purificar lo que somos, a no confundir el oro de la fe con la ganga de la rutina, a no llamar cristiano a cualquier cosa.
Lo difícil es identificar a los enemigos internos, los que se esconden en los pliegues de nuestra personalidad inmadura. Tienen nombres conocidos: envidia, lujuria, pereza, egoísmo, hipocresía, curiosidad malsana, tibieza, indiferencia, etc. A veces se disfrazan de sirvientes obsequiosos, pero nunca dejan de molestarnos y desorientarnos. Muchas personas no progresan en su camino espiritual porque no les dan importancia, pero no se dan cuenta de que minan su capacidad de reacción.
Teresa de Jesús, experta en la vida del castillo interior, nos recomienza la oración como arma poderosa. Quien ora con sinceridad y de forma asidua tiene un sexto sentido para descubrir y combatir a estos enemigos agazapados en nuestro interior. El hombre o la mujer de oración tienen una capilla en su interior que hace que su corazón pueda se caldee. Por desgracia, la única pieza del castillo de Manzanares que no ha sido restaurada es precisamente la capilla. Se conservan los muros y las columnas, pero ha desparecido la techumbre y lo que había sobre ella, probablemente la sala de estudio y la biblioteca. Aparece, pues, como un espacio vacío y desangelado. Quizá es todo un símbolo de lo que a veces nos sucede en nuestra vida espiritual. Cuidamos todo, excepto ese horno de la oración donde se enciende el fuego que nos ayuda a vivir.
Hoy, me hago eco de las expresiones que tú, Gonzalo, has utilizado para alertarnos de que “los que más daño nos hacen hoy en nuestra vida espiritual no son los enemigos externos, sino los que habitan dentro de nosotros mismos.”
ResponderEliminar“… lo difícil es identificar a los enemigos internos, los que se esconden en los pliegues de nuestra personalidad inmadura…”
“… cuidamos todo, excepto ese horno de la oración donde se enciende el fuego que nos ayuda a vivir…”
Gracias por hablarnos de la oración y sus dificultades… y facilitar el enlace para poder leer “Las Moradas” de santa Teresa de Jesús.
Chapeau! Cristina rmi
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