Mi vuelta a Madrid ha estado llena de agradables sorpresas, pero no todo ha sido de color de rosa. Cuando cada mañana salgo de mi casa a las 7,45 para celebrar la eucaristía en el colegio de las Concepcionistas veo al menos a cuatro personas que están durmiendo en la calle cubiertas con cartones, mantas sucias y en algún caso un saco de dormir. No sé si hace años había tantas o es que yo no me daba cuenta, pero ahora me hiere esta imagen. Me cuesta aceptar que yo disponga de una cama confortable mientras ellos y ellas tienen que dormir acurrucados en algún rincón de la calle. Sé que los servicios sociales y algunos voluntarios se esfuerzan por acercarse a ellas y brindarles la ayuda que necesiten, pero no es suficiente. Detrás de cada persona que me encuentro en la calle Princesa hay una historia que tal vez algún día pueda conocer si me atrevo a acercarme y entablar un diálogo.
La pandemia ha empeorado todavía más la situación de las personas vulnerables. En un esfuerzo titánico somos capaces de encontrar vacunas para el coronavirus, pero no logramos encontrar soluciones eficaces contra la indiferencia de unos y la marginación de otros. ¿Cómo se puede disfrutar de un día hermoso cuando a nuestro lado alguien está sufriendo porque no puede participar ni siquiera de las migajas que caen de las mesas de quienes tenemos más que suficiente para vivir? Siempre me ha acompañado esta preocupación, pero creo que se ha ido agudizando con el paso del tiempo.
Jesús nunca pasaba de largo ante el sufrimiento humano. Me siento llamado a hacer lo mismo, aun cuando no tenga la solución para cada problema. Muchas de las personas que estoy encontrando estos días me repiten la misma cantinela: “La gente está muy tocada. La pandemia ha sacado fuera las tensiones acumuladas. Necesitamos una especie de terapia colectiva”.
En una situación difícil no podemos echar mas leña al fuego. Tenemos que encontrar caminos sencillos para ayudarnos unos a otros. Necesitamos escucharnos, acompañarnos, mirar al futuro con esperanza. Creo que la fe en Jesús nos ayuda a sobrellevar estas situaciones de otra manera porque sabemos que Dios nunca nos deja de su mano, aunque caminemos “por cañadas oscuras”. Pequeños gestos de preocupación y cuidado acaban creando una cultura positiva en la que, poco a poco, podemos ir saliendo del túnel.
Creo que la clave está en no pensar solo en nuestro propio bienestar, sino en la manera como podemos ayudar a los demás. Si cada uno pensamos solo en nosotros, el mundo acabará siendo un lugar inhóspito, triste y violento. Por el contrario, si pensamos en los demás, es seguro que alguien pensará en nosotros. La fraternidad es la única manera de hacer frente a los muchos desequilibrios que estamos experimentando. Es la clave que el papa Francisco nos ofrece en Fratelli tutti.
También se da que los servicios sociales ofrecen ayuda y la persona no la acepta.
ResponderEliminarComparto tus sentimientos… ante la pobreza y lo que la gente está “tocada” y esto a todos los niveles… También hay aquellas personas que se les ofrece ayuda y no quieren reconocer la necesidad que tienen de ello, tanto material, como psicológica, como espiritual. Hay quien se le ofrece alguna alternativa al dormir a la calle y no lo acepta.
Nos hace bien y ayuda a los demás el que seamos personas agradecidas y entregadas, compartiendo fraternidad.
Nos dices: “Sabemos que Dios nunca nos deja de su mano, aunque caminemos “por cañadas oscuras””. Actualmente, cuando la persona está en “cañadas oscuras”, y cada vez las hay más, muchas veces qué difícil le resulta creer en Dios y, a pesar de edad, condición, se encierra en ella misma y acaba en suicidio… Conozco, por desgracia, quien lo consigue a la primera y otras personas que lo consiguen después de más de un intento.
La experiencia es que, cuando das, consciente o inconscientemente, recibes… Es lo que dijo Jesús: “… el cien por uno…”
Gracias Gonzalo, por compartir tus experiencias.