No sé por qué la fiesta de san Juan Bautista es tan popular. Quizás porque se conecta con el
solsticio de verano (o de invierno, según el hemisferio). Yo voy a celebrarla
en Cochabamba. Todo el fin de semana lo he pasado en esta hermosa ciudad
boliviana. El sábado por la noche tuve un encuentro con unos 30 laicos. Me
gustó comprobar cómo valoran a los sacerdotes que caminan junto a ellos sin
actitudes paternalistas o autoritarias. Ayer domingo presidí la Eucaristía en
nuestro santuario del Corazón de María. No se llenó la iglesia neogótica. Me
dicen que ha descendido el número de los que participan en las eucaristías
dominicales. Es un indicador de lo que está pasando en otros muchos lugares. No es solo cuestión de formas. En realidad, todo estaba muy bien preparado, desde la distribucion de ministerios hasta la música (con teclado, guitarra y violín) y algunos signos como la procesión con el leccionario antes de la liturgia de la Palabra; sin embargo… Cada vez resulta más
difícil la vida de las parroquias urbanas. A diferencia de lo que sucede con
las de los pueblos pequeños, en la ciudad no existe una comunidad humana de
referencia. Las personas –salvo excepciones– se reúnen para celebrar sin apenas
conocerse. Se dan la paz sin que exista entre ellas ningún vínculo especial. La
comunidad eucarística tiene mucho de artificial, de autoconsumo litúrgico. Es
difícil que este modo de proceder dure mucho tiempo. Los signos pierden su
fuerza. Todo se esquematiza. Los más jóvenes se sienten como convidados de piedra.
Es común su queja: “La misa no me dice nada”.
¿Qué se puede
hacer para dinamizar la vida de las parroquias, tanto urbanas como rurales? En
un contexto de flujos constantes de población, ¿tiene todavía algún sentido el principio
de territorialidad? ¿Cómo se pueden conectar los espacios físicos en los que
las comunidades se reúnen con los espacios virtuales? ¿Dónde ha quedado aquello
de que una parroquia es “una comunidad de comunidades”? Es verdad que hay
algunas iniciativas que se han demostrado eficaces, pero muchas parroquias
languidecen bajo el peso de la rutina, el envejecimiento de los feligreses y la
sensación de que el declive es lento pero inevitable. Más de un párroco me ha
confesado que solo cuando acabemos con este modelo y empecemos de nuevo se
podrá insuflar espíritu a las comunidades cristianas. Empezar de nuevo
significa abrazar la fe como fruto de una decisión personal y no como simple herencia
familiar, seguir un proceso catecumenal prolongado antes de recibir los
sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), participar
en la vida de pequeñas comunidades en las que sea posible compartir la fe,
insertarse en la gran comunidad y asumir la evangelización como estilo de vida.
Podemos poner el acento en el modelo que declina o esforzarnos por alumbrar uno
nuevo. Me parece que solo lo segundo aviva el entusiasmo.
En este nuevo
modelo los laicos tienen que asumir el protagonismo. A los pastores les tocará
animar y acompañar. La inmensa mayoría de los cristianos son laicos. El
Bautismo los habilita para ser miembros activos de la Iglesia. Cada uno ha
recibido dones particulares para enriquecer a la comunidad. Sin ellos, se
pierde una enorme riqueza. Cuando un laico toma conciencia de su dignidad y
responsabilidad, cambian muchas cosas. Pude comprobarlo en mi reunión del
sábado por la noche. No es necesario que el sacerdote esté delante dirigiendo
todo o detrás empujando de manera insistente. Un laico motivado alumbra modos nuevos de ser cristiano hoy. Esos modos nuevos no son fotocopias descoloridas
del modo clerical o religioso, sino formas de vida originales, compatibles con
los contextos familiares, laborales y sociales. Surgen modos nuevos de oración y celebración. ¡Hasta
el lenguaje se vuelve más fresco sin perder rigor! Confío mucho en los jóvenes
adultos que, tras un período de búsqueda, abrazan la fe en contextos en los que
no siempre son comprendidos y respetados. Solo cuando uno aprende a luchar por
lo que cree valora el tesoro recibido. Sin un mínimo de oposición y de batalla,
es muy difícil mantener una fe viva. La rutina acaba devaluando lo más sagrado.
La realidad que describes la tengo envidenciada en las Comunidades Parroquiales urbanas que atendemos los Claretianos en el Caribe. Estoy convencido de que para que los laicos descubran su dignidad y responabilidad como bautizados protagonistas, deben haber tenido un Encuento Personal con Jesucristo (por la vía que sea). Pero sin este encuentro personal (consciente y experiencial) será imposible que sientan suya la Misión de Dios y de la Iglesia en este tiempo. Los Evangelizadores debemos priorizar con urgencia instrumentos pastorales del anuncio del Kerigma y la creación y multiplicación de Pequeñas Comunidades para mantener vivo y real el Seguimiento de Jesús.
ResponderEliminarSaludos Gonzalo!
ResponderEliminarMe ha parecido muy interesante la radiografía que haces de la situación de la inmensa mayoría de las comunidades en nuestra Iglesia, que está pidiendo auxilio a gritos. Es una situación bastante generalizada, de comunidades envejecidas, de personas cada vez menos comprometidas, con Pastorales Juveniles pequeñas y con ausencia total de relaciones entre las personas de la comunidad. Por otro lado, hay muchas comunidades que se encuentran agotadas y desilusionadas por el sin fin de actividades que realizan en la Parroquia, en búsqueda de saciar el hambre que no logran satisfacer.
En realidad, es una situación que no debe sorprendernos, porque es una que ha venido infiltrándose poco a poco y desde hace mucho. Me parece que es que ya estamos al límite de la situación. Y hemos (al fin) visto levantarse una bandera que no solo preocupa, sino que también asusta a muchos. Porque exige un cambio de mentalidad enorme, una gran fuerza de voluntad y sobre todo, una profunda convicción de lo verdaderamente importante.
Sí, estoy de acuerdo en que a los laicos se nos hace un llamado particularmente urgente en este tiempo de asumir nuestra vocación bautismal y comprometernos seriamente en nuestras comunidades eclesiales. Sí, estoy de acuerdo en que la Parroquia tiene que hacer un cambio en los modos de su servicio evangelizador. Todo esto ayuda mucho y ciertamente hay que hacerlo. Pero, creo que lo más urgente es un llamado a la creación de estructuras, formas concretas nuevas que ayuden a que las personas TENGAN UN ENCUENTRO PERSONAL CON LA PERSONA DE JESÚS. Si no se tiene un Encuentro con Él, podremos tener (y ya los tenemos) gente buena, buenos cristianos pero no lograremos personas afectadas, con hambre de “estar” con otros, para hacer un camino de conversión y formación “con otros” que les va eventual y seguramente a “Servir” a los demás. Cuando tenemos un Encuentro personal con Jesús, sí es posible descubrir y asumir nuestra vocación, sí es posible el nacimiento de personas que desean conformar nuevas comunidades y no será motivo de preocupación la “cantidad” que asista a nuestras parroquias, porque habrá Vida y en abundancia.