Lo que está sucediendo en la Comunidad Valenciana me deja sin palabras. En el momento de escribir esta entrada, se cuentan ya más de 70 muertos producidos por la fortísima DANA que está golpeando la zona. Las imágenes que ofrecen las televisiones son sobrecogedoras. Se suele decir que el fuego se puede combatir con agua, pero ¿cómo se combate una tromba de agua que arrasa todo lo que encuentra a su paso? También en Madrid hemos vivido una noche de lluvia y viento, pero sin consecuencias graves.
Pienso en los miles de personas que se han visto afectadas, directa o indirectamente, por esta catástrofe, sobre todo en los que han perdido la vida y en sus familiares y amigos. Es verdad que los servicios públicos y los ciudadanos de a pie están reaccionando con determinación para ayudar a los damnificados, pero siempre queda la duda de si no se podrían haber evitado muchos daños teniendo en cuenta que las previsiones eran muy alarmantes. Mi paseo matutino a la capellanía de las concepcionistas ha estado acompañado por estos pensamientos. Es como si esta fuera la gota que colma un vaso rebosante de mal. Hace mucho tiempo que no oigo la radio y cada vez veo menos la televisión, pero eso no elimina ni modifica la realidad. A lo más, mitiga un poco el impacto negativo que produce en mí.
Por si no fuera suficiente, desde hace semanas veo a todas horas a un inmigrante de Ghana que se pasa la mayor parte del día bajo el alero de una sucursal bancaria, sin hablar, sin mendigar, como escondido en una burbuja de soledad. Le hemos preguntado si necesita algo. Ha rehusado toda ayuda. Los servicios del SAMUR social han intentado llevarlo a algún albergue, pero tampoco ha querido. No sé cómo consigue los alimentos necesarios para subsistir ni tampoco dónde se asea. Es como una fantasma enfundado en una sudadera con capucha y, en los últimos días, protegidos por un anorak viejo y sucio. Me temo que padezca alguna enfermedad mental.
¿Qué se puede hacer cuando alguien necesitado rechaza toda ayuda? ¿Qué pensamientos habitan en su cabeza? Aunque su lengua es el inglés, chapurrea un poco el español. No sabemos cómo ha venido a parar a nuestra calle y cómo consigue sobrevivir cada día. Para mí es el símbolo de las muchas personas que vagan por la vida sin rumbo. No es fácil saber cómo proceder, qué es lo que más puede ayudarle. Confieso que me moritfica esta barrera de silencio.
Escribir acerca de los demás cuando uno disfruta de salud y comodidad es casi una provocación. Sería mejor guardar un respetuoso silencio, pero, por otra parte, hay silencios que se parecen mucho a la indiferencia. Es verdad que no estamos en condiciones de resolver los muchos problemas que nos acucian, pero por lo menos podemos acercarnos a quien tenemos al lado. Si cada uno de nosotros tuviéramos cada día un pequeño gesto de amor, contribuiríamos a desintoxicar el clima social de indiferencia y odio.
¿De qué nos sirve hacer inmensos progresos tecnológicos si cada vez nos volvemos más inhumanos, si somos incapaces de atender a las necesidades de muchas personas? No me extraña que Geoffrey Hinton, premio Nobel de Física en 2024 junto con David Hopfield, se haya arrepentido de la creación de la Inteligencia Artificial por los enormes peligros que supone para la humanidad. Esperemos que, como ha sucedido en otras épocas históricas con amenazas de distinto tipo, haya una reacción humanizadora. A veces, tenemos que ver las orejas al lobo para salir de nuestro conformismo y comodidad.
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