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Ya sabemos que para el comercio y el turismo la Navidad comienza semanas o meses antes de su fecha oficial. Sin embargo, la liturgia cristiana nos regala cuatro semanas de preparación (seis en el caso del rito ambrosiano). Sin activar el deseo no podemos acoger la sorpresa. El Adviento es el tiempo de la espera por excelencia. A María la contemplamos en este tiempo litúrgico como la Virgen de la Esperanza. Cada vez valoro más el itinerario que nos propone la liturgia, entre otras cosas porque supone una terapia antiestrés. Como todo itinerario, procede gradualmente. Cada semana, cada día se nos va proponiendo un nuevo matiz de las promesas.
A partir del día 17, en las llamadas “ferias mayores”, todo se acelera, como si la inminencia de la Navidad incrementase el anhelo de ver al recién nacido para ir a adorarlo, como hicieron los pastores y los magos. Siglos de experiencia han ido cincelando un camino hermoso y sugestivo. Mi pregunta es: ¿Se corresponde este bello itinerario litúrgico con nuestro itinerario vital? Cuando cantamos “Cielos, lloved vuestra justicia” o “Maranatha, Ven Señor Jesús”, ¿estamos poniendo palabras a un deseo real o nuestras expectativas van en otra dirección?
Quizá podríamos hacernos algunas preguntas a bocajarro, sin anestesia: ¿Qué espero yo en este momento de mi vida? ¿Espero un trabajo decente para poder afrontar el futuro con seguridad? ¿Espero un golpe de suerte (por ejemplo, un premio de la lotería) para saldar mis deudas y asegurarme un porvenir confortable? ¿Espero cultivar algunas relaciones que me proporcionen compañía y amparo? ¿Espero que mis hijos (en el caso de quienes tenéis hijos pequeños) crezcan sanos y encuentren su lugar en el mundo? ¿Espero superar una enfermedad que me atenaza? ¿Espero salir de la depresión en la que me encuentro hundido? ¿Espero que se termine cuanto antes la pandemia del Covid?
¿Qué lugar ocupa Dios en el concierto de mis esperanzas? ¿Espero que él sea cada vez más el centro de mi vida? ¿Espero responder a su amor con una entrega más decidida? Solo esperamos aquello que consideramos verdadero, bueno o bello. Las cosas negativas no se esperan, se temen. Cuando el miedo se apodera de nosotros, la esperanza palidece.
No hay esperanza sin paciencia, sin la capacidad de saber aguardar sin alterarse cuando algo se desea mucho. ¡Ojalá podamos engrosar las filas de ese “pueblo que camina por el mundo / gritando ¡Ven Señor!, / un pueblo que busca en esta vida / la gran liberación”! Como fácilmente podemos cansarnos o volvernos ansiosos, le pedimos a Santa María de la Esperanza ─la que supo esperar cuando todos vacilaban─ que mantenga el ritmo de nuestra espera.
Una entrada con muchos interrogantes que nos ayuda a ver la profundidad de las respuestas que precisamos para tener claro el camino hacia Belén. Nos ayudan a ir realizando este camino… son como la brújula que nos guía.
ResponderEliminar¿Es lo mismo la espera que la esperanza? No, pero se precisan una a otra… Si “esperamos” algo es porque tenemos “la esperanza” que nos llegue y la “esperanza” nos lleva a “esperar”, a confiar.
Yo me pregunto si no hay vidas que son un continuo Adviento, una continua espera, con la esperanza de que en algún momento haya un encuentro con Dios, aunque sea al final.
En este tiempo de Adviento, como siempre pasa en la manera de afrontar la vida, ahora se acentúa más la diversidad en la manera de vivirlo y vivir la Navidad.
Abunda también la desesperanza. Cuando veo por las calles la abundancia de luces encendidas y los escaparates de las tiendas llenos de regalos, con envoltorios que atraen, me pregunto ¿cómo reaccionan ante ello los que no tienen un techo, ni una comida caliente para los mayores pero también para los niños? ¿Cómo se vive todo esto en soledad? Es necesario, más que nunca, que nos acompañe la Virgen de la Esperanza.
Muchas gracias Gonzalo por ayudarnos a reflexionar.