martes, 2 de noviembre de 2021

A vueltas con los difuntos


Creo que es la primera vez que escribo en el bar de la estación de autobuses de Soria. Mientras degusto un cruasán a la plancha con una café con leche, tecleo mi entrada de hoy. Afuera el cielo está nublado. La temperatura es suave. Viniendo hasta aquí, he disfrutado de la paleta otoñal del monte. El verde de los pinos se mezcla con el amarillo de los robles. Las acículas permanecen, las hojas lobuladas caen. Me parece una hermosa metáfora del misterio que recordamos hoy en la conmemoración de los fieles difuntos. Como hoy es un día laborable, la gente aprovechó el fin de semana para visitar los cementerios, depositar flores en las tumbas de sus seres queridos y orar por su eterno descanso.

Ayer, a las cinco de la tarde, yo mismo, acompañado por un nutrido grupo de personas, dirigí el rosario en el cementerio de mi pueblo. Para mí fue un momento de gran serenidad. Recordar a los difuntos “en el Señor” nos permite traspasar el umbral de la pérdida y experimentar la unión con ellos en ese desconocido misterio que es la “comunión de los santos”. Creo que es la primera vez en mi vida que participo en este momento colectivo de oración. Todos los presentes nos sentíamos unidos por el recuerdo y la esperanza. Merece la pena no perder ritos como este si no queremos vivir en solitario el misterio de la vida y de la muerte. La pandemia nos ha hecho mucho más sensibles a la muerte. Incluso los niños y los jóvenes han experimentado de cerca su zarpazo. ¿Será también una oportunidad para refrescar la fe cristiana en la resurrección o -como le dijeron los atenienses a Pablo- “de eso te oiremos hablar otro día”?

A propósito de la Cumbre del Clima que se está celebrando en Glasgow, algunos científicos y divulgadores han pronosticado el tipo de mundo que los niños de hoy se van a encontrar en el año 2050. No es nada atractivo. Aumentará la temperatura global del planeta con los consiguientes desequilibrios y fenómenos extremos, desde grandes sequías y olas de calor hasta incendios devastadores, huracanes, inundaciones, etc. Es como si, poco a poco, nos aproximáramos a la muerte de la Tierra y tuviéramos que ir buscando un alojamiento alternativo en otros planetas. ¿Será verdad que nos aproximamos a la hecatombe final o las advertencias de los científicos y políticos son exageradas y persiguen otros objetivos de control? ¿Tendrá nuestro planeta la capacidad de regenerarse como la ha hecho en otras eras? ¿Reaccionaremos a tiempo cambiando nuestro estilo de vida o -como dijo el secretario General de las Naciones Unidas- “cavaremos nuestra propia tumba”?

El recuerdo de los difuntos no se puede separar del recuerdo de nuestra hermana-madre tierra, si no difunta, sí bastante dañada y hasta moribunda. Pablo, en la carta a los Romanos, escribe que “la creación entera está gimiendo con dolores de parto”. Igual que oramos por el eterno descanso de nuestros seres queridos que han traspasado ya el umbral de la vida terrena, tendríamos que orar también por la salud de nuestro planeta. O, quizá mejor, por nuestro compromiso en su sostenibilidad. Las jóvenes generaciones, casi como por instinto, son muy sensibles a esta dimensión, pero tengo la impresión de que los grandes productores mundiales hacen oídos sordos. 

Una vez más se demuestra que lo que en algún momento llamamos ingenuamente “progreso” ha conseguido mejorar muchos aspectos de nuestra vida, pero a costa de una degradación del planeta que nos va a costar muy caro. ¿Puede servirnos esto de aviso para no cometer los mismos errores en relación con la ingeniería genética, la inteligencia artificial, las propuestas transhumanistas y otros muchos avances científicos y técnicos que no siempre respetan los límites éticos? No, nos servirá porque seguimos creyendo que “todo lo técnicamente posible es éticamente realizable”. Los seres humanos tenemos la absurda propensión a pensar que la historia comienza siempre con cada generación. Dentro de unos años nos arrepentiremos de haber querido comer del árbol del bien y del mal. Esperemos que no sea demasiado tarde.

Mientras, aprovechemos este día para recordar con gratitud a nuestros familiares difuntos y también a aquellas personas de las que nadie se acuerda. Oremos por su eterno descanso con la fe de quien cree que, quienes hemos sido incorporados a Cristo en su muerte, experimentaremos también el poder de su resurrección.

1 comentario:

  1. En el transcurso de la vida nos encontramos con mensajes de vida y otros de muerte… La naturaleza, las enfermedades, la vida de las personas con su inicio y su final, nos hablan, nos llevan a recordar nuestra finitud, una finitud que confiamos que nos llevará a la plenitud.
    Salir de nuestra solitud para orar con otros, nos enriquece y nos ayuda a superar momentos difíciles, recuperando fuerzas.
    La celebración del día de hoy, para la mayoría, es algo que se había vivido… Es la respuesta mayoritaria que he recibido cuando he ido preguntando a personas con las que he contactado.
    Necesitamos creer en la resurrección… Y necesitamos creer y ponernos manos a la obra para que la regeneración de nuestro planeta Tierra, sea una realidad… Es la mejor herencia que podemos dejar a hijos y nietos.

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