miércoles, 21 de diciembre de 2016

Blanca Navidad

A pesar del calentamiento global, incluso en el hemisferio sur, la Navidad se sigue asociando a la nieve. Las películas de Hollywood han popularizado la imagen tópica de White Christmas (Navidades blancas) que se sigue repitiendo en felicitaciones, adornos, anuncios publicitarios y en lo que hoy se denomina el “imaginario social”. Aunque en el lugar en el que uno vive no nieve nunca –o muy raramente– se seguirá cantando eso de que “El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió”. Papá Noel viene en un trineo tirado por renos que se desliza por hermosas laderas nevadas mientras todos cantamos con infantil algarabía Jingle Bells. Hasta uno de los himnos litúrgicos de Adviento juega con este meteoro: “Alegría de nieve / por los caminos. / Todo espera la gracia / del Bien Nacido. / En desgracia los hombres, / dura la tierra. / Cuanta más nieve cae, / más cielo cerca. / La tierra tan dormida / ya se despierta. / Y hasta el hombre más muerto / se despereza. / Ya los montes se allanan / y las colinas, / y el corazón del hombre / vuelve a la vida. Amén”.

La nieve es un símbolo del invierno que hoy, 21 de diciembre, comienza. Y ya se sabe que en el hemisferio norte la Navidad está asociada al invierno; por tanto, también a la nieve. Comprendo que a aquellos que han nacido en climas tropicales o en lugares cálidos, la nieve no les dice nada. Para mí, sin embargo, que he nacido en un frío pueblo de montaña, en el corazón del invierno, la nieve es todo un símbolo. Mis Navidades infantiles están asociadas al frío y al suelo blanco, quizá por aquello de que “antes sí que nevaba y no ahora”. Hoy quiero explorar la sensación que desde niño me produce la nieve y, más todavía, el acto de nevar. Es un sentimiento de alegría serena, de belleza sugestiva, de música callada. Me vais a permitir que me ponga un poco sentimental sin que sirva de precedente.

Los cristales de la ventana se cubren de un vaho suave por el contraste entre el frío de fuera y el calor de dentro. Crepita la leña de roble en la chimenea. Afuera la temperatura ronda los dos grados. Yo descorro las cortinas y pego mi naricilla de niño a los cristales. Los copos caen perezosos, como bolitas de algodón que se tomaran tiempo para aterrizar. Al principio se derriten en la tierra yerta. Poco a poco, cubren con un manto blanco los prados, las acículas de los pinos, los tejados rojos, las calles empedradas y todo lo que está a su alcance. En poco tiempo se forma un espesor de más de 20 centímetros. En esa dulce monotonía no me aburro. Es como si el silencio que se produce cuando nieva me subyugara el alma. Los copos al caer no golpean como las gotas de lluvia. Pareciera que acarician la tierra para no despertarla. Y en ese ejercicio de ternura y silencio un escalofrío me recorre el cuerpo. No sé si también el alma. Es como si el tiempo se detuviese. Ya no se mide con el tic-tac del reloj sino con la cadencia de los copos que caen. En medio de la rutina cotidiana, la nieve introduce un tiempo de contemplación, belleza y misterio. Quizá tiene razón el himno litúrgico cuando canta: “Cuanta más nieve cae, / más cielo cerca”. Es como si Dios descendiera sobre la tierra disfrazado de blanco. No es un guerrero extraterrestre, armado con un rifle de rayos láser, sino un diminuto copo, casi imperceptible, que se deja caer, que “planta su tienda en nuestro suelo”. Y yo, sin saber por qué, dejo caer también una lagrimilla de alegría. Cada vez que nieva es como si Dios se hubiera acordado otra vez de nosotros.

No hay previsión de que este año nieve en Madrid durante la Navidad. La temperatura mínima rozará los cero grados, pero no veremos la nieve. Tampoco nevará en mi pueblo natal. Así que el cielo estará un poco más lejos de nosotros. Tendremos que buscar otros símbolos de cercanía para entender qué significa el nacimiento del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. A falta de nieve en el aire y en el suelo, volveremos nuestros ojos ante los verdaderos símbolos de la Navidad: todas las personas que necesitan cariño y protección y todas las que regalan amor sin esperar nada a cambio. Estos símbolos, tanto en el hemisferio norte como en el sur, nunca van a faltar. Hay que abrir los ojos para verlos.

La antífona de este 21 de diciembre, presenta al Mesías como Sol que nace de lo alto, que viene de Oriente. Y precisamente hoy, comienzo del invierno en el hemisferio norte, es la fecha en la que los días comienzan a alargarse poco a poco. El símbolo cósmico explica la realidad teológica. A este Sol que es Jesús le pedimos que ilumine a todos los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que se ha presentado como la Luz del mundo, puede ayudarnos a ver con claridad en medio de nuestras noches; sobre todo, puede introducirnos en la Luz definitiva de Dios al final del túnel de la muerte.




martes, 20 de diciembre de 2016

Alepo y Belén

Aunque hace más de cuatro años que se lleva hablando de Alepo como uno de los principales campos de batalla de la guerra de Siria, en los últimos días ha saltado de nuevo a la actualidad porque las tropas gubernamentales han reconquistado la ciudad a los rebeldes. Parece que esto puede significar el fin de las hostilidades, pero queda todo por hacer en una ciudad arrasada que se ha convertido en un nuevo símbolo de la barbarie humana. En la Carta de los Hermanos Maristas de Alepo, fechada el pasado 12 de diciembre, leemos: “Se escuchan voces que hablan de que antes de Navidad toda la ciudad de Alepo estará reunificada. Esperamos que ello signifique el fin de las hostilidades, el fin de la pesadilla, el fin del terror y, especialmente, la instauración de la paz tan esperada desde hace casi cinco años”. En el momento de escribir estas líneas, me entero de que se ha reanudado la evacuación tras los ataques a un convoy en la zona controlada por el régimen de Bashar al-Asad. Muchos analistas concuerdan en que las riquezas de Alepo han significado su condena. Todos querían hacerse con la ciudad más rica de Siria. Una vez más, la codicia está en el origen de la mayoría de los enfrentamientos humanos.

No conozco con detalle todo lo que está sucediendo en Siria. Por otra parte, como sucede en toda guerra, es difícil acudir a fuentes independientes. Los intereses de cada parte sesgan y controlan los datos. La propaganda sustituye a la información. Pero, más allá de las interpretaciones, hay un hecho claro: miles de personas inocentes han sufrido y muerto a causa de la guerra. Esto sucede en los primeros años del siglo XXI, cuando disponemos de muchos medios para resolver los conflictos de manera no violenta. Alepo es el reverso de Belén. Dentro de unos días celebraremos, un año más, el nacimiento de Jesús en Belén, la ciudad de David. Y volveremos a cantar, casi como un mantra, Noche de paz, a sabiendas de que la guerra sigue viva en muchos puntos calientes del mundo, no solo en Alepo o en Siria. Y entonces volveremos a experimentar la crisis de todos los años: ¿Merece la pena cantar a la paz cuando el mundo sigue en guerra? ¿Qué ha aportado Jesús, el Príncipe de la paz, a la resolución de los conflictos si, a lo largo de estos veinte siglos desde su nacimiento, se han sucedido innumerables guerras, muchas de ellas en su nombre? ¿Es más poderoso el instinto bélico que la paz que él trae? El próximo día 1 de enero de 2017, el papa Francisco nos invitará a practicar “la no violencia: un estilo de política para la paz”. ¿Caerán sus palabras en el vacío?

Alepo se ha convertido en símbolo de una violencia que no está demasiado lejos de nosotros. A otra escala, se da en las familias que rompen relaciones por causa de una herencia, en amigos que dejan de serlo por cuestiones laborales, en matrimonios que se agreden por culpa de los celos, en países que se afirman odiando a los demás, en empresas que no dudan en recurrir a cualquier método con tal de obtener mayores beneficios… Es como si el ser humano tuviera una contraprogramación para la guerra. Solo quien experimenta a Dios como fuente de su paz no necesita recurrir a la violencia para vivir sereno, para no ver a los demás como competidores sino como hermanos. La semilla de Belén tiene que acabar fructificando en Alepo. 

La antífona de hoy, 20 de diciembre, presenta al Mesías como Llave que abre y nadie puede cerrar. Le pedimos a Jesús que nos libre a todos los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte, a quienes tenemos la impresión de que la vida es una cárcel. Hay muchas personas que no encuentran motivos suficientes para levantarse cada mañana, que se sienten prisioneras de la depresión o la desesperanza. En este tiempo de Adviento, Jesús viene a sus vidas como llave. No es una llave mágica que abre cualquier puerta. Es la llave que abre la puerta de la salvación.



lunes, 19 de diciembre de 2016

La reforma no ha hecho más que empezar

Escribo desde un rincón de la sierra madrileña. Voy a pasar el próximo mes fuera de Roma. Cuando comencé el blog hace diez meses, una amiga mía me dijo que escribía demasiado sobre el papa Francisco. Me parece que exageraba, pero, en cualquier caso, en los meses siguientes me moderé bastante. Apenas hice alguna alusión suelta. Pero resulta que el pasado 17 de diciembre Francisco cumplió 80 años, la edad en la que la mayoría de las personas están jubiladas, incluidos los obispos. ¿Cómo es posible que el papa Francisco siga en activo con una vitalidad extraordinaria? ¿Por qué muchos lo consideran uno de los líderes más influyentes en el mundo actual? ¿Por qué, sin embargo, en un sector de la Iglesia está suscitando tanta polémica, incluso pública animadversión? ¿Por qué, tras meses de tregua, comienza a hablarse de nuevo de la lucha por el poder en la Iglesia

A veces algunos amigos me preguntan qué opino de todo esto. Piensan que el hecho de vivir en Roma me permite conocer más de cerca los entresijos del cuartel general de la Iglesia. La verdad es que no. Estoy muy alejado de lo que se cuece en el Vaticano, aunque percibo algunas cosas que, quizá a cierta distancia, se ven con más objetividad. Me parece evidente que este Papa piensa en una reforma de gran calado: clara en los objetivos, tranquila en los tiempos, universal en su alcance. Viniendo de la periferia de la Iglesia, acostumbrado a una vida pastoral intensa, enseguida percibió que la maquinaria de la curia romana funciona con una inercia y un estilo que no reflejan la rica variedad de la Iglesia católica universal. Basta pensar, por ejemplo, en el número de cardenales. Hay todavía 46 italianos (de los que 25 son electores). Brasil, el país con más católicos en el mundo, tiene solo 11 y México 6. Esto da una idea no solo del eurocentrismo sino incluso de la excesiva preponderancia de la jerarquía italiana sobre el conjunto. Me ahorro comentar las consecuencias prácticas que esto tiene en el día a día del gobierno de la Iglesia.

Francisco no quiere provocar ningún cisma. Me parecen ridículas las voces que apuntan en esta dirección. Pero ha tocado puntos que se consideraban intangibles. El primero tiene que ver con el estilo de vida. Muchos eclesiásticos, acostumbrados a un boato anacrónico y hasta ridículo, sienten que el estilo del Papa los deslegitima. Si Francisco vive con la sencillez que le permiten los muros vaticanos, ¿con qué cara algunos cardenales y obispos pueden seguir desplegando un estilo principesco? Si Francisco invita a algunos pobres a desayunar el día de su cumpleaños con foto incluida –y comprendo, por tanto, que algunos vean en estos gestos un ambiguo populismo–, ¿qué efecto produce ver a obispos de la Iglesia en banquetes y fiestas mundanas de alto copete? Pero la reforma de Francisco va mucho más al fondo. Tiene que ver, en definitiva, con el significado del Evangelio en la sociedad contemporánea y con el modo de entender la acción del Espíritu Santo en una historia siempre en evolución.  Aquí se juega –si se me permite hablar en términos bélicos– la batalla principal. Las reformas organizativas, el nuevo estilo de liderazgo, los gestos de cercanía y solidaridad, son solo indicadores de una nueva manera de colocar el Evangelio en el centro de la vida cristiana. Nadie en su sano juicio puede pensar que este es un ejercicio de arqueologismo, como si Francisco quisiera eliminar de un plumazo los 2.000 años de historia de la Iglesia. Es sencillamente recuperar el centro, impedir que los desarrollos posteriores (doctrinales, jurídicos, litúrgicos) opaquen la transparencia de un Evangelio centrado en el amor de Dios hacia sus hijos e hijas; sobre todo, hacia los más indefensos.

La semilla de esta reforma ha echado raíces en muchísimos cristianos de todo el mundo y en otros hombres y mujeres que no pertenecen a la Iglesia. Podría contar al respecto historias que conozco de primera mano. Es el gran regalo que el Espíritu Santo ha hecho a una Iglesia que comenzó el siglo XXI bastante herida, desesperanzada y falta de vigor. ¿Seremos capaces de aprovechar esta nueva oportunidad o sucumbiremos a la inercia de siglos creyendo que lo seguro, sin más, coincide con lo evangélico? Es bueno que se abra un proceso de discernimiento. No olvidemos que Francisco es jesuita. El discernimiento está en el DNA de la Compañía de Jesús. Siempre es preferible el debate abierto, aunque pueda desorientar a algunos, que las luchas intestinas soterradas y otras prácticas (grupos de presión, calumnias, campañas mediáticas, etc.) que nada tienen que ver con la libertad y fraternidad que deben caracterizar a los discípulos de Jesús. Vivir el Evangelio de siempre en las mudables condiciones de la vida humana: este es el desafio al que no hay que temer si creemos de verdad en la acción del Espíritu Santo que nos va guiando a la verdad plena, porque tomará de lo mío y os lo hará saber (Jn 16,14).

Hoy, 19 de diciembre, la antífona de la O se refiere al Mesías como Raíz o Renuevo del tronco de Jesé. A Él le pedimos que nos libre de todas las ataduras que nos impiden vivir una fe alegre, despegada, universal. Jesús es presentado como un brote que surge de la historia de un pueblo, que no desciende sobre nosotros como un extraterrestre. Precisamente porque es uno de nosotros, puede hacerse cargo de nuestras situaciones, puede comprender nuestra fragilidad. Pero ese renuevo no se ciñe solo al tronco de Israel. Su salvación alcanza a todos los seres humanos. Como los días anteriores, disponemos del texto latino, de su traducción litúrgica al español y del vídeo con la antífona cantada en gregoriano.


LATÍN


ESPAÑOL


O Radix Jesse, qui stas in signum populorum,
super quem continebunt reges os suum,
quem Gentes deprecabuntur:
veni ad liberandum nos, jam noli tardare.


Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.



domingo, 18 de diciembre de 2016

Jesús será el Emmanuel

Falta una semana exacta para la Navidad. Los protagonistas del cuarto domingo de Adviento son María, la muchacha de Nazaret, y el joven José con quien estaba desposada. No conviene separar sus trayectorias y vocaciones. Pero, así como Lucas se centra en la vocación de María en su relato de la anunciación (cf. Lc 1,26-38), Mateo acentúa, más bien, la vocación del joven José, a quien califica de justo. Imaginemos a un joven judío de unos 16 años que descubre de pronto que durante el tiempo de los desposorios (una especie de noviazgo sellado formalmente por las familias de ambos pretendientes) su prometida se ha quedado embarazada. Al evangelista Mateo no le interesa describir la reacción del joven, su proceso psicológico, ni siquiera su experiencia de fe y de libre sometimiento a la voluntad de Dios. Cuando escribe su Evangelio para cristianos convertidos del judaísmo, Mateo quiere subrayar que el que va a nacer en el seno de esa joven virgen es el Dios-con-nosotros profetizado por Isaías. El significado literal de la profecía de Isaías, que se lee en la primera lectura de hoy, se refiere al nacimiento de Ezequías, hijo del joven y desconfiado rey Acaz, pero Mateo lo aplica a Jesús, el único que cumple los requisitos de un verdadero rey. Solo Él es “consejero maravilloso,  guerrero divino, jefe perpetuo, príncipe de la paz…” (Is  9,5-6).

Es curioso que para referirse a Jesús, Mateo utilice el mismo título al principio y al final de su Evangelio. En el fragmento que leemos en este cuarto domingo de Adviento, tomado del comienzo mismo de su relato, lo presenta como el Emmanuel (Dios-con-nosotros). En el último capítulo, Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, les dirá: “Yo estaré con vosotros [es decir, yo soy el Emmanuel] siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). La antífona de este 18 de diciembre no se corresponde con este título, que la liturgia reserva para el día 24. Hoy el Mesías es saludado como Adonai (Señor poderoso). Él es el Pastor de la casa de Israel. A él, que es poderoso, le pedimos que venga a librarnos con la fuerza de su brazo. Echemos un vistazo al texto para saborear más el canto gregoriano.


LATÍN


ESPAÑOL


O Adonai, et Dux domus Israel,
qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti,
et ei in Sina legem dedisti:
veni ad redimendum nos in brachio extento.

Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
¡ven a librarnos con el poder de tu brazo!




Es probable que tengáis la impresión de que hoy los motivos se van encabalgando unos sobre otros. Además, en estos días no siempre disponemos de un tiempo tranquilo para saborear y contemplar todo lo que la liturgia nos propone. Por eso, es recomendable centrarse en lo esencial. A través de María y de José, descendiente de David, Dios se ha hecho uno de nosotros, ha asumido nuestra condición humana. En el fondo, todo el tiempo de Navidad gira en torno a este hecho desconcertante. A veces, más que multiplicar las lecturas, resulta más provechoso dar un paseo en solitario dejando que estos pensamientos nos trabajen por dentro o pasar un buen rato sentado en la soledad de una iglesia. Y, quizá mejor, contemplar a un niño recién nacido mientras nos interrogamos sobre el misterio de la vida y nos dejamos maravillar por su fuerza.

Pero si tenéis interés en conocer con más detalle el mensaje del Evangelio de este domingo, Fernando Armellini viene en nuestra ayuda:



sábado, 17 de diciembre de 2016

La novena de Navidad

Hoy comienza la recta final hacia la Navidad. Sería mejor decir la “recta litúrgica” porque en algunos países como México y las repúblicas centroamericanas comenzaron ayer Las Posadas, una tradición popular que recuerda el itinerario de María y José desde Nazaret hasta Belén. En Colombia y Ecuador se celebra desde el siglo XVIII una fiesta muy semejante, la Novena de Aguinaldos. Son formas populares de prepararse para la Navidad. La liturgia de la Iglesia católica tiene también su particular novena. Va in crescendo desde hoy, 17 de diciembre, hasta el día 25, solemnidad de la Natividad del Señor. Uno de los elementos más sobresalientes de esta preparación lo constituyen las siete antífonas de la O que se cantan antes y después del Magnificat en la oración de vísperas y también en la Eucaristía –si bien un poco resumidas– como versículo del Aleluya que precede al Evangelio. Cada una de ellas comienza con la “O” exclamativa –de ahí su nombre– seguida de uno de los siete títulos del Mesías: 
  • Sapientia (Sabiduría).
  • Adonai (Señor poderoso). 
  • Radix (Raíz).
  • Clavis (Llave). 
  • Oriens (Luz matutina).  
  • Rex (Rey).
  • Emmanuel (Dios con nosotros). 
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la “O”, dan el acróstico ero cras, que significa “seré mañana, vendré mañana”, que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Mientras las tiendas, restaurantes y centros de entretenimiento multiplican sus ofertas de diversión y consumo, la liturgia y la devoción popular parecen moverse en otro plano. Me gusta mucho la tradición latinoamericana de Las Posadas, también presente en Filipinas y en algunos lugares de Estados Unidos, porque invita simbólicamente a peregrinar con María y José de Nazaret a Belén. Es un modo de incentivar la espera y de prepararse espiritualmente para la gran solemnidad litúrgica del día de Navidad. Creo que esta fiesta no produciría en muchas personas tristeza si se preparase como la Iglesia nos invita a hacer. No se trata de alumbrar expectativas desmesuradas en relación con los encuentros familiares, la comidas y los regalos. Quizá tampoco de inventarse una Navidad minimalista y contracultural. La mejor manera de no sucumbir a los demonios navideños (melancolía, añoranza, tristeza, depresión, enfrentamientos familiares, consumismo, derroche, atracones, borracheras, resacas, etc.) es dejarse guiar por el espíritu sobrio –y a la vez profundamente esperanzador y alegre– de la liturgia. Os propongo que durante los próximos días sigamos el itinerario sugerido por las antífonas de la O.

La de hoy, 17 de diciembre, suena así:  


LATÍN


ESPAÑOL

O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodisti,
attingens a fine usque ad finem,
fortiter suaviterque disponens omnia:
veni ad docendum nos viam prudentiae.


“Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad,
¡ven y muéstranos el camino de la salvación!”.

Puedes escucharla cantada en gregoriano:


Hoy invocamos al Mesías como Sabiduría, como la Palabra de Dios que ordena el universo. A esta Sabiduría le pedimos que nos muestre el camino de la salvación. Me gusta contemplar al Mesías Jesús como la brújula que, en medio de la confusión que vivimos, nos señala con absoluta claridad dónde está el Norte de Dios y del hermano. Quizá tendríamos que quejarnos menos de lo difícil que es hoy saber qué camino tomar en la vida y confiar más en Aquel que se presentó a sí mismo como “el Camino”. Quienes se acercan a Él y se dejan guiar por Él, adquieren esa sabiduría que ninguna universidad puede proporcionar. Es el gusto de Dios, la sintonía cordial con su Misterio, la capacidad de discernir sus huellas y signos en este complejo mundo nuestro y, sobre todo, en nuestro corazón.

Para ir preparando nuestro particular camino de Navidad os puede gustar también esta versión del célebre canto Mary, did you know?



viernes, 16 de diciembre de 2016

Entre dos luces

Cae la tarde sobre Roma. He decidido cerrar mi ordenador antes de tiempo. Tengo la impresión de que los ojos se me están empequeñeciendo de tanto mirar a la pantalla. Son demasiadas horas al día. Un último vistazo a mi cuenta de Facebook me hace ver que tengo 676 amigos. No quise superar la barrera de los 500, pero el número fue creciendo casi sin darme cuenta. Pienso en las historias que se esconden detrás de cada nombre y cada rostro. A algunos de estos amigos los conozco bien. Empezamos nuestra relación hace más de 40 años. Hemos compartido muchas cosas, incluyendo largos silencios de respeto y admiración. De otros apenas sé un manojo de datos generales, pero da igual. Trato de imaginar lo que en este preciso momento está haciendo cada uno de ellos. Tengo amigos en Japón que llevarán ya varias horas durmiendo. Los de América estarán en la hora del almuerzo. Algunos, en el hemisferio norte, hace ya semanas que conviven con la nieve; por ejemplo, mis amigos de Rusia. Los del hemisferio sur, por el contrario, están ya preparándose para las vacaciones largas del verano austral. En medio de tantas diferencias, ¿qué nos permite sentirnos cercanos? ¿O, en realidad, es todo una pura ficción? Empiezo a preguntarme si Facebook y otras redes sociales nos acercan o, más bien, nos mantienen higiénicamente alejados, víctimas de un espejismo frustrante. Nos hacen creer que las vidas de los demás son importantes cuando, de hecho, cada uno seguimos la nuestra con bastante independencia.

Confieso que no estoy interesado lo más mínimo en aumentar mi número de amigos virtuales. Estoy llegando al umbral de tolerancia. Me cuesta digerir tantos vídeos de cosas curiosas, fotos personales, enlaces a páginas webs, propuestas de seguir cadenas, participar en juegos, apoyar campañas y mensajes insustanciales. Es probable que haya nacido demasiado pronto y que no esté preparado para este tipo de comunicación. No lo descarto. Pero sigo prefiriendo un encuentro como el que evoqué cuando escribí algo sobre la anatomía de una taza de café. La comunicación es un proceso que no funciona a base de relámpagos. Yo no quiero ser ofuscado sino iluminado. Y tampoco quiero deslumbrar sino solo acercar la luz suave de mi candela para ver mejor el rostro de la otra persona. Esto no es posible en las redes sociales. No es que yo lo busque ahí. Lo que temo es que los códigos virtuales (vertiginosos, narcisistas y escuálidos) acaben modificando mi manera de relacionarme con las personas en la vida desconectada. Me da miedo pensar que puedo ser engullido por esta corriente de frivolidad que reduce la comunicación a emoticones y frases ingeniosas, que no tiene tiempo para la escucha paciente y para enhebrar un discurso tranquilo. Algunos tratan de convencerme del famoso cambio de paradigma, pero sé que mienten como bellacos. Ellos son las primeras víctimas de este vaciamiento. Ya hay muchos jóvenes que están reaccionando porque no quieren acabar con cara de emoticón venido a menos.

Es de noche fuera, pero no dentro. Roma a esta hora es una ciudad ocupada por miles de coches en danza. No escribo prisionero del pesimismo, víctima también yo de este otoño que toca a su fin. Enciendo para mí mismo una luz de alarma. Quizá me animé a abrir este blog para compartir una comunicación menos nerviosa que la que propician las redes sociales. Si nunca podemos expresar con calma lo que creemos, sentimos, soñamos o dudamos, acabamos por no ser nadie. Uno se va haciendo a medida que modela su mundo interior y puede sintonizar con otros mundos interiores que se han tomado en serio la aventura de vivir. Ya sé que internet no es quizá el mejor foro para este ejercicio de compartición, pero es una forma de vestir con palabra pública las experiencias que otras muchas personas me han confiado. En realidad, no soy más que un portavoz no autorizado de una red de amigos que me han ayudado a ser quien soy y a caer en la cuenta de lo que me falta para ser. Así que estoy inmensamente agradecido. No lo voy a decir en mi cuenta de Facebook, no voy a buscar ninguna frase ingeniosa que lo corrobore. Me limito a compartirlo con los amigos de “El rincón de Gundisalvus” en una fría tarde de otoño, con la esperanza de que el tiempo no nos consuma sino que nos vaya madurando. 

jueves, 15 de diciembre de 2016

Lo esencial es invisible a los ojos

La frase “lo esencial es invisible a los ojos” se encuentra en el capítulo 21 de El principito, la conocidísima obra de Antoine de Saint-Exupéry que todo estudiante de francés tenía que leer, traducir y comentar en mis años de bachillerato. En este capítulo, el principito, que está explorando la Tierra, se encuentra con un zorro. Empiezan a conversar. Acaban haciéndose amigos. Al cabo de un tiempo, el zorro le revela al principito su secreto: “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”. La última frase se ha convertido en un eslogan. Uno la encuentra tatuada en el cuerpo de algunas personas, expuesta en paredes como pintada contracultural y citada por literatos, artistas y filósofos que quieren invitarnos a ir más allá de las apariencias en esta sociedad de la imagen. También se ha usado, por supuesto, para hablar de Dios: la realidad más esencial de la vida y, al mismo tiempo, la más invisible. Yo me voy a limitar a un breve comentario prenavideño.

En estos días que preceden a la Navidad muchas familias montan en casa sus nacimientos y árboles. Lo mismo hacen las comunidades religiosas y otras instituciones. Es una forma de anunciar que “las fiestas” (como muchos dicen ahora) están próximas. Luego llegarán los “belenes vivientes”, las cabalgatas de los Reyes Magos, etc. Como vivimos en una cultura audiovisual, queremos que todo se pueda ver, oír y tocar. Nos parece más auténtico, menos increíble. No basta con decirles a los pequeños de la casa que los Reyes Magos los visitarán en la madrugada del 6 de enero sino que hacemos lo posible para que puedan ver y tocar a los Reyes que presentan El Corte Inglés o el ayuntamiento de turno. Esto, en realidad, acaba matando la magia de la fiesta. Como dice el periodista argentino Alejandro Dolina, “no comprenden estas personas que es cien veces más verosímil un personaje que no se ve jamás y tiene la apariencia de nuestros sueños que un cualquiera pintado de negro, que se ha puesto el batón de nuestra abuela, se parece al tío Raúl y huele a cerveza”. Un niño puede creer sin problemas en una figura que no ve. Es más, eso es lo que dispara sus sueños. Los niños saben muy bien que “lo esencial es invisible a los ojos”. Nadie como los niños tiene la capacidad de abrirse al misterio. Cuando queremos hacerlo demasiado visible, lo banalizamos. El misterio queda reducido a mero acertijo. Hay Reyes Magos que son un verdadero esperpento, el método más rápido de arruinar la belleza de la infancia. Y quizá de vacunarnos de por vida contra la belleza de lo invisible. 

Claudio Baglioni interpreta una versión del Cántico de las criaturas de Francisco de Asís, el iniciador de la tradición de escenificar el nacimiento de Jesús.