
Llueve con generosidad. Las ventanas de mi despacho se llenan de gotitas que resbalan por los cristales. Tendría que bajar las persianas, pero prefiero dejarlas subidas para no quedarme en penumbra. Los alcorques de los árboles de mi calle no pueden retener ya más agua. El invierno se está despidiendo con lágrimas.
Nos viene bien esta humedad en una zona siempre amenazada de sequía. Las previsiones es que las lluvias se prolonguen varios días. Luego, en cuanto vuelva el sol, empezarán a brotar los árboles. Los primerizos (ciruelos y almendros) ya lo han hecho. La primavera está cerca.

Creo que con la Palabra de Dios sucede algo parecido. El profeta Isaías se sirve de la imagen del agua: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, | y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, | de fecundarla y hacerla germinar, | para que dé semilla al sembrador | y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: | no volverá a mí vacía, | sino que cumplirá mi deseo | y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,10-11). La Palabra de Dios es como lluvia suave que desciende sobre nuestro terreno personal. A menudo tenemos la impresión de que nos resbala. Hay frases que no entendemos y otras nos suenan demasiado repetitivas.
Sabemos de memoria dichos que la tradición nos ha transmitido y que hemos incorporado a nuestro vocabulario como si fueran refranes populares: “En el mucho hablar no faltará pecado” (Prov 10,19), “Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo 6,14); “La palabra de Dios permanece para siempre” (Is 40,8); “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21); “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41); “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34); “Donde está el Espíritu, allí está la libertad” (2 Cor 3,17)… y muchas otras.

Sin que nos demos cuenta, como semilla que va germinando en la noche, la Palabra de Dios nos va trabajando por dentro, va creando como un fondo de inversión que en el momento oportuno nos produce beneficios. Cuando uno se ha ido alimentado de la Palabra de Dios, esta viene en nuestra ayuda en cualquier situación de la vida. Si nos sentimos confundidos, en medio de una situación oscura, recordamos que “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré?” (Sal 26,1). Si nos vemos rodeados por dificultades que parecen insuperables, también la Palabra viene en nuestra ayuda: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,35). Cuando el miedo nos agarrota, sentimos dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: “No os asustéis” (Mc 16,6).
No es que la Palabra de Dios sea como una especie de farmacia espiritual en la que podemos encontrar medicamentos específicos o genéricos para cada dolencia humana. Se trata de algo más profundo. Cuando nos alimentamos regularmente de ella, se convierte en carne de nuestra carne, nos ayuda a explorar nuestro mundo interior, poner nombre a lo que nos pasa y abrirnos a la fuerza misteriosa de la gracia. Por eso, la vida espiritual de quienes se alimentan de la Palabra de Dios tiene otro color. Nulla dies sine Verbum.
Gracias Gonzalo, por lo que nos transmites a través del Blog, también ello es como “esta lluvia suave” que nos ayuda a ir descubriendo y abrirnos a la confianza en Dios... En mi vida hay "muchos ecos" del Blog que surgen en momentos de alegría pero también en momentos de sufrimiento.
ResponderEliminarGracias Gonzalo.
ResponderEliminarAunque lo sepamos...es gratificante releer y releer para reflexionar.
Cuando se ha experimentado que la palabra de Dios nos trabaja por dentro y produce beneficios....motiva para seguir esforzándonos y seguir leyendo la palabra de Dios!