jueves, 18 de diciembre de 2025

Jugar a ser pastores o ángeles


Esta mañana he sentido envidia de los niños que, vestidos de ángeles, pastores, magos y animales varios, caminaban en fila por la calle Princesa rumbo a su colegio. Mientras una niña se quejaba de que el año pasado había hecho de Virgen María y este año, sin ninguna explicación, había sido reducida al honroso papel de “vaca” (sic), yo pensaba que ojalá todos mis problemas se redujeran a un cambio de personaje en esa representación teatral que es la vida misma. Por desgracia, los adultos tenemos que lidiar con otros asuntos que nos traen de cabeza. ¡Quién pudiera, siquiera por unos días, regresar al estado infantil, vestirse de pastor y caminar hacia el portal de Belén tocando la pandereta! 

Los niños comenzarán mañana sus vacaciones de Navidad. Se abre para ellos todo un mundo de ensueño e ilusiones. Mientras para los adultos el tiempo entre una Navidad y otra discurre a velocidad vertiginosa, para ellos la Navidad del año pasado está a años luz de la actual. Viven con tal intensidad el presente que su reloj psicológico se parece muy poco al de los adultos, atrapados siempre en recuerdos pretéritos o ansiosos ante un porvenir incierto.


Apenas regresado a casa, leo en un medio digital que un periodista ruso, portavoz oficioso del Kremlin, anuncia que Rusia puede atacar con armas nucleares a Londres, Berlín, París e incluso Viena… si se siente amenazada por Europa. No decía nada de Roma, Madrid o Lisboa. Se ve que el sur todavía queda lejos del expansionismo ruso. No es el mensaje más estimulante para celebrar con paz y alegría la Navidad. 

Es solo un botón de muestra. Los adultos encontramos otros muchos motivos próximos y remotos para complicarnos la vida. Algunos son casi inevitables, como una enfermedad sobrevenida, un problema económico o una crisis afectiva, pero la mayoría se deben a nuestro mal funcionamiento, a una forma dañina de afrontar la vida, a la propensión a ver siempre lo que nos falta en vez de agradecer lo que somos y tenemos. ¡Si al menos durante estos días pudiéramos vaciarnos de tantas preocupaciones inútiles para dejar más espacio al Misterio!


La Navidad es un hecho tan imponente y sobrecogedor que, ante él, todas nuestras cuitas parecen secundarias. Los niños no se hacen problemas con el futuro, porque confían en que sus padres estarán siempre ahí. Puede parecer una actitud poco realista y hasta irresponsable, pero es la que mejor expresa el verdadero sentido de la fe, que no es otro que una confianza ilimitada en el Amor que nos sostiene. Por eso, se toman muy en serio ser pastores, ángeles o pajes de los magos. Saben -aunque no sean conscientes de ello- que en ese juego de representar la Navidad se ventila lo esencial de la existencia. 

De mayores jugarán a ser mecánicos, abogados, ingenieros, médicos, deportistas, maestros, electricistas o panaderos, pero entonces apenas disfrutarán de sus personajes. Entrarán en una espiral de competitividad, aspirarán a ganar siempre más, litigarán con sus compañeros, arrastrarán una insatisfacción crónica. Si todavía no han perdido una pizca de sensatez, recordarán lo felices que fueron de niños cuando solo jugaban a ser pastores, ángeles y magos y una niña se había puesto triste porque había pasado del papel estelar de Virgen María al de una simple vaca de relleno.

1 comentario:

  1. Pues sí, los niños con su inocencia, nos ayudan a vivir la Navidad y creo que, a pesar de la parte materialista que se mezcla en todo, si los acompañamos, saben intuir y descubrir, que Dios se ha hecho un niño. Y los adultos, sin ser muy conscientes de ello, cuando nos acercamos a ellos, les ayudamos a montar el pesebre y respondemos a sus preguntas, también somos capaces de vivir la experiencia de una Navidad diferente.
    Gracias Gonzalo, que tengas unos días en los que puedas celebrar y agradecer la grandeza de un Dios en la pequeñez de un niño… Te acompaño en ello.

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