lunes, 26 de junio de 2017

La librería de Michelle

He aprovechado el fin de semana para leerme a intervalos esta novela de 300 páginas. Se puso a la venta el pasado 30 de mayo, así que está todavía en fase de rodaje. A mí me la regalaron en edición digital durante mi reciente estancia en Barcelona. Se lee rápido porque la prosa es ágil, escrita con ritmo televisivo, sin los largos períodos a que nos tienen acostumbrados otros novelistas más clásicos. Perdidos en el bosque de vocablos, aparecen dos verbos (guzquear y pingar) que son típicos de la comarca de Pinares. El primero significa curiosear, espiar, meter las narices donde nadie te llama; el segundo tiene un significado más técnico: levantar un tronco de pino mediante una técnica manual. La autora tiene 45 años. Es, sobre todo, guionista de cine y televisión. Se llama Verónica Fernández. No es tan conocida como Rosa Montero, Almudena Grandes o Espido Freire, pero ya ha ganado varios premios y tiene un prometedor futuro por delante. Yo podría perfectamente no haber leído esta novela. Al fin y al cabo, es una más de las muchas que salen al mercado. El pasado año se publicaron en España más de 80.000 libros y este año la cifra quizá se supere. No hay nadie que esté al tanto de todo. Lo que pasa es que en el caso de La librería de Michelle concurren dos circunstancias que me han hecho casi obligada su lectura. La primera es que la autora es mi prima más joven por parte paterna. La segunda es que la novela está ambientada en Vinuesa, su pueblo natal y el mío. ¿Hacen falta más justificaciones?

Como este Rincón de Gundisalvus no es un blog de crítica literaria, dejaré fuera los aspectos técnicos y me concentraré en los sentimentales. La novela narra la experiencia vacacional de Jaime Olalla, un joven visontino de 17 años. Está ambientada en el verano de 1977, el más frío de los que se tiene noticia. No me resulta difícil conectar con ese tiempo y ese ambiente porque entonces yo tenía 19 años, dos años más que el protagonista de la novela, vivía con intensidad los cambios, y también pasé unos días en el pueblo, concretamente la segunda quincena de agosto. El 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista. Jaime -hijo del médico del pueblo- y su amigo Moi -hijo del farmacéutico- regresan pocos días después a Vinuesa tras haber terminado COU en Burgos, en un internado jesuita. El comienzo de sus vacaciones coincide con la llegada al pueblo de una joven francesa, de edad incierta, llamada Michelle, a bordo de una vieja Volkswagen Samba cargada de libros usados. ¿De dónde los ha sacado? Quiere montar una librería en la vieja taberna de su abuelo, oriundo del lugar, pero emigrado a Francia. ¿Alguien del pueblo va a comprar Les fleurs du mal de Charles Baudelaire en francés u On the Road de Jack Kerouac en inglés? Quizá alguno se atreva con Campos de Castilla de Antonio Machado o con el Quijote. (Por cierto, el capítulo dedicado al Inventario de la librería es una original y hermosa expresión de amor a la literatura). Cuesta creer que los visontinos de 1977 estuvieran dispuestos a comprar el tipo de libros que había traído la francesita en su furgoneta verde, pero nunca se sabe. Todo puede suceder en esta tierra de Pinares. Al fin y al cabo, la librería de Michelle es una metáfora de los rápidos cambios que se están produciendo en esos años en la España postfranquista. 

Aunque el título del libro menciona a Michelle, en realidad la novela cuenta, más bien, la trayectoria vital de Jaime, un joven con rizos en el pelo, pero todavía sin pelos en el pecho. Suceden muchas cosas en poco tiempo. Son tantos los frentes abiertos que no resulta fácil hilvanarlos. A medida que los capítulos corren, nos enteramos de que Armando, el hermano de Jaime que estudia Derecho en Madrid, está afiliado a un partido político de extrema izquierda; de que Mauro, un amigo de su padre, se había suicidado después de haber quemado su propio aserradero para poder cubrir sus muchas deudas con la indemnización que esperaba obtener de la compañía aseguradora; de que su madre (aficionada a leerle poemas de Antonio Machado cuando era niño) había muerto hacía años por causas que solo al final de la novela se aclaran; de que su amigo Raúl es un experto en podar arbustos y pescar barbos y Alejo en enamorar hembras; de que un tal Javi Moreno había muerto a consecuencia de una paliza en el cuartel de la Guardia Civil, si bien las autoridades locales presentaron la muerte como suicidio en el embalse de la Cuerda del Pozo… y de que su amigo Moi, el hijo del alcalde fascista (sic), es homosexual, aunque había tenido un affaire con Águeda, una compañera de clase. ¿Alguien da más?


En fin, que no falta ningún ingrediente en esta suculenta ensalada de verano: crímenes, suicidios, política, pinos, enamoramientos, sexo, droga, alcohol, literatura, fiesta, música... En un momento dado, Jaime escucha en el tocadiscos de su casa el tema Michelle de Los Beatles. Es una forma íntima de celebrar su enamoramiento de la misteriosa francesa, en cuya improvisada librería trabaja tres horas al día como dependiente a cambio de mil pesetas y un libro por semana. Pero también viaja a Valladolid para participar en una manifestación a favor de la amnistía y planea largarse a Barcelona para asistir a un concierto de Supertramp con las entradas que su hermano Armando, más bien aficionado a la canción protesta, le ha regalado. Y, dado que la lengua francesa sale muy bien parada en todo el relato, Jaime también echa mano del viejo Larousse de su madre para ir traduciendo del francés algunos textos que Verónica introduce a modo de capítulos complementarios. La novela es, pues, un río en el que vierten sus aguas numerosos, demasiados afluentes. Uno hubiera deseado un hilo conductor más sostenido y trabajado, sin tantas interferencias argumentales, pero cada autor es libre de escribir como considere oportuno.

Durante la lectura de la novela me acordé de la serie Cuéntame de RTVE, de la que Verónica fue guionista durante varias temporadas. Del mismo modo que los autores de esta serie han concentrado en la familia Alcántara-Fernández todo lo que le podía pasar a una familia española de aquellas décadas, también Verónica hace que Jaime Olalla viva muchas cosas en las pocas semanas de las vacaciones de verano, como si no quisiera dejar en el tintero ningún hecho significativo de los que ella ha oído hablar alguna vez. El período más intenso es, sin duda, el que va del 14 al 18 de agosto, coincidiendo con las fiestas patronales de Nuestra Señora del Pino y san Roque, que la autora describe con precisión de orfebre porque las ha vivido muchas veces. ¡Hasta nos transcribe unas frases de la Salve Regina en latín que se canta al terminar la ceremonia nocturna de La Vela el día 14! Solo le ha faltado decir que el compositor es el sacerdote navarro Miguel Hilarión Eslava y que el tono original es sol menor. Pero sí nos dice que Jaime pertenece a la peña de Los Pelendones, que visten como uniforme una camiseta rosa y que todos tienen una copia de la llave del candado que cierra la puerta del garito.

Leyendo la novela, repasando los muchos nombres de personas y lugares conocidos, es inevitable establecer paralelismos (¡Ah, esto lo dice por fulano de tal!) y extraer algunas conclusiones. La curiosidad me ha empujado a preguntarme qué hacía yo en el verano de 1977, así que no he tenido más remedio que desempolvar el diario de aquel verano. Como ya he dicho antes, solo pasé en Vinuesa algunos días de agosto, menos que otros años. Antes había estado organizando campamentos con adolescentes en Collado Mediano (Madrid) y en Marbella (Málaga) y había trabajado reparando un tejado en Colmenar Viejo. Como el lector puede imaginar, aquel verano no sucedió nada de lo que Verónica cuenta en su novela. O quizá sucedió todo y mucho más, pero de otra manera. Ella misma se encarga de precisar al final, para que nadie se sienta aludido, que se trata de un relato ficticio: "Los acontecimientos que se narran en esta novela son ficticios. El caso de Javi Moreno afortunadamente nunca ocurrió".

Pero también es verdad que casi todos los elementos de la novela están tomados del ambiente visontino, que son piezas sueltas de un puzle -sentimental más que histórico- que ella ensambla a su manera. Los nombres se corresponden con muchos personajes del pueblo: don Julián, las Licerias, el Manolín, el Utrilla, Clemente, Lorenza, los Moreno, los Foxá... Todos los lugares mencionados los conozco desde niño: desde La Plazuela, La Peña y el Hornillo hasta el camino que, bordeando el río Duero, conecta Vinuesa con Molinos. Es como si la autora hubiera estado durante años absorbiendo experiencias con la esponja de su memoria y, a la altura de sus más de 40 años, hubiera necesitado estrujarla para liberar, en una pequeña cascada, las gotas de sus recuerdos. No se trata de un ajuste de cuentas, sino de una memoria agradecida. Verónica es una escritora que contempla Vinuesa desde cerca (porque la quiere), pero también desde lejos (porque apenas ha vivido en el pueblo, salvo algunos períodos vacacionales). En este ejercicio estético de cercanía-distancia pone con suavidad el dedo en algunas llagas de no fácil cicatrización. Dice sin decir, critica sin criticar, abre sin abrir: "Las calles, los nombres de algunas personas, los paisajes, las fiestas y, sobre todo, las emociones sí que son reales".

Su novela es casi un ejercicio catártico, hoy que se habla tanto de memoria histórica. Lo de menos es si la historia resulta creíble o parece, más bien, una percha para colgar todos los vestidos que le gustan a la autora. Lo importante es el recorrido sentimental a través de lugares y personas que han marcado su infancia y adolescencia. Se nota con claridad que Verónica está enamorada de Vinuesa, no solo de sus hermosos paisajes sino también de sus gentes generosas, trabajadoras, contradictorias y a veces un poco cainitas, como las describiera Machado. Todos nosotros necesitamos un ejercicio parecido para saber de dónde venimos y por qué somos como somos. La librería de Michelle es una guía amable y sugestiva, una invitación a desempolvar el álbum de nuestros recuerdos, contemplar las fotos añejas y establecer el grado de relación que mantenemos hoy con lugares y personas, por si todavía hay tiempo para firmar acuerdos de paz, rubricar amistades, celebrar encuentros, responder preguntas, aclarar malentendidos, explorar caminos, aprender lecciones y disfrutar del regalo de la vida en común. Muchas gracias, Verónica, por estimular nuestra búsqueda. 

(Por cierto, el joven Gonzalito que acude vestido de seminarista (?) a la inauguración de la librería de Michelle cumple hoy 35 años de su ordenación sacerdotal. Laus Deo Virginique Matri). 

5 comentarios:

  1. Pues al joven Gonzalito, PER MOLTS ANYS!!! Unidos en la acción de gracias por tu sacerdocio. Un abrazo

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  2. Enhorabuena a ti y para todos los q tenemos el privilegio de conocerte y seguirte. Un abeazo

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  3. ¡¡¡¡¡Enhorabuena Gonzalo¡¡¡¡¡¡¡¡ Así que si había algún personaje real¡¡¡¡¡ Qué entretenido el post de hoy, me ha encantado. No sabía que Verónica era tu prima. Un abrazo. María

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  4. Felicidades Gonzalo por tan preciosa celebración. Sólo te quedan 40 para llegar a la actual marca de Joan Sidera, que aunque pueda ser complicado superar en años, (todo es posible), seguro que la has alcanzado en experiencias de entrega y generosidad. Y lo digo por lo mucho que agradezco tu cariño y amistad, lo mucho aprendido y recogido que además no cesa de llegar, desde tu oración, tu ministerio, tus escritos y tu escucha. Que Dios te siga bendiciendo. Un abrazo amigo. Juan

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  5. ¡Enhorabuena Gonzalo por ese aniversario...aunque sea con unos días de retraso!

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