domingo, 22 de mayo de 2016

Trinitarios de nacimiento

A Dios nadie lo ha visto. No lo digo yo, que camino a tientas por este mundo y nunca acabo de comprender del todo lo que creo y digo. Lo afirma el prólogo del Evangelio de Juan (cf. Jn 1,18). ¿Por qué entonces la Iglesia celebra este domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad si no tenemos experiencia directa de este Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿Está celebrando un enigma irresoluble o, más bien, adora humildemente un Misterio salvífico que Jesús “nos ha dado a conocer”? ¿Alguien se atreve, con un mínimo de decencia, a cartografiar esta realidad? Quienes no creen se mofan de nosotros diciendo que la matemática cristiana (“tres en uno”) es un fraude que no resiste la más mínima verificación. Son opiniones ingeniosas, pero superficiales y, en el fondo, inocuas.  Nuestro faro es siempre la Palabra de Dios. Por eso, cada domingo suelo remitir a las reflexiones del biblista italiano Fernando Armellini para una acogida responsable de esta Palabra. Necesitamos situarla en su contexto, comprenderla en el seno de la vida de la Iglesia y conectarla con nuestra vida personal y social.



Un amigo mío ha dedicado más de diez años a escribir su tesis doctoral sobre cuestiones trinitarias. Alguna vez le decíamos en broma que, de seguir excavando, acabaría por descubrir una cuarta persona. El humor es también una forma humilde de confesar nuestra pequeñez. 

Sin abandonarme a cuestiones especulativas, hay algo que desde niño no ha dejado de sorprenderme: el ser humano (varón y hembra) ha sido creado “a imagen y semejanza” de Dios. Eso significa que, contemplando lo que cada uno de nosotros somos, podemos intuir quién es Dios. Es verdad que la fe cristiana confiesa que esta imagen ha sido deformada por el pecado y que, por tanto, aparece borrosa y hasta irreconocible. Esto explica por qué muchas personas no acaban de “ver a Dios” en sí mismas y en los demás. Pero la fe también afirma con más fuerza que esta imagen ha sido restaurada por Cristo, la imagen verdadera del Dios invisible (cf. Col 1,15; cf 2 Co 4, 4).

Basados en esta revelación, podemos decir que todos nosotros somos “trinitarios por nacimiento”. En cada uno de nosotros está impresa la huella indeleble de Dios. Nuestra identidad es trinitaria: reflejamos la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Somos comunión dentro de nosotros y con toda la realidad. Esto significa que no somos individuos clausurados en nosotros mismos, que somos en la medida en que salimos de nosotros en un continuo éxtasis de amor. Por tanto, cada vez que nos replegamos de forma egoísta o buscamos solo nuestros intereses, estamos opacando la imagen de Dios en nosotros, nos volvemos a-teos, negamos nuestra identidad más profunda, nos perdemos.  

¿Cómo recuperar la fe malgastada? ¡Saliendo de nosotros mismos, abriéndonos a los demás! Como afirma el filósofo Lévinas en una frase que siempre me ha impresionado, “la dimension du divin s'ouvre à partir du visage humain” (la dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano). Pero no hace falta leer a Lévinas. Basta recordar lo que la misma Palabra de Dios nos repite tantas veces en los escritos de Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Y todavía con más claridad: “Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección” (1 Jn 4,12).

Ser trinitarios significa, pues, entender y vivir la existencia desde el amor porque Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– “es amor” (1 Jn 4,8). 

Os dejo con el hermoso Gloria de Antonio Vivaldi, que es un canto de alabanza a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Feliz fiesta de la Santísima Trinidad!


"El amor solo puede ser trinitario. 
Si hemos aprendido a contar solo hasta dos, 
no hemos empezado a amar de verdad"
Gaetano Piccolo

sábado, 21 de mayo de 2016

Siempre nos quedará Bach

El fin de semana solemos disponer de más tiempo para hacer lo que nos está vedado el resto de la semana. Para mí, una de esas actividades extraordinarias es escuchar música. Si tuviera que elaborar una lista de mis compositores favoritos me vería en un gran apuro. Me sentiría casi como el niño al que le preguntan a quién quiere más: si a papá o a mamá. Cuando no hay problemas de por medio, siempre responde lo mismo: “A los dos igual”.  Pero, a diferencia del niño, yo no quiero a todos los compositores por igual. Voy a dar una pista de por dónde van mis preferencias. Cuando le preguntaron al biólogo estadounidense Lewis Thomas qué escogería él como mensaje de la humanidad para las posibles civilizaciones del espacio exterior, contestó: “Yo enviaría las obras completas de Bach… pero eso sería un alarde”. Sí, para mí la música del genial Johann Sebastian Bach (1685-1750) –no confundir con otros muchos Bach del panorama musical– es un alarde, algo excesivo. Casi me atrevería a decir que él es la música. Las etapas de su vida musical están asociadas a los lugares donde vivió: Arnstadt (1703-1707), Mühlhausen (1707-1708), Weimar (1708-1717), Köthen (1717-1723) y Leipzig (1723-1750). Fue como un riachuelo eso es lo que significa Bach en alemán que discurrió por varias tierras alemanas regándolas con su creatividad y belleza.

Disfruto con Händel, Mozart, Vivaldi, Beethoven, Brahms y otros muchos, pero lo de Bach –el “viejo peluca”, como lo llamaba el recordado Fernando Argenta en el divertido programa Clásicos Populares de Radio Nacional de España– es otra cosa.  Que uno nazca en el seno de una familia de músicos, sea un excelente organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de capilla y kantor es ya señal de excelencia. Pero si, además, es un compositor prolífico y genial –el mejor de la historia para muchos críticos–, entonces no hay más remedio que quitarse el sombrero ante él. Para completar el cuadro solo falta añadir un pequeño detalle: tuvo 20 hijos, frutos de sus dos matrimonios, pero solo le sobrevivieron 7. Así que fue fecundo biológica y artísticamente a lo largo de una existencia que alcanzó los 75 años, meta nada despreciable para los hombres del Barroco. ¡Lástima que las cataratas lo dejaran casi ciego al final de su vida, con la consiguiente merma de su producción musical!

Durante los últimos veintisiete años fue Kantor de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig. A esta etapa pertenecen sus obras corales más impresionantes: sus dos Pasiones (la de San Mateo y la de San Juan), la monumental Misa en Si menor y el Oratorio de Navidad

Es imposible hacer un resumen de su vastísima producción. La música de Bach se puede usar hasta para dormir a los bebés. El Clave bien temperado, con sus 48 preludios y 48 fugas, es un verdadero tratado didáctico que los músicos profesionales estudian a conciencia. De todos modos, un post no es un lugar para disquisiciones técnicas

¿Por qué me gusta Bach? Lo podría resumir en tres palabras: por su armonía, profundidad y sublimidad.  La música de Bach es una vacuna para los males de nuestro tiempo. Nos previene contra: 
  • el desequilibrio (armonía), 
  • la superficialidad (profundidad) y
  • la indiferencia (sublimidad). 
La última nota es difícil de explicar. Sublime significa “excelso, eminente, de elevación extraordinaria”. Hay compositores que me entretienen, divierten, conmueven, animan, entristecen, sugieren, alegran… Bach me eleva; es decir, me abre a la trascendencia. Es lógico que así sea porque su objetivo como compositor era alabar la gloria de Dios. Esto sucede en pleno siglo XVIII, el siglo de las luces, cuando algunos europeos empiezan a valorar tanto la razón que acabarán considerando a Dios como una hipótesis innecesaria para explicar el universo y conducir racionalmente la vida humana. Lo que se buscaba no era la gloria de Dios sino la vana-gloria del hombre. El músico Claude Débussy reconoció la sublimidad de Bach casi de forma blasfema: "Es el amado Dios de la música, a quien todos los compositores deberían elevar una oración antes de ponerse a trabajar".

Johann Sebastian Bach, con su música excelsa, ha hecho realidad un axioma de san Ireneo de Lyon que me parece una de las mejores síntesis del misterio de la vida: “Gloria Dei vivens homo et vita hominis visio Dei” (La gloria de Dios consiste en que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios). Por una parte, el genio de Bach es una expresión humana de la gloria de Dios. Por otra, la obra de Bach, su vida entera, es un camino que nos lleva a la comunión con Dios. Voy a decir una barbaridad que espero sea comprendida en su justa medida: es imposible escuchar a Bach y ser ateo. Utilizo el verbo escuchar y no el verbo oír para poner de relieve el hecho de entrar en el misterio que su música sugiere y casi desvela. De hecho, el filósofo nihilista Nietzsche llegó a escribir: "Esta semana he ido a escuchar tres veces la Pasión según San Mateo del divino Bach, y en cada una de ellas con el mismo sentimiento de máxima admiración. Una persona que —como yo— ha olvidado completamente el cristianismo, no puede evitar oírla como si se tratase de uno de los evangelios". 

Bueno, creo que es suficiente por hoy. Os dejo con algunas piezas que representan un pequeño botón de muestra de la obra de este genio.

En primer lugar, su famosa Tocata y fuga en re menor.


Y ahora el Aria de la suite en Re mayor (transcripción para órgano): 


Es comovedor el célebre coral O haupt voll blut und Wunden ("Oh rostro ensangrentado") de la Pasión según San Mateo.


Y, para terminar con un toque más relajado, he aquí una curiosa versión de la  Canción para violoncelo, interpretada por siete personas (en realidad, se trata del mismo intérprete) que usan el instrumento de modos diversos para producir una simpática armonía.


viernes, 20 de mayo de 2016

Dios entre martillos y pucheros

Disfruto mucho con los himnos de la Liturgia de las Horas. Me acompañan a lo largo de la jornada como si fueran ángeles custodios. A veces, me sorprendo a mí mismo canturreando algunos mientras trabajo o voy de un sitio para otro. A fuerza de repetirlos tantas veces, forman ya parte de mi manera de hablar con Dios. 

Reconozco que esto me pasa solo con los himnos en español; no lo he logrado con los himnos en italiano, quizá porque me resultan más insípidos. Hoy quiero detenerme en uno que habla de la presencia de Dios en el trabajo. Consta de dos estrofas formadas por versos octosílabos. Me detengo un poco en cada una de ellas.

Te está cantando el martillo
y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda
librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo
te pones a mediodía,
Dios de esta dura porfía
de estar sin pausa creando,
y verte necesitando
del hombre más cada día!

El himno contempla los objetos cotidianos como formando parte de esta gran orquesta de la creación. El martillo y la rueda (lo mismo que el coche, el ordenador, el bisturí o el puchero) se unen al canto de alabanza que todos los seres elevamos al Creador. Pero no solo eso: Dios mismo sigue creando a través de la creatividad de todos nosotros, sus hijos e hijas. Cada vez que realizamos nuestro trabajo con amor estamos rematando la obra inconclusa de nuestro Padre. El mundo no está acabado. Tenemos una gran tarea por delante. Cuando uno siente que su pequeño trabajo de cada día es una nota de esta partitura universal descubre que no es inútil, encuentra un nuevo sentido. No importa que mi nota sea una redonda de larga duración o una semicorchea fugaz. Lo que cuenta es que esté bien colocada en el pentagrama universal.

Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto
ni en la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde,
que Dios está -sin mortaja-
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde. 

Hace años se hizo famosa esta pintada: “Dios ha muerto. Marx ha fallecido y yo me siento muy malito”. El himno protesta contra el certificado de defunción de un Dios que sigue vivo en la vitalidad de sus hijos e hijas. Basta abrir bien los ojos para observar cómo el amor de Dios se está multiplicando en los millones de gestos de amor que los seres humanos prodigamos cada día: desde las mamás que cuidan de sus bebés hasta las personas que acompañan a los ancianos, pasando por todos cuantos somos capaces de renunciar a lo propio para que otros vivan un poco mejor. Los últimos versos son un correctivo a la imagen de un Dios demasiado alejado, recluido en el desierto o en la montaña, como a veces lo presenta la Biblia. No: “Dios está sin mortaja / en donde un hombre trabaja / y un corazón le responde”. En otras palabras: Dios vive en el corazón humano que sigue latiendo y transformando este mundo según su designio de amor. 

jueves, 19 de mayo de 2016

Medio siglo de la Iglesia española

No todos los lectores de este blog provienen de España. En otra ocasión señalé ya cuáles son, por número de visitas, los países más frecuentes: España, Italia, Estados Unidos, Colombia, Alemania, Puerto Rico, Irlanda, Argentina, Portugal, Reino Unido, etc. Es claro que casi el 50% son lectores españoles. Por eso voy a escribir algo sobre el último medio siglo de la Iglesia en España. El tema me lo ha sugerido una interesante conversación que mantuve hace un par de días, durante una cena en mi comunidad, con el cardenal claretiano Fernando Sebastián Aguilar y el periodista Antonio Pelayo, corresponsal de Antena 3 en Roma y colaborador habitual de la revista Vida Nueva. La diplomacia de los manteles sigue siendo muy positiva.

El cardenal ha venido a Roma para presentar esta tarde en la Embajada de España ante la Santa Sede sus Memorias con esperanza. El libro ha dado mucho que hablar. No todos se atreven a poner negro sobre blanco sus experiencias, sobre todo cuando en ellas están involucradas otras muchas personas que todavía viven. Ambos personajes (Fernando Sebastián y Antonio Pelayo) son testigos privilegiados de la evolución de la Iglesia en España en estos últimos 50 años, que coinciden con la historia de la Conferencia Episcopal. El cardenal ha sido uno de sus protagonistas cualificados. El periodista ha contado esta historia a través de diferentes medios. Ambos están muy bien informados y saben contar las cosas con objetividad y humor. Fue una delicia conocer de primera mano anécdotas, personajes y algunos vericuetos desconocidos para mí. Naturalmente, no todo se puede contar en un blog, pero sirve para enmarcar situaciones, comprender claves y tener opiniones fundadas. 

Si yo tuviera 20 años, tendría muchas dificultades para creer que una institución como la Iglesia Católica, tan poco valorada en la actualidad, haya contribuido eficazmente a la transición democrática española y a la reconciliación entre todos los ciudadanos. Lo que veo y oigo en muchas televisiones, en chistes que corren por las redes sociales y en comentarios por la calle, es lo contrario. Mentar a la Iglesia es como desenterrar el hacha de guerra. Puedo comprender algunas reacciones críticas, sobre todo por parte de quienes han tenido experiencias negativas en relación con ella, pero me cuesta aceptar los juicios sumarísimos. A menudo surgen de una ignorancia enciclopédica o de prejuicios no superados. Quienes tienen más trayectoria han sido testigos de los cambios que se han producido en la Iglesia a lo largo de las últimas décadas y del acompañamiento realizado por la Conferencia. Para algunos, se trata de cambios desafortunados, en la línea equivocada. Para otros, siguiendo la ruta marcada por el Concilio Vaticano II, aunque con muchos problemas prácticos para seguirla en un mar tan revuelto como el español.

Como no hay opinión sensata sin una buena información, os invito a ver el vídeo "Aliados de la Vida" que 13tv ha elaborado con motivo del 50 aniversario de la Conferencia Episcopal Española (1966-2016). Es una historia sintética, necesariamente incompleta, de un período caracterizado por rápidos y profundos cambios. 


miércoles, 18 de mayo de 2016

No sé cómo decirlo

No sé cómo decirlo, pero la crisis de la familia supone la crisis de nuestra sociedad. Me cuesta escribir sobre este asunto porque más de uno podría decirme: “Pero, ¡qué sabrás tú, que eres célibe, de todas estas cosas! ¡Ya estamos con bobadas clericales!”. Es verdad. Yo no he formado una familia propia, pero he nacido en el seno de una familia, vivo un estilo de vida familiar en mi comunidad misionera y conozco muy de cerca la vida de muchas familias amigas. Por otra parte, ya se sabe que de política, religión, sexo y deporte todos hablamos como si fuéramos doctores. Pero todos sabemos también que lo que decimos no tiene más fuerza que los argumentos que lo sustentan. Aunque a veces, abandonados a la discusión, nos empeñemos en debates pasionales y absurdos.


Si yo fuera un dictador y quisiera manejar un grupo social al servicio de mis intereses y mi ideología, lo primero que haría sería debilitar a los individuos, de manera que fueran fácilmente manipulables.


¿Dónde se forman las personas de manera más integral? Es evidente que en el seno de las familias. Luego, la estrategia tiene que ser clara: conseguir que las familias se desestructuren y desfiguren lo más posible. Naturalmente, como buen dictador que soy, no lo voy a hacer de manera directa y obscena. Utilizaré formas más sutiles. Comenzaré diciendo que ese modelo familiar basado en la presencia de un padre, una madre y unos hijos es un residuo burgués. En realidad, hay muchos modelos, tantos como a las personas se les ocurran (dos padres, dos madres, familias monoparentales, el llamado poliamor, hijos y hermanos de varias uniones, etc.).  Eso sí: lo importante es que haya amor, mucho amor.  Esto lo repetiré por activa y por pasiva para que cale bien. Todo el mundo tiembla y se derrite ante el amor. Los niños pueden crecer sanos, física y psíquicamente, en contextos muy diversos. El modelo tradicional no hace sino perpetuar un sistema autoritario y represivo que no favorece el crecimiento libre de las personas. ¡Ya está bien de imponer un modelo único! ¡Abajo la dictadura de la familia tradicional!

Después, proseguiría fomentando el divorcio exprés de forma que las parejas pudieran separarse siempre que les viniera en gana y de la manera más fácil y rápida posible. Diría que todo el mundo tiene derecho a ser feliz y que no es humano sufrir cuando puedes encontrar otra alternativa. El mercado está lleno de propuestas. No hay que preocuparse por los hijos: la ley puede prever un régimen de cuidados y visitas para ellos (los supervivientes del naufragio), de modo que no se vean privados del amor y la atención de sus progenitores.


Insistiría también en que el aborto no es como lo pintan los religiosos amargados a base de trazos apocalípticos. En realidad, se trata del derecho inalienable de la mujer a la "interrupción libre del embarazo". Aduciría algunos datos científicos para que la presentación resultara más aséptica y convincente. Además, insistiría en un tema que preocupa mucho: tenemos un planeta superpoblado. No está bien inundarlo de más pequeñuelos que no traen sino problemas debajo del brazo, en vez del correspondiente pan (como se decía antes). El argumento de ecosostenibilidad impacta mucho hoy. Añadiría que la mujer no está llamada a ser una criadora de hijos, recluida en el hogar, sino que tiene derecho a su desarrollo personal. Esto lo subrayaría con mucha fuerza para ganarme el aplauso de las mujeres que hacen lo imposible por conciliar vida familiar y laboral. Todo esto no lo difundiría naturalmente a través de sesudos libros que nadie lee, sino mediante películas, series de televisión (dirigidas, sobre todo a los jóvenes) y, en general, a través de la industria del entretenimiento: ¡Que no pare la fiesta!

¿Habrá algún dictador o alguna organización con tamaña mentalidad, o todo es fruto de "una noche en una mala posada"? Haberlos, haylos. No creo mucho en conspiraciones judeo-masónicas e historias de este tipo. Me parecen simplificaciones de una realidad compleja. Pero no soy tan ingenuo como para pensar que todo lo que ocurre es resultado de la simple "evolución natural de las costumbres". 

Quienes aspiran a dominar el mundo saben que individuos desprovistos de un contexto familiar sano, con la identidad y la autoestima heridas, víctimas de relaciones sucesivas, ansiosos de reconocimiento, son fácilmente atrapados por el consumo, por las mil formas de placer, la política y, en algunos casos, por ciertas propuestas religiosas también manipuladoras. En definitiva, que son carne de cañón para una sociedad de esclavos, no de personas libres y responsables. Una vez conseguido esto, lo demás cae por su propio peso. 




Creer en la familia y fortalecerla es el primer paso para una regeneración del tejido social. Para esto, no hace falta tal vez convocar manifestaciones masivas por las calles. Hay que creer en su valor y significado, vivirlos en carne propia e impulsar y exigir aquellas medidas sociales que pueden favorecerla porque, al fin y al cabo, más allá de cualquier otra consideración, la familia es un bien social (humano, económico) de primer orden.

martes, 17 de mayo de 2016

Feliz cumpleaños, con perdón

Esta semana cumplen años varias personas amigas. ¡Pura coincidencia! Se ve que mayo es un mes fecundo. A través del correo electrónico o de Facebook les mandaré un mensaje de felicitación. En algún caso, las llamaré por teléfono. Aunque me suena a tópico gastado, les diré –incluso les tararearé– el inevitable Cumpleaños feliz. O Happy birthday. O Buon compleanno. E incluso Parabéns a você. Después me quedaré con cara de tonto. ¿Qué significa cumplir años? ¿Por qué este hecho se debe calificar de feliz si no sabemos si realmente lo es? ¿O se trata de un deseo? Si me atengo al Salmo 89, 10, tendría que confesar que “aunque uno viva setenta años, / y el más robusto hasta ochenta, / la mayor parte son fatiga inútil, / porque pasan aprisa y vuelan”. Después de semejante declaración, se le quitan a uno las ganas de soplar las velas de la tarta.

En sentido estricto, cumplir un año significa que durante 365 días has dado gratis una vuelta alrededor del Sol a lomos de este formidable vehículo esférico que llamamos planeta Tierra. Lo cual no está nada mal dados los tiempos que corren. Si has conseguido hacerlo sin marearte, mereces un premio porque has orbitado a 29,8 kms. por segundo; o sea, a unos 108.000 kms. por hora. En comparación con el globo terráqueo, los coches de Fórmula 1 son unos ridículos caracoles. Cuando se traspasa la bandera que señala el fin de la vuelta anual, muchas personas se sienten contentas. Se les antoja un triunfo porque han sobrevivido a las muchas contingencias que suelen ocurrir en un año. ¡Enhorabuena! Vivir para contarlo. 

A otras, por el contrario, les parece un pétalo menos en la margarita de su vida, una etapa volante que anticipa la meta final. Como este asunto tiene algo de sacro (porque nos sitúa en el misterio de la vida, con su belleza y su límite), exorcizamos el miedo a base de ritos que siguen una pauta consabida en cada cultura. En la nuestra suele haber una tarta de por medio, algunas velas un poco ridículas, quizás unos regalos de poca monta y el inevitable Happy birthday to you cantado con unas voluntariosas voces desafinadas. ¡Que conste que me someto volentieri a este rito las veces que haga falta!

Pero, ¿qué es lo que me gustaría decirles, en realidad, a mis amigos que cumplen años si se me permitiera salirme un poco del guion y si encontrara la oportunidad para hacerlo? Me gustaría decirles algo como esto:
  • Me alegro de que hayas llegado hasta aquí sin tirar la toalla, a pesar de que durante los últimos 12 meses no han faltado ocasiones para hacerlo.
  • Me alegro de que hayas mantenido abierta, un año más, la línea de comunicación a través de la cual hemos compartido momentos intensos y también la belleza de la cotidianidad.
  • Me alegro de que no disimules el envejecimiento sino que lo aceptes como proceso normal de la vida, tratando de acomodarte a las características de cada etapa. No me gustan los amigos de 30 años que parece que tienen 50 ni los de 60 fingiendo una juventud que se ha evaporado.
  • Te agradezco que mires el pasado sin nostalgia y sin resentimiento, sin la necesidad de tener que ajustar cuentas con la vana confianza de que entonces todo irá mejor.
  • Te agradezco que contemples el futuro con la serena esperanza de quien sabe que nuestra vida descansa en Dios y que su intensidad no se mide por el número de años sino por el amor regalado. No hemos sido creados para durar –como si fuéramos pilas Duracell- sino para vivir des-viviéndonos.
  • Te agradezco que afrontes el presente con la lógica serena del Padrenuestro, que no le pide a Dios un contenedor de alimentos sino algo más elemental: “Danos hoy nuestro pan de cada día”.
  • Te pido que, sea cual fuere tu situación, no te obsesiones con ser feliz, como si acabaras de leer un manual de autoayuda, sino que afrontes lo que venga con la confianza a la que Jesús nos invita cuando dice: “No estéis, pues, preocupados por el día de mañana, porque mañana ya habrá tiempo de preocuparse. A cada día le basta con sus propios problemas” (Mt 6,34).
  • Te pido que, antes de que sea demasiado tarde, valores cada pequeño detalle de la vida cotidiana: desde el hecho de levantarte y respirar hasta disponer de agua, vivir con personas queridas, realizar un trabajo o darte un paseo contemplando los efectos de la primavera.
  • Te pido que no abuses de la tarta que te han preparado (sobre todo, si tienes alto el índice de glucosa), procures no escupir cuando soplas las velas y no te sientas obligado a sonreír de oreja a oreja si no te sale de dentro.


lunes, 16 de mayo de 2016

Euro-visión, mucho más que un festival

El pasado sábado 14 de mayo se celebró en Estocolmo la 61 edición del famoso festival de Eurovisión. De los 42 países participantes, solo 26 llegaron a la gran final. Ganó Jamala, la representante de Ucrania, que cantó ante los 10.000 espectadores que abarrotaban el Globe Arena de la capital sueca. 

Hace años que no sigo este certamen. Recuerdo los tiempos de Eres tú de Mocedades en 1973 y algunos otros éxitos aislados. Lo que más me interesa es precisamente el nombre. Ya sé que la palabra Eurovisión, antes que al famoso festival, se refiere a la red de distribución de televisión que forma parte de la Unión Europea de Radiodifusión. Pero a mí me interesa emplearla en un nuevo sentido: como la visión de una nueva Europa. Me parece urgente dedicar tiempo y energías a imaginar cómo nos gustaría que fuera el “viejo continente”. La llegada masiva de refugiados, la eclosión de algunos nacionalismos, el crecimiento de movimientos xenófobos, la parálisis institucional, el referéndum británico (el famoso Brexit), el gigantismo burocrático en detrimento de la participación popular, la falta de un claro proyecto de futuro, … están poniendo en crisis el significado de la Unión Europea. Necesitamos una nueva Euro-visión.

El pasado 6 de mayo, en su discurso de aceptación del Premio Carlomagno 2016, el papa Francisco –que no es europeo– nos recordó que “la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa”. Después de alabar el esfuerzo hecho tras la Segunda Guerra Mundial para construir, por libre decisión, la “casa común europea”, Francisco aludió a la crisis actual: “Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados”. Se atrevió a ir más lejos. El Papa ve hoy “una Europa decaída que parece haber perdido su capacidad generativa y creativa. Una Europa tentada de querer asegurar y dominar espacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación”. 

Luego, de forma retórica, nos ayudó a despertarnos del letargo con algunas preguntas incisivas: “¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”.

Pensando en el futuro, el papa Francisco sugiere tres pistas concretas: capacidad de integrar, capacidad de diálogo y capacidad de generar. Terminó su discurso, a la manera de Martin Luther King, compartiendo su “sueño de Europa”. Lo transcribo íntegramente:
“Sueño un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, valor y una sana y humana utopía».
Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida.
Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte.
Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable.
Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes.
Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos.
Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.
Yo soy un europeísta convencido. No olvido las enormes dificultades que tiene el proyecto europeo, soy muy consciente de la crisis actual, comprendo algunas reacciones nacionalistas, pero nada de esto es comparable al proyecto de un continente unido que sepa integrar su rica diversidad en una nueva visión de futuro. 

Muchos dicen que la Unión Europea es solo un laberinto burocrático al servicio de Alemania, su tercer intento (¿pacífico?) de dominar el continente. Achacan al euro los males de la economía. Insisten en el abismo Norte-Sur. Echan de menos una política laboral y fiscal común. Son críticas razonables. Pero una crisis coyuntural no debe olvidar que se trata de un proyecto a largo plazo que ha cubierto ya etapas decisivas. No conviene tirar la toalla a mitad de camino.


El “sueño del papa Francisco” señala con claridad algunas líneas de actuación. Hacen falta políticos comprometidos que las gestionen con inteligencia y generosidad y ciudadanos que las apoyemos con nuestras capacidades y propuestas. Si no existiera algo parecido a la Unión Europea, la echaríamos de menos en este mundo global.