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miércoles, 31 de julio de 2024

Los contrastes de la vida


El mes de julio se cierra con la memoria de san Ignacio de Loyola. Esta mañana, mientras rezaba el Oficio de lecturas, me he detenido en estas palabras de los Hechos de San Ignacio relatados por su secretario Luis Gonçalves de Cámara: “Cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría”. 

Este contraste entre la tristeza y la aridez espiritual (provocadas por las cosas del mundo) y el gozo y la alegría (producidas por su acercamiento a la vida de los santos) es el mismo que tal vez experimentamos nosotros en nuestra vida espiritual. Las “cosas del mundo” suelen producir un placer inmediato, pero luego dejan un regusto amargo, un cierto hastío. Las “cosas del Espíritu”, por el contrario, se nos presentan a menudo cuesta arriba, pero acaban llenando el corazón de paz y alegría.


Estos contrastes los experimentamos a cada paso. Quizás en la etapa de la juventud son más extremos. El profesor López Quintás hablaba de “exaltación” (estado de euforia producido por experiencias vertiginosas) y de “exultación” (estado de entusiasmo producido por experiencias extáticas). Es obvio que la industria del entretenimiento dirigida a los jóvenes promueve de mil maneras los momentos de exaltación. Por todas partes se vende el placer inmediato. Da igual que se obtenga mediante el consumo de sustancias psicodélicas, la práctica del “puenting” o las orgías grupales. 

A corto plazo, estas experiencias parecen eliminar la soledad en la que muchos jóvenes viven, producen una sensación de bienestar y plenitud, pero, en realidad, se trata de un espejismo. A medio y largo plazo, crean adicción y ahondan el abismo de la soledad. A veces se tarda muchos años en descubrir la trampa. Mientras, crece el deterioro personal y el aislamiento social. Se paga un precio muy alto cuando se entiende la vida solo en clave de “exaltación”. No es difícil manipular a las personas “exaltadas” y conducirlas hacia intereses ideológicos, políticos o económicos. Basta saber alimentar y manejar sus emociones.


Las experiencias de “exultación” no son de alto voltaje emocional. Se suelen producir en ámbitos de silencio, encuentro interpersonal o búsqueda espiritual. No producen un placer inmediato, físico, pero dejan en el alma un poso de paz y quietud porque nos conectan con la fuente de nuestro ser. Una persona “centrada” es menos manipulable que una persona “divertida”. Se remite a valores permanentes, no a emociones pasajeras. San Ignacio percibió muy bien este contraste. Fue capaz de elaborar unas orientaciones claras para discernir lo que viene “del mal espíritu” (la exaltación) y lo que viene del buen espíritu (la exultación). O, dicho con el lenguaje de san Pablo, lo que viene de la “carne” (el hombre viejo) y lo que viene “del Espíritu” (el hombre nuevo). 

Creo que hoy necesitamos este magisterio de los santos para no dejarnos llevar por cualquier propuesta seductora. Necesitamos menos invitaciones al entretenimiento (estamos saturados) y más ayudas para el discernimiento (andamos escasos). El resultado será la paz y la alegría que andamos buscando como locos, aunque a menudo nos confundamos de camino.



martes, 30 de julio de 2024

La mejor versión


Me llegan noticias directas de lo que está pasando en Venezuela. Es verdad que los medios de comunicación españoles están informando de la situación, pero el enfoque depende mucho de su orientación ideológica. Parece que no hay ningún fundamento objetivo para creer que Maduro haya ganado las elecciones, excepto su propia celebración de la victoria. Más bien, hay datos para creer que el triunfo de la oposición ha sido abrumador. Varios países y organizaciones internacionales han pedido que se haga un recuento verificable de los votos ante las sospechas de fraude. Mi amigo venezolano me envía desde Caracas varios documentos gráficos y sonoros para mostrarme el descontento de gran parte de la población. Termina así su testimonio: “No sé cómo describir el ambiente, pero duele”. 

Lo que ha pasado no constituye ninguna sorpresa. El régimen chavista no va a soltar el poder por vías democráticas, aunque continuamente hable de “escuchar al pueblo”. Lo que me desconcierta es cómo todavía hay gente que sigue apoyando a este régimen o al de los Ortega en Nicaragua. Una de dos: o no conocen la situación real de la gente (incluyendo los más de ocho millones de exiliados) o son unos privilegiados que obtienen prebendas de estos regímenes dictatoriales. Quienes viven en Venezuela o en Nicaragua (nosotros tenemos varias comunidades claretianas en ambos países) y están en contacto con la gente saben lo que de verdad está sucediendo. Denunciar estas satrapías no significa echarse en brazos de la ultraderecha mundial como les gusta decir a sus líderes corruptos para desacreditar a quienes los critican. 


En situaciones así se vuelve a abrir el debate sobre la llamada “injerencia humanitaria”, un concepto que san Juan Pablo II defendió en varias ocasiones, sobre todo a propósito de la guerra de los Balcanes. Soy consciente de las dificultades teóricas y prácticas que plantea esta “injerencia”, pero creo que en determinadas situaciones es preferible correr este riesgo antes que dejar desamparada a una población que está siendo gravemente privada de sus derechos fundamentales. No sé cómo va a evolucionar la situación en Venezuela en los próximos días. Mi amigo venezolano me dice que “la violencia va a ir aumentando a medida que pasen las horas; salí para abastecernos un poco, pero ya todo está cerrado y solo pude comprar algunas cositas mientras la gente apuraba por conseguir alimentos”. 

¿Es posible que el apego al poder se coloque por encima de la seguridad y el bienestar del pueblo? No solo es posible, sino que, por desgracia, la situación se repite en múltiples contextos, no solo en la Venezuela chavista. Los creyentes queremos ser hombres y mujeres de paz, creemos en el poder de la reconciliación, pero eso no significa que transijamos con la injusticia flagrante. Si se demuestra que la oposición ha ganado las elecciones, el régimen de Maduro tiene que acatar los resultados. Ni el pueblo de Venezuela ni la comunidad internacional van a aceptar una nueva y sangrienta farsa, por más que se revista con lenguaje democrático o se desvíe la atención poniendo el foco en otras injusticias que se están dando en otros lugares del mundo.


Seguiré en contacto diario con mi amigo venezolano para que me cuente cosas de la calle que no suelen reflejarse en los medios de comunicación. Esperemos que no se dispare más la violencia y que se encuentren cauces pacíficos para una salida digna y respetuosa de la voluntad popular. También el pueblo venezolano tiene derecho a “su mejor versión”. Os dejo con un nuevo tema de Luis Enrique Ortiz que lleva precisamente por título “Mi mejor versión”. En un momento dado, este claretiano portorriqueño canta algo que puede iluminar la situación que ahora se vive en Venezuela: “Si quiero ser libre, solo hay una opción: renunciar al control para vivir mi mejor versión”. 

No es fácil “renunciar al control” cuando creemos que la seguridad nos viene del dominio sobre la realidad. La “mejor versión” del ser humano no es el poder, sino el servicio. Es probable que Maduro acabe “controlando” al país con el uso de la fuerza, pero eso no significará un avance, sino un fortísimo retroceso. La “mejor versión” es escuchar la voz de quienes claman por una libertad y una prosperidad que el régimen les ha robado hace mucho tiempo, por más que haya altavoces políticos y mediáticos que hacen propaganda de sus falsas bondades en todo el mundo.



lunes, 29 de julio de 2024

¡Ojalá estuvieras aquí!


Hace tres años escribí sobre los amigos de Betania en la memoria de los hermanos Lázaro, Marta y María. A pesar de la escasez de datos, es iluminador ver cómo cada uno mantiene un lazo especial con Jesús. Este año, derrotado por el calor madrileño y por las noticias contradictorias sobre los resultados electorales en Venezuela, prefiero fijar mi atención en una frase que Marta pronuncia en el evangelio de hoy: “Señor, si hubieras estado aquí”. También escribí ya sobre ella hace siete años. No voy a repetir lo que compartí entonces. En realidad, la frase completa es: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Es verdad que, más adelante, Marta va a hacer una impresionante confesión de fe, a la altura de la de Pedro: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. 

Pero hoy me detengo en esa misteriosa frase condicional que, no sé por qué, me ha hecho recordar el Wish you were here de Pink Floyd. Esta vez quiero interpretar las palabras de Marta a partir de la última estrofa de la canción de Pink Floyd: “How I wish, how I wish you were here. / We're just two lost souls / Swimming in a fish bowl, / Year after year, / Running over the same old ground. / What have we found? / The same old fears. / Wish you were here”. Aunque es muy difícil traducir los textos poéticos sin empobrecerlos, en español la estrofa sonaría más o menos así: “Cómo desearía, cómo desearía que estuvieras aquí. / Solo somos dos almas perdidas / Nadando en una pecera, / Año tras año, / Corriendo sobre el mismo viejo terreno. / ¿Qué hemos encontrado? / Los mismos viejos miedos. / ¡Ojalá estuvieras aquí!”.


No sé si proyecto mis propias sombras, pero veo a mucha gente perdida, “nadando en una pecera”, moviéndose mucho, sin franquear nunca la barrera de una vida roma, prisionera de “los mismos viejos miedos”. No sé si el afán por viajar que muchos jóvenes comparten hoy es una expresión de ese deseo de huir de una vida mediocre con el vano intento de encontrar fuera lo que no acaban de encontrar dentro. En estos días de vacaciones estivales, las carreteras, las estaciones de autobuses y trenes y los aeropuertos están abarrotados de gentes con maletas, bolsas y mochilas que necesitan huir de la ciudad para encontrar en alguna playa, montaña o lugar turístico ese “paraíso perdido” que no encuentran cuando se limitan a “correr sobre el mismo viejo terreno”. 

El sábado, después de la ceremonia de la boda que celebré en Logroño, comprobé cómo los invitados más jóvenes  disfrutaban bebiendo y bailando, como si la mezcla de alcohol y ritmo rompiera la mediocridad de una vida gris, laboralmente exitosa, pero personalmente insatisfecha. Todos se volvieron locuaces y amigables. ¿Qué tiene que suceder para que uno se encuentre bien consigo mismo? ¿Quién tiene que venir para que nuestro vacío interior se llene de luz?


Las palabras que Marta le dirige a Jesús –“si hubieras estado aquí”
 son, en el fondo, el grito que todos nosotros lanzamos cuando nos corroe el vacío, cuando, después de haberlo intentado todo, no acabamos de encontrar la plenitud que ansiamos. Con Pink Floyd, nos atrevemos a modificarla un poco para que exprese mejor nuestro deseo profundo: “¡Ojalá hubieras estado aquí!”. Creemos en Jesús, pero a menudo echamos de menos una presencia más evidente y eficaz. Quisiéramos sentir su mano sobre nuestro hombro. 

Él nunca se separa de nosotros, pero nos pide el salto de creer en él. Sin fe, Jesús no es nada, un vano sentimiento que hoy viene y mañana se va. Marta, tan cercana y tan amiga, tuvo que aprender a “creer” en Jesús, no solo a admirarlo como amigo. Tuvo que aprender que, aunque distante físicamente, él siempre está cerca de quien cree en él. El “¡ojalá estuvieras aquí!” se transforma en: “¡Ayúdame a reconocer que ya estás aquí!”. Los “amigos de Jesús” como sucedió con Lázaro, Marta y María tenemos que aprender a relacionarnos con el Maestro en un nivel más profundo que la mera admiración o incluso que la ejemplaridad moral. Estamos llamados a creer que -como él mismo nos prometió- estará siempre con nosotros hasta el final de los tiempos.


domingo, 28 de julio de 2024

Cinco panes y dos peces


¿Por qué un muchacho lleva cinco panes y dos peces en su bolsa cuando a un adulto le bastan tres panes al día para alimentarse bien? ¿O es que se ha traído al campo los cinco libros de la Torah más los libros sapienciales y proféticos? ¡Qué manía tienen los evangelistas con obligarnos a descifrar su lenguaje simbólico! Sea como fuere, este XVII Domingo del Tiempo Ordinario, en plena canícula, nos habla de hambre, alimento y sobras. 

Mientras, el mundo ha asistido atónito a la controvertida inauguración de los Juegos Olímpicos en París y yo trato de recuperarme de los excesos de la boda de ayer (tormenta incluida) antes de emprender el viaje de regreso a Madrid. Nos aguardan varios domingos -como sucede todos los años a caballo entre el mes de julio y agosto- para meditar sobre el capítulo 6 del evangelio de Juan. ¡Es probable que también a nosotros nos sobre demasiado pan después dar vueltas al mismo asunto durante tanto tiempo!


Del evangelio de hoy, quiero destacar algunos elementos. Llama la atención la cantidad de gente que sigue a Jesús. La razón es muy humana y comprensible: “porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Cualquiera que asegure una curación tendrá siempre seguidores. Somos demasiado sensibles al poder destructivo de la enfermedad como para no agarrarnos a un clavo ardiendo. Sucedió en el pasado y sigue sucediendo hoy. ¿Cuántos cantamañanas se presentan como curadores del cáncer, por ejemplo, y cuántos ingenuos sucumben a sus engaños? Jesús es de otra pasta. Cura de verdad. Y además da de comer. 

Aquí entran en juego dos discípulos: Felipe y Andrés. Felipe analiza el problema (“Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”) y Andrés aporta un inicio de solución (“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces”). Es muy probable que ese muchacho no fuera el único que llevaba más provisiones de las necesarias para una jornada. Es la hora de Jesús. El evangelio describe su acción con verbos eucarísticos: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”. 

Por ninguna parte se habla de “multiplicación”. No es un asunto de matemática divina, sino de solidaridad humana. Una vez que la multitud se ha saciado como si estuviera en una boda, “llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido”. Después de este “signo”, quienes antes veían a Jesús solo como un curandero afamado, ahora lo confiesan como profeta: “Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo”. ¡Hasta se animaron a proclamarlo rey! Jesús no cayó en la trampa. Se escurrió como pudo y se refugió solo en la montaña.


Un relato tan rico admite varios niveles de lectura e infinidad de matices. Podemos poner el acento en “el milagro de la solidaridad”. Cuando todos ponemos en común nuestros “cinco panes y dos peces” (es decir, lo que tenemos para sobrevivir), acaba sobrando alimento. Esta podría ser la clave para acabar con el hambre en el mundo. Pero la cosa no termina ahí. El pan que alimenta de verdad a todos es Jesús mismo. Él es -como veremos con más detalle los próximos domingos- el verdadero pan de vida. Él es el pan “superabundante” para la vida del mundo. La Eucaristía lo actualiza sacramentalmente. 

Jesús no actúa en solitario. Se sirve de algunos “camareros del Reino”, discípulos que quieran ser promotores de solidaridad y servidores de la Eucaristía. Todos estamos invitados a ser Felipe, Andrés y el muchacho anónimo. No basta con quejarse de que estamos circundados de problemas. Hay que abrir los ojos, ver lo que se puede hacer y ponerse manos a la obra. Los “milagros” suceden cuando le prestamos a Dios los dones que él mismo nos ha dado.

sábado, 27 de julio de 2024

¡Vivan los novios!


Ayer iba de abuelos; hoy va de novios. A primera hora viajo a Logroño para presidir esta tarde el matrimonio de dos jóvenes amigos que han vivido unos años en Londres y ahora residen en Madrid. Espero vivir una celebración hermosa y auténtica. Confieso que hay muchas cosas de las bodas actuales que no van con mi manera de entender el matrimonio. Me resulta incomprensible la sofisticación que envuelve casi todos los aspectos de las bodas (despedidas de solteros, invitaciones con números de cuenta incluidos, webs de la boda, trajes, decoración, banquetes, baile, fotos y vídeos, luna de miel, etc.). Algunos novios me dicen que no pueden proceder de otra manera debido a la presión familiar o social. Los comprendo. Pero a veces en la vida hay que dar un puñetazo encima de la mesa y no claudicar de las propias convicciones. 

Creo que, gracias a Dios, la boda de mis jóvenes amigos se separa un poco del guion tradicional. A ambos los he visto muy implicados, conscientes de su verdadero significado. Mientras escribía la homilía que quiero compartir esta tarde con ellos y sus familiares y amigos, pensaba que todo matrimonio es una aventura “excesiva”. Lo que los cónyuges se prometen en el rito (amor personal, fecundo y fiel) excede con mucho sus capacidades humanas. ¿A santo de qué viene una promesa de tal envergadura? Después de comprobar de cerca innumerables fracasos, ¿merece la pena embarcarse en una travesía tan arriesgada y desproporcionada?


Muchos dicen que los célibes no deberíamos decir una sola palabra acerca del matrimonio porque no lo vivimos. Hablar por hablar. Es una advertencia sensata que nos previene contra discursos demasiado idealistas, alejados de la experiencia real. Pero el hecho de que no vivamos la realidad en primera persona no significa que no tengamos ninguna relación con ella. Si solo pudiéramos hablar de lo que experimentamos hasta el final, todos deberíamos permanecer mudos. 

A mí me parece -lo he escrito en numerosas ocasiones- que el matrimonio cristiano es una realidad “demasiado nueva” como para ser comprendida por la gente de nuestro tiempo. ¿Cómo vamos a saber qué significa un amor personal, fiel y fecundo cuando culturalmente vivimos tiempos de anonimato, incertidumbre y egocentrismo? Un matrimonio cristiano es seguramente el mejor signo de la existencia de Dios porque, sin mediar palabras, nos habla de un amor que refleja lo que Dios es.


De Madrid a Logroño tengo unos 334 kilómetros. Haré el camino en dos etapas tratando de evitar las horas más calurosas del día. Procuraré ser un testigo discreto de un compromiso que es en sí mismo hermoso y sobrecogedor, por más que se repita miles, millones de veces, y a menudo naufrague en una teatralidad vacía. A algunos de mis amigos que viven en pareja les cuesta dar este paso. Me dicen que no lo ven necesario, que lo importante es quererse y respetarse, que no se necesitan papeles para eso. Es verdad. Y, sin embargo, todo matrimonio es algo más que una historia entre dos. Es un acto social que involucra a quienes forman parte del círculo afectivo de los cónyuges, sin que esto implique que ese círculo deba condicionar la historia personal. 

Esto es evidente en las culturas asiáticas y africanas. Por eso celebran con tanta intensidad los matrimonios. Se ha perdido casi por completo en las culturas europeas y americanas. Aquí hemos subrayado tanto la dimensión personal (sin duda básica), que hemos olvidado que las personas no existimos en la burbuja sellada de nuestra afectividad, sino abiertos a múltiples relaciones que forman parte de nuestro entramado afectivo. En fin, que todo esto ronda por mi cabeza mientras procuro acomodar bien el traje y la camisa para que no se arruguen durante el viaje.

viernes, 26 de julio de 2024

¡Vivan los abuelos!


Tuve la suerte de conocer a un bisabuelo, dos abuelos y una abuela y de presidir como sacerdote el funeral de los tres últimos. Viví una relación muy prolongada y afectuosa con ellos, así que hoy celebro con alegría y gratitud el Día de los Abuelos en la memoria de los santos Joaquín y Ana, los padres de la Virgen María y “abuelos” de Jesús. Precisamente ayer estuve compartiendo la comida con unos amigos míos, sus hijas, sus yernos y sus tres nietos. Pude comprobar una vez más cómo los abuelos se transforman ante la presencia de los nietos. 

Es como si, cansados de haber batallado en la educación de sus hijos, sacaran de su bodega los mejores recursos afectivos sin tener que cargar con la responsabilidad de ser los educadores principales. Esto les permite combinar la ternura y la libertad en dosis que no usaron con sus hijos. La relación abuelo-nieto se caracteriza por el binomio gratificación-libertad. Viene a ser una sutil alianza contra un “enemigo” común: los hijos de los abuelos (es decir, los padres de los nietos). Me divertí mucho comprobando cómo funcionan estos juegos psicológicos sin que los protagonistas sean muy conscientes.


Hoy muchas familias jóvenes en las que los dos cónyuges trabajan fuera del hogar dependen mucho de los abuelos para el cuidado de los hijos. Hay abuelos y abuelas que los llevan al colegio, supervisan las comidas, los acompañan a algunas actividades extraescolares o al pediatra y se hacen cargo de ellos cuando los padres tiene que viajar por motivos laborales o recreativos. He conocido más de un caso en que la abuela se ha convertido en catequista de sus nietos, dado que los padres pertenecían a la generación de parejas secularizadas que tienen a gala no educar a sus hijos en la fe “para que decidan libremente cuando sean mayores”. 

Los abuelos, bastante más sabios que sus hijos, saben que no se pueden cosechar frutos donde no se han sembrado semillas de calidad. Son verdaderos profetas en tiempos de confusión. Los abuelos, además, aportan una estabilidad afectiva en los casos de padres separados o divorciados. Son ellos quienes, libres de vaivenes emocionales, aseguran un amor exento del “mercadeo” que a veces caracteriza el amor de los padres separados. En casos extremos, los hijos se utilizan como armas arrojadizas o como chantajes afectivos. Los abuelos tienen que salir al paso de estas trampas para minimizar, con tacto y paciencia, su impacto negativo en los más pequeños.


No he dicho nada del aspecto económico, pero, cuando las jóvenes familias viven una situación precaria, son también los abuelos quienes, con sus ahorros o sus pensiones, salen al rescate. Así que, ante la mole inmensa de méritos, está bien que haya un día al año en que los abuelos salten al primer plano. Sus aportes suelen ser tan positivos que pierde importancia el hecho de que a veces “malcríen” a los nietos con una permisividad excesiva o que de vez en cuando se entrometan más de la cuenta en las relaciones entre padres e hijos. ¡Peccata minuta en comparación con su generosidad a prueba de bomba! 

Sin los abuelos, muchos niños de hoy crecerían dando tumbos, mímesis perfectas de padres que viven en la confusión y en la volatilidad. Son los abuelos quienes proporcionan algunas convicciones sólidas con respecto a la vida, afectos generosos y tiempo de calidad. Los abuelos son una especie de “complejo vitamínico” que enriquece una educación familiar que a menudo deja bastante que desear porque los padres modernos no disponen ni de tiempo ni de recursos para cultivarla como les gustaría. ¡Vivan los abuelos!

jueves, 25 de julio de 2024

No será así entre vosotros


Del evangelio que se lee en esta solemnidad de Santiago, apóstol, patrono de España, destaco una frase de Jesús: “No será así entre vosotros”. Un amigo mío, allá por el año 2017, cuando el auge de Podemos como partido político, se fijaba más bien en la respuesta que Santiago y Juan dan a la pregunta de Jesús: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. La contundente afirmación de los dos hermanos le parecía el acta fundacional del partido podemita. En efecto, Santiago y Juan respondieron al unísono: “Podemos”. El paso del tiempo ha demostrado, una vez más, que quien pretende escalar el cielo con aires prometeicos acaba en el infierno. 

Bromas aparte, Jesús trata de compartir con los suyos una enseñanza que nunca acabamos de comprender y menos de hacer nuestra. Parte de una constatación tan vieja como los seres humanos: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”. Esta tiranía y esta opresión a veces revisten formas descaradamente autoritarias y dictatoriales; otras se disfrazan de formas democráticas, pero, en el fondo, todas entienden el poder como dominación. Se trata de imponer a los demás, por la fuerza de las armas, del dinero, de los medios de comunicación o de los votos, el propio criterio. Jesús no se anda con rodeos: “No será así entre vosotros”. El poder de dominio no tiene cabida en la comunidad cristiana.


¿Cuál es entonces la alternativa? ¿Cómo deberían ser las cosas? También Jesús es claro: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. ¿Qué líder político, académico, empresarial o eclesial no comienza el ejercicio de su cargo diciendo que ha venido para servir? ¡Hasta el Papa se denomina servus servorum Dei! El vocabulario del servicio a los ciudadanos es de uso común. Y, sin embargo, pocos son los casos en los que vemos líderes que son verdaderos servidores de los demás. Lo más frecuente es encontrar a personas que se sirven del poder para sus intereses personales o corporativos o, a lo más, que se comportan como grises funcionarios que realizan una tarea remunerada pero sin conciencia de servicio. 

En el lenguaje de Jesús, servir significa “dar la vida”; es decir, desgastarse por los demás, preocuparse por atender sus necesidades, anteponer los intereses públicos a los privados. ¿Aprendieron Santiago y Juan esta lección? Parece que no les fue fácil. Su misma madre tenía otro modo más humano de ver las cosas. De hecho, según la versión de Mateo, fue ella la que con cierta arrogancia le dice a Jesús: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.


La historia nos confirma que fue Santiago el primero en derramar la sangre por el Maestro y el evangelio en el año 44. Acabó entendiendo muy bien qué significa “dar la vida” (es decir, servir). Sobre su improbable venida a España y sobre la extraordinaria tradición de peregrinaje a Santiago de Compostela he escrito en otras entradas de este blog. Este año quisiera contemplar a Santiago como el ejemplo de discípulo que es capaz de hacer una peregrinación interior desde el poder de dominio al poder de servicio. Contemplado desde esta perspectiva, Santiago bien pudiera ser el patrono de los líderes laicos y religiosos. 

Mi país, España, lo tiene como patrono. En algunos momentos de nuestra multisecular historia lo hemos contemplado como el “matamoros”. En fidelidad al evangelio, mejor sería contemplarlo como el discípulo que ha aprendido a servir y dar su vida imitando a Jesús. En un momento tan complejo como el que mi país vive ahora, con partidos y líderes que buscan sus intereses particulares y pierden la perspectiva del conjunto, Santiago nos enseña a “dar la vida” para que los demás puedan vivir mejor. No me resigno a creer que, tanto en la política como en la comunidad cristiana, no pueda haber personas con estos valores. A primera vista no son muy visibles, pero los buenos servidores se caracterizan precisamente por su discreción y eficacia, alejados de los focos mediáticos. Que Santiago los proteja y estimule. 

miércoles, 24 de julio de 2024

Será culpa del calor


No es fácil concentrarse en el trabajo cuando el termómetro marca 38 grados y en algunas zonas 40. Desde ayer, Madrid es un horno. He pasado la mañana en San Lorenzo del Escorial. También allí el calor era asfixiante. Quien se lo pueda permitir, huirá durante el próximo puente de Santiago. Pienso en las personas que residen en viviendas mal acondicionadas. Sé que hay algunos a los que les gusta el calor. A mí me mata, pero, antes de matarme, me pone de mal humor, así que procuro defenderme como puedo. Evito salir a la calle en las horas más calurosas. 

Incluso a las 7 de la mañana, que es ahora mi tiempo de paseo, se nota ya el agobio. Si a eso se añade la suciedad de algunas calles, es difícil empezar el día con buen humor. No entiendo por qué muchas personas arrojan al suelo latas de bebidas, cajetillas de tabaco vacías y todo tipo de desperdicios teniendo abundantes papeleras a unos cuantos metros. En las escalinatas de algunos lugares emblemáticos hay botellines de cerveza y chicles pegados. Los empleados de la limpieza urbana no dan abasto, sobre todo en los alrededores de la Puerta del Sol, Callao y Gran Vía. Aunque todos podemos cometer descuidos, observo que en la mayoría de los casos se trata de grupos de adolescentes y jóvenes, los mismos que suelen decir: “¡Para eso hay gente que barre!”.


Me enoja esta falta de civismo. Madrid podría ser una ciudad preciosa -de hecho, lo es- pero cada vez está más descuidada. Las hordas de turistas y el incivismo de muchos locales la van deteriorando poco a poco. ¡Con lo fácil que sería mantenerla limpia y cuidada si todos pusiéramos algo de nuestra parte! Supongo que esas mismas personas que arrojan al suelo tantos desperdicios no harán lo mismo en sus casas. Algo parecido podría decirse de quienes pasean infinidad de perros por las calles. Hay algunos que van provistos de lo necesario para recoger los excrementos, pero en la mayoría de los casos los canes hacen lo que les place sin que sus dueños se preocupen lo más mínimo. ¡Al fin y al cabo, la ciudad no es de nadie! 

Hace un par de semanas vi este aviso en un pueblo de Cataluña: “El perro es tuyo, pero la caca es de todos”, escrito en catalán naturalmente: “El gos és teu, però la caca és de tots” (o algo parecido). En fin, que el calor excesivo hace que todavía lleve peor el olor a orina en algunos lugares y la sensación de que cada uno hace de su capa un sayo. Si -lo que no va a suceder- se me ocurriera llamar la atención a alguien, me imagino la cascada de insultos que recibiría. El incivismo se ha adueñado de los espacios públicos y nadie puede rechistar. ¡A ver si baja la temperatura cuanto antes!

lunes, 22 de julio de 2024

El amor de mi alma


Me gusta que la liturgia nos proponga como primera lectura de la fiesta de santa María Magdalena un breve fragmento del Cantar de los Cantares. La esposa busca con ahínco al “amor de su alma”. Para María de Magdala Jesús fue “el amor de su alma”. También ella lo buscaba con toda la fuerza del amor. En el evangelio de Juan, Jesús se dirige a ella con estas palabras: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. La segunda pregunta es intemporal. También hoy Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros a quién buscamos. No se trata de buscar algo (qué), sino de buscar a alguien (quién). 

Tras la renuncia del católico Joe Biden, los demócratas de Estados Unidos buscan a un nuevo candidato a la presidencia de su país. No disponen de mucho tiempo. Los católicos de ese país celebran un multitudinario congreso eucarístico en el que buscan descubrir la fuerza de Jesús eucaristía. Aquí, en España, miles de personas buscan algunas ofertas de última hora para organizar sus vacaciones estivales. Quienes acuden al programa televisivo First Dates buscan también, a veces con palabras parecidas a las del Cantar de los Cantares, al amor de su vida. De formas muy distintas, todos en la vida buscamos algo/alguien, aunque a veces digamos que estamos satisfechos con lo que ya tenemos.


En este juego constante de búsquedas y encuentros, de ausencias y presencias, de tristezas y alegrías, ¿podríamos decir que Jesús es “el amor de nuestra alma”? Solo los místicos se atreven a expresar su fe en términos tan afectivos. San Juan de la Cruz se expresa son falsos pudores: “¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido”. A los pastores les dice que “si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero, / decidle que adolezco, peno y muero”. 

Para la esposa (es decir, para el propio Juan de la Cruz), el Amado (es decir, Jesús) es “aquel que yo más quiero”. La pregunta adquiere ahora otro tono: ¿Es Jesús para nosotros “aquel que yo más quiero”? Y, si es así, ¿cómo estamos cultivando esa relación? El mismo Juan de la Cruz aclara que la dolencia de amor no se cura “sino con la presencia y la figura”. Necesitamos de alguna manera “experimentar” que Jesús está verdaderamente presente en nuestra vida. Necesitamos reconocer los “lugares” en los que él se hace el encontradizo con nosotros.


Creo que podemos encontrar al “amor de nuestra alma” en muchos lugares, pero hay dos que, en el contexto actual, cobran un relieve extraordinario: el sacramento de la Eucaristía y el “sacramento” del pobre. La adoración eucarística -tan apreciada hoy por muchos jóvenes- no es un residuo devocional de tiempos pasados en los que apenas se daba importancia a la celebración eucarística. Tampoco es una “reliquia” visible de Jesús que sustituye al sacramento invisible. Es un eslabón esencial de la cadena eucarística que nos habla de la Eucaristía-sacrificio, la Eucaristía-comunión y la Eucaristía-presencia. Así entendida, la adoración eucarística, en su extremada sencillez, nos ayuda a dejarnos mirar por “el amor de nuestra alma” hasta el punto de ser transformados por él. 

Y algo parecido sucede cuando nos dejamos tocar por las personas necesitadas. Entonces, aunque no seamos conscientes de ello, es Jesús mismo quien nos toca y nos cura desde su fragilidad. No somos nosotros los que hacemos cosas en favor de los pobres, sino que ellos nos transforman por dentro porque nos ponen en relación con el Jesús que sigue sufriendo en la carne de quienes pasan necesidad o son excluidos por cualquier causa. Aquí se abren dos caminos espaciosos para nutrir nuestra fe en tiempos en los que es más fácil dejarse arrastrar por la rutina o el cansancio que por el amor. 

domingo, 21 de julio de 2024

¿Compasión o programa?


Confieso que me encanta el pasaje del evangelio de Marcos que leemos en este XVI Domingo del Tiempo Ordinario. El mismo Jesús que ha enviado a sus discípulos en misión por los pueblos del entorno del lago de Genesaret, les invita ahora “a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Esta invitación suena muy refrescante en medio de las vacaciones. Hay muchos directores de ejercicios espirituales que los comienzan citando este texto. Parece que “descansar un poco” es un derecho de todo evangelizador que se ha desgastado en la misión. Yo mismo he dedicado mi carta de julio como director en la revista Vida Religiosa a este asunto. 

Hoy somos muy sensibles a la importancia y necesidad del descanso como actividad espiritual. Algunos van más allá y colocan el “derecho a las vacaciones” por encima de cualquier otro compromiso. No es el caso de Jesús. Él, que había sido el organizador del retiro con sus discípulos, no tiene ningún inconveniente en romper el programa para atender a la gente “porque andaban como ovejas sin pastor”. El texto griego indica no solo que “sintió compasión”, sino que “se le removieron las entrañas”. En esto se distingue claramente el “pastor” Jesús de esos otros pastores “que dispersan y dejan perecer las ovejas”, como denuncia en la primera lectura el profeta Jeremías. Jesús es el verdadero pastor que “reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.


A la luz del mensaje de este domingo, creo que, a los cuatro principios de discernimiento que el papa Francisco nos ofrece en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (el tiempo es superior al espacio [222-225]; la unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]; la realidad es más importante que la idea [231-233]; el todo es superior a la parte [234-237]), habría que añadir un quinto: “la compasión va más allá del programa”. 

Aunque no aparece en el fragmento del capítulo de Marcos que leemos hoy, los discípulos no son muy partidarios de este quinto principio. Ellos quieren ser fieles al programa que les había propuesto Jesús. Quieren descansar de sus muchas tareas apostólicas. Consideran la presencia de la gente como un obstáculo; por eso, le piden al Maestro que la despida para que se vayan a las aldeas cercanas a proveerse de comida. Se comportan como pastores “modernos”, que privilegian el programa sobre la compasión, justamente lo contrario de lo que hace Jesús. No es difícil hacer algunas aplicaciones a lo que hoy vivimos en nuestras familias y comunidades.


¿Qué significa hoy “tener compasión”? ¿Qué realidades nos “remueven las entrañas”? Para algunos, la palabra compasión debería ser proscrita del diccionario porque indica una actitud de superioridad moral que casa mal con la esencial igualdad de los seres humanos. Quien se compadece parece situarse por encima de la persona compadecida. Y, sin embargo, la compasión no tiene nada que ver con eso. Expresa un “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien” (RAE). Significa, pues, ponerse al nivel de la otra persona, sentir con ella, experimentar sus necesidades, percibir su vulnerabilidad. Ese “ponerse al lado” es seguramente lo mejor que podemos hacer. Solo desde esa actitud podemos imaginar luego otros servicios que respondan a lo que la persona necesita y requiere.

Jesús “se puso a enseñarles con calma”. En nuestro caso, la reacción dependerá de la propia realidad. Para una persona con un mínimo de sensibilidad resulta imposible no “sentir compasión” hoy de los miles de inmigrantes que llegan a nuestras costas después de haber atravesado el desierto del Sahara en condiciones infrahumanas. O de quienes no encuentran una vivienda digna porque los alquileres están por las nubes. O de quienes padecen violencia doméstica, viven solos sin desearlo, no llegan a fin de mes o no encuentran razones para levantarse cada mañana. No sé si tenemos “programas” para responder a tantas necesidades, a tantas personas que andan por la vida “como ovejas sin pastor”. Lo que sí sé es que Jesús no permanecería indiferente. También hoy se le removerían las entrañas. Sus discípulos no podemos echarnos atrás o marear la perdiz perdiéndonos en programas que no acaban de llegar al corazón de las personas y que solo sirven para engordar el monstruo burocrático y tranquilizar nuestra conciencia. 


sábado, 20 de julio de 2024

El cansancio de la fe


Hay mucha gente de vacaciones. ¡Y eso que todavía no estamos en agosto, el mes por antonomasia del “cerrado por vacaciones”! Yo sigo en Madrid, disfrutando de unos llevaderos 28 grados. Las actividades pastorales de las parroquias se han reducido al mínimo. En la misa matutina de las 8,30 en el santuario del Corazón de María todavía hay un grupo de unas cincuenta personas. Algunas tiran de abanico o se acercan todo lo que pueden a los ventiladores que hay en los pasillos laterales. Admiro a quienes comienzan la jornada celebrando la eucaristía. Hay un señor que se acerca a recibir la comunión en su silla de ruedas eléctrica. El pasillo central de la iglesia se convierte por unos minutos en una autopista eucarística. 

De vez en cuando, me gusta sentarme en los bancos de la iglesia y participar de la Eucaristía como un fiel más. Así comprendo mejor cómo suenan las lecturas y las homilías de mis compañeros sacerdotes, cómo se vive el misterio desde la bancada de quienes no presiden, pero celebran. Os puedo asegurar que no es lo mismo ver la asamblea desde el presbiterio que sentirse parte de ella acomodado en uno de los bancos. Uno de los riesgos más evidentes es la desconexión. Si la acústica de la iglesia no es buena y quienes leen no vocalizan bien, entonces es muy fácil cansarse y distraerse. Desde abajo, entiendo muy bien las quejas de algunas personas. Se convierten en un acicate para cultivar con más sencillez y belleza el “arte de celebrar”.


Pero el problema es más de fondo. No solo corremos el riesgo de cansarnos de las celebraciones, sino de cansarnos de creer. Esa es la impresión que tienen a menudo muchos cristianos asiáticos y africanos que vienen a Europa. Nos ven cansados, como si la fe supusiera para nosotros un fardo más que una fuente de alegría. Les extraña, por ejemplo, que muchos fieles exijan a sus párrocos que la misa dominical no dure más de 30 o 40 minutos cuando en la mayor parte de las parroquias africanas no baja de hora y media. Les extraña que “aguantemos” la misa en vez de “disfrutarla”. Les extraña que cuestionemos todo lo relativo a la fe como incomprensible e incluso obsoleto y que luego nos abandonemos sin ninguna crítica a los ídolos modernos del fútbol, los viajes, las vacaciones o la tecnología. 

Nos ven cansados, en definitiva, porque pareciera que no creemos “desde dentro” sino “desde fuera”, que no estuviéramos cultivando una relación personal y gozosa con Dios, sino solo cumpliendo ciertos ritos que se consideran obligatorios y que nos gustaría despachar cuanto antes. Quizás el cansancio de la fe sea una de esas enfermedades espirituales que nos impide vivir la vida en plenitud. Nos cuesta conectar la fe con la fuente de la vida. En vez de alimentarnos de ella, nos limitamos a mantenerla.


¿Se puede uno cansar de creer? La fe es un don de Dios que nosotros aceptamos libremente. Dios nunca se cansa de salir a nuestro encuentro. Por su parte, no hay desgaste posible. Pero la fe es también una actividad humana que exige humildad, apertura y entrega. En cuanto actividad humana, está expuesta a los vaivenes de cualquier otra actividad, incluido el cansancio. Es normal, pues, que nos cansemos de creer cuando a primera vista no observamos ningún cambio en nuestra vida personal, cuando nos parece que nuestra vida sería más o menos la misma sin necesidad de confiar en Dios, cuando vemos que nuestras comunidades se van consumiendo en una especie de lenta monotonía, cuando, viendo el panorama estadístico,  tenemos la impresión de que pertenecemos a la última generación de creyentes. 

Caer en la cuenta de este cansancio es fundamental para no dejarse dominar por él. Como sucede con otras dimensiones de la vida, hay que aprender a “cultivar el asombro” para que la fe sea siempre una experiencia fresca. A veces, un gesto o una palabra pueden despertarnos del sopor. Solo se cansa de creer quien no abre los ojos para ver los muchos signos que Dios pone en nuestro camino. Aunque la fe es un don, podemos entrenarnos para acogerlo como el pan fresco que llega cada día a nuestra mesa. Si es verdad -como se dice en la jerga periodística- que “no hay nada más viejo que el periódico de ayer-, también es verdad -como afirman los verdaderos creyentes- que no hay nada más nuevo que una fe que se estrena cada día.

viernes, 19 de julio de 2024

Regalo de Dios


Luis Enrique Ortiz es un misionero claretiano de Puerto Rico. Además de ser especialista en teología bíblica, es cantautor. Acaba de mandarme una de sus últimas composiciones. Forma parte del proyecto Jubilate Sessions. Como él mismo dice en su presentación, parte de la certeza de una Presencia que habita en el corazón. Jubilate es una oración sentida al Dios que, habitándonos, nos regala la alegría. El vídeo refleja un momento de oración con jóvenes. Lo podéis ver al final de esta entrada.

A lo largo de las últimas décadas, ha habido un buen número de sacerdotes y religiosos compositores y cantantes. No siempre han gozado de buena fama. Solía decirse que se trataba de vocaciones incompatibles. Para justificar esta incompatibilidad se aducían ejemplos de los muchos sacerdotes músicos que se habían secularizado en los años del inmediato posconcilio. Las deserciones también habían afectado a algunas religiosas artistas, como la italiana sor Cristina. No es de extrañar, pues, que algunos obispos y superiores religiosos miraran con una mezcla de escepticismo y preocupación el trabajo de sus hermanos y hermanas artistas. Algo parecido sucede también hoy con los evangelizadores digitales: influencers, youtubers, etc. 


El hecho estadístico de los abandonos no es, sin embargo, una prueba de peso para decir que un sacerdote o una religiosa no puedan evangelizar a través de la música. Abundan más los casos de una buena integración. Creo que, tras unos años de cierto letargo y mediocridad, estamos viviendo hoy una nueva floración. Se han multiplicado los solistas y grupos que quieren conectar con las nuevas generaciones. En España el foco se centra sobre el fenómeno Hakuna Group Music. En Estados Unidos y Latinoamérica hay muchos grupos y solistas que están haciendo música “cristiana”, no necesariamente litúrgica, y que actúan en los circuitos seculares, no solo en las iglesias y escuelas.

A diferencia de lo que sucedía en los años 70 y 80 del siglo pasado, ya no se pretende hacer canciones “protesta” o canciones “con mensaje”, como se decía entonces, sino, sobre todo, ayudar a orar con la música. Cada época tiene sus acentos y estilos. Hoy se ha puesto de moda la música de adoración. Para algunos se trata de una música evasiva, que pretende acallar la conciencia y que favorece una religiosidad vaporosa desconectada de los problemas sociales. Para otros, es la “respiración del alma” en una sociedad muy secularizada. Como siempre, se trata de polaridades que hay que saber integrar.


Me parece que lo más rescatable es el intento de ayudar a los jóvenes a servirse del lenguaje más universal (la música) para expresar sus búsquedas de Dios, su anhelo de comunión y sus sueños de un mundo mejor en el que no prime la ley del más fuerte, sino la compasión hacia los más débiles. Creo que Luis Enrique ha captado bien esta necesidad y está intentando responder a ella desde su experiencia de fe y su talento artístico. A través de la música es posible conectar con las nuevas generaciones, regenerar el ambiente mortecino de muchas de nuestras parroquias, promover una vida intensa de oración, cultivar la solidaridad con más empeño y mantener siempre abierta la “vía de la belleza” como antídoto contra la devastación del alma. 

Creo que los párrocos y responsables de comunidades deberían promover más el ministerio de la música como lenguaje evangelizador. A veces, esta música estará al servicio de la liturgia (necesitamos renovar el repertorio litúrgico, que sigue siendo muy deudor de las composiciones de los años 60 y 70), pero en la mayoría de los casos tendrá un horizonte más libre y dilatado. Siloé, por ejemplo, es un modelo de cómo se puede hablar de Dios con energía en un concierto sin necesidad de mencionarlo.

Os dejo con el vídeo Regalo de Dios que me ha enviado Luis Enrique.



jueves, 18 de julio de 2024

Rosa de julio


Madrid es una ciudad hermosa y amigable, pero puede volverse inhóspita cuando el termómetro se aproxima a los 40 grados. Después de un par de semanas en Vic, estoy de nuevo en mi casa. Esta mañana, a las 5,37, recibo un escueto mensaje que dice: “Querido amigo, mi madre, Rosi, acaba de dejarnos. Descansa ya en Paz”. No me sorprendió porque, doce horas antes, había recibido otro que presagiaba un desenlace inminente: “Tengo que decirte que mi madre Rosi está hospitalizada y creemos que le quedan pocas horas de vida, una vida fructífera, aunque también de desgaste grande. Seguro que está deseando llegar a los brazos de María y de Jesús. Doy gracias por el amor de una madre, algo que no tiene nada con qué compararse”. 

Teniendo tan cercana la muerte de mi propia madre (apenas 50 días), comprendí muy bien el alcance de estas palabras de mi amigo Juan. Es probable que muchos lectores del Rincón os estéis preguntando quién es Rosi, aunque otros lo habréis adivinado enseguida al ver la foto que encabeza la entrada. Rosi es la madre de los trece componentes de Brotes de Olivo, el grupo musical que lleva acompañando el camino cristiano de miles de personas en los últimos 52 años.


Conocí a Rosi por primera vez en el lejano 1986. Entonces era una mujer guapa, sensible, maternal, entrañable. Después la fui encontrando en varias ocasiones, aunque ya hace bastantes años que no la veía. En realidad, no la veía físicamente, pero sabía de su progresivo declive a través de algunos de sus hijos. La enfermedad la ha ido minando a lo largo del tiempo, pero no ha logrado borrar la ternura de su mirada. Basta contemplar sus ojos en las fotografías de este tiempo. 
Ella ha sido la matriarca de una familia que, entre hijos (13), nueras y yernos, nietos (30) y biznietos (4), comprende una sesentena de personas. 

Ha entrado en la vida eterna quien ha engendrado mucha vida en la tierra. Este alumbramiento continuo ha sido a la vez una muerte anticipada. Solo da vida quien muere a sí mismo. Rosi ha muerto a sí misma (quizás demasiado) para que muchos otros (no solo los miembros de su familia) hayan tenido vida. Ha sido trigo enterrado que produce fruto. Y hoy, una calurosa mañana de verano, esta “rosa de julio” ha exhalado su último aliento en Huelva, la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida. Esta “rosa de julio” está ahora plantada en el jardín de Dios para seguir exhalando el perfume del amor, que es la única realidad que cruza la frontera.


El vídeo que acompaña la entrada de hoy ha sido realizado por Josema, uno de sus yernos. Y la canción que lo acompaña ha sido compuesta por Vicente, uno de sus nietos. Hace ya tres años que escribí sobre “la abuela Rosi” y sobre esta canción que me llega al alma. Solo quien ama mucho puede componer una obra tan entrañable. Hoy esa canción cobra actualidad. Es un homenaje de gratitud, pero también una oración al Dios en el que tanto ha creído para que le dé el descanso tras muchos años de fatiga. 

Estoy seguro de que su familia está viviendo estos momentos como una verdadera “pascua”, como el paso de esta vida hermosa pero siempre frágil a la vida que no tiene fin. No es fácil hoy creer en la vida eterna, como confesamos los cristianos en el Credo. Todo parece conjurarse para que aceptemos de buen grado que también nosotros, como si fuéramos un producto de mercado, tenemos fecha de caducidad. Pero Jesús nos ha dicho otra cosa: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26). Me fío más de sus palabras que de todos los “dogmas” contemporáneos. Somos carne de resurrección. No tendríamos que avergonzarnos de esta maravillosa realidad, sino agradecerla desde el fondo de nuestro corazón. 


Desde este Rincón expreso mis sentimientos de cercanía a la familia Morales-Escala a la vez que comparto su serena esperanza. Aunque parezca un poco tarde, julio es también tiempo de rosas.

martes, 16 de julio de 2024

Un millón de razones


Llevo diez días sin asomarme a este Rincón. Durante este tiempo he vivido con mucha intensidad el Congreso de Espiritualidad Claretiana que los Misioneros Claretianos hemos celebrado en Vic (Barcelona) del 7 al 15 de julio. He participado como miembro de la comisión organizadora y como ponente. Durante estos días me he alegrado del triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa y, sobre todo, he mantenido muchas conversaciones que han dejado huella. 

Hoy, robando minutos a un programa muy intenso, no tengo más remedio que escribir unas líneas. Por pura providencia, la celebración de los 175 años de la fundación de los Misioneros Claretianos -fiesta que estamos celebrando hoy con mucha gratitud y alegría- va a coincidir con el millón de visitas de este blog. Jugando con la hipérbole, podría decir que tengo un millón de razones para dar gracias a Dios por mi vocación misionera, compartida con hermanos y hermanas de todo el mundo. Me alegro de poder hacerlo en Vic, el lugar donde nació nuestra congregación.

Una de las cosas más hermosas del congreso que clausuramos ayer ha sido la experiencia de alegre fraternidad, de caminar con otros, de no estar solos en la aventura de la evangelización. Una congregación misionera es un catalizador de los dones y energías de muchas personas, no solo de las que pertenecen a ella por la profesión religiosa.


Han pasado algo más de ocho años desde que empecé a escribir en este Rincón. Me sorprendo de la cantidad de personas que durante estos días me han dicho que se asoman a él regularmente o de vez en cuando. Algunos se han sorprendido al conocer en persona a una de las lectoras más asiduas, Dolors Serradell, seglar claretiana, que casi siempre deja sus comentarios. Se ha convertido en una fan destacada, en una especie de eco permanente. 

Yo no me imaginaba que el mundo digital permitiera este tipo de conexiones. Estoy seguro de que, si san Antonio María Claret viviera hoy, se serviría de las muchas posibilidades que nos ofrece la red para compartir su experiencia del Evangelio. No me lo imagino difundiendo fotos suyas o colocándose él en el centro, sino ofreciendo sugerencias para vivir el Evangelio a las personas, desde los niños y jóvenes hasta los ancianos de la tercera y cuarta edad. Su pasión -como no nos cansamos de repetir los miembros de la Familia Claretiana- era que Dios fuera “conocido, amado, servido y alabado”. Naturalmente, esta misión exigía haber vivido en carne propia la experiencia de conocerlo, amarlo, servirlo y alabarlo.


Mañana regresaré a Madrid. Confieso que he vivido unos días muy intensos. He aprendido mucho. He comprendido mejor que la evangelización de los próximos años se debe hacer -tal como nos indicó la hermana colombiana Liliana Franco- “desde dentro” (desde una fuerte experiencia de Dios como fundamento de la propia vida), “desde abajo” (en compañía de los más pobres y excluidos de nuestra sociedad) y “desde cerca” (con una actitud de cercanía y cordialidad hacia las personas, especialmente hacia aquellas que se sienten solas y olvidadas). 

He aprendido también que, en estos tiempos de búsqueda espiritual, podemos alimentarnos en varias mesas que la Iglesia nos ofrece: la mesa de la Palabra, la mesa del pan eucarístico, la mesa de los pobres, la mesa de la casa de María, la mesa de la fraternidad… Tenemos recursos suficientes para alimentar nuestra hambre de sentido. Lo que hace falta es “cultivar el asombro” (así se titula el libro que nos regaló el cardenal Aquilino Bocos), estimular el deseo y no acumular alimentos, sino aprender a metabolizarlos para que se conviertan en nutrimento del alma y no acabemos en la obesidad espiritual.


Tengo un millón de razones para ser feliz en medio de los muchos problemas que nos circundan y amenazan nuestra vida. Aprovecho la cima del millón de visitas para daros las gracias de corazón a todos los que os asomáis a este blog. Sé que algunos -muchos- lo hacéis asiduamente; otros, de forma esporádica; algunos, por pura casualidad. Juntos vamos ayudándonos a vivir el Evangelio con esperanza, sin sucumbir a la tentación de pesimismo que nos corroe. 

¡Gracias de corazón! Oro por todos ante la tumba de san Antonio María Claret minutos antes de empezar la Eucaristía que celebraremos para dar gracias a Dios por estos 175 años. Quien lo desee puede seguirla en directo pinchando en este enlace.