A esta primera hora de la mañana el termómetro marca siete grados. Mientras el clima político se caldea de día en día, el otoño se va enfriando. La próxima madrugada atrasaremos una hora los relojes. Entramos de lleno en la estación melancólica. Cada vez hay más hojas amarillentas y rojizas por el suelo. Es probable que también nos visite de nuevo la lluvia en las próximas horas. Uno podría abandonarse a pensamientos pesimistas, pero es mejor dedicar la tranquilidad del fin de semana a leer con calma la última encíclica del papa Francisco, que lleva por título Dilexit nos y que fue publicada el pasado día 24, fiesta de san Antonio María Claret.
Por si el título latino no fuera muy claro, el Papa explica que su carta trata “sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo”. No he tenido aún tiempo de leerla a cabalidad, así que aprovecharé algunos momentos del fin de semana. Para despejar las dudas de quienes creen que este es un tema obsoleto, el papa Francisco escribe al comienzo de su carta que “cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón”.
Las últimas palabras me recuerdan dos novelas que me han marcado en los últimos años. La primera es de mi coetánea Susanna Tamaro, una escritora italiana con la que sintonizo mucho. En 1994 publicó su conocida novela Va’ dove ti porta il cuore (Donde el corazón te lleve). A la segunda, más larga y polémica, me referí no hace mucho en este blog. Se titula Salvo mi corazón, todo está bien, del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. En ambos casos aparece la denostada palabra “corazón” en el título. No son los únicos.
Hay otras muchas obras contemporáneas que aluden al mismo símbolo: La música del corazón (Rosa Huertas), Corazón roto (Colleen Hoover), La ataraxia del corazón (Sara Búho), La cara norte del corazón (Dolores Redondo), La sabiduría del corazón (Alfred Sonnenfeld), Corazón en fuera de juego (Nira Strauss), Escucha a tu corazón (Kasie West), La ley del corazón (Amy Harmon), Corazón de piedra (Lucía G. Sobrado), Corazón de tinta (Cornelia Funke), El club de los corazones solitarios (Elisabeth Eulberg), Mi corazón en una caja de zapatos (Sonia Mirón), El corazón de Júpiter (Ledicia Costas), Mi corazón en los días grises (Jasmine Warga). Y así una larga lista. Me llama la atención el hecho de que la mayoría de estos libros “corazonistas” hayan sido escritos por mujeres. No sé si ellas siguen poniendo amor y cuidado donde los varones ponemos cálculo y programación. No quisiera dejarme llevar por los estereotipos.
Durante las últimas semanas han sucedido muchas cosas sobre las que me hubiera gustado haber escrito algo en este blog, pero los días no tienen más de 24 horas. Hace años los estiraba un poco, pero ahora prefiero mantener el equilibrio. Es más importante vivir que escribir. No quiero convertir la escritura en una especie de selfie literario que sustituye la realidad por las palabras. La renuencia a escribir está también justificada por el escaso hábito de lectura. Seamos sinceros. ¿Quién se lee hoy 800 palabras cuando la mayoría de nuestros mensajes en las redes sociales no pasan de 20 o 30?
Creo que muchos de nosotros padecemos una suerte de pereza literaria que nos impide adentrarnos en textos largos. Aceptamos -y no siempre de buen grado- los que nos entretienen, pero rechazamos como por instinto los que nos cuestionan o nos hacen pensar. Habrá que combinar los mensajes breves (a modo de dardos verbales) con reflexiones algo más extensas, procurando agarrar al lector por la solapa desde las primeras palabras.
Pertenezco a una generación acostumbrada a leer y escribir. Es difícil que a estas alturas renuncie a este patrimonio. Mi incursión en el mundo digital es puramente instrumental. Mi forma mentis (y supongo que también mi forma cordis) es deudora de otros presupuestos. Pero aquí estamos, dispuestos a seguir navegando “donde nos lleve el corazón”.