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martes, 22 de octubre de 2024

Otra Iglesia es posible


Sin saludos ni avisos o moniciones, a las 7 de la tarde comenzó a sonar una música suave frente a las puertas laterales por las que se accede normalmente a la catedral de la Almudena de Madrid. Cuatro músicos tocaban con sus instrumentos de cuerda. Y luego, como una catarata impetuosa, fueron llegando las frases de diez víctimas de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes y religiosos de la Iglesia. En el micrófono se alternaban hombres y mujeres que prestaron sus voces a las víctimas. Eran apenas unas frases, pero su impacto se dejaba notar: “Desde que ocurrió, hace más de 40 años, no tengo miedo a la muerte, sino a la vida”; “No tengan miedo de las víctimas. La mayoría no vamos buscando mediatizar nuestro caso o ver de qué manera le podemos sacar un pellizco económico a la Iglesia. Solo necesitamos una acogida (…). Hemos sido traicionados por la Iglesia”.

Yo veía y escuchaba todo desde el lateral derecho, de pie, con los oídos bien abiertos. Cada testimonio era como un mazazo en la conciencia: “Eres víctima y, a la vez, te consideras cómplice, y te das asco a ti misma”; “No tengan miedo de las víctimas. La mayoría no vamos buscando mediatizar nuestro caso o ver de qué manera le podemos sacar un pellizco económico a la Iglesia. Solo necesitamos una acogida (…). Hemos sido traicionados por la Iglesia”; “No abusó solo una persona de mí, abusa una comunidad entera que lo permite; “La culpa de que haya ‘malos’ en la Iglesia es que haya buenos que no denuncian a los malos. Lo que hace daño a la Iglesia no es la denuncia, sino lo que pasa en ella”. No hubo comentarios ni homilías. Solo acogida respetuosa.


Tras la lectura de los testimonios, entramos en silencio en la catedral. Vino luego un salmo de imprecación y una versión polifónica del De profundis interpretada por un coro de jóvenes. Después, el arzobispo José Cobo, solo, sin ningún ornamento litúrgico, de pie junto a la sede, leyó su alocución en un acto sobrio de petición de perdón a las víctimas de los abusos y de compromiso con su proceso de sanación y reparación. La catedral estaba llena. Había algunos obispos (pocos) y numerosos sacerdotes, religiosos y laicos. 

Todo terminó con la recitación conjunta del Padrenuestro y la plantación de un olivo junto a la rampa que conduce a la catedral. Sus perennes hojas verdes mantendrán viva la memoria de las heridas infligidas y alentarán el compromiso de la Iglesia con las víctimas. Una pequeña placa recordará el verdadero significado de ese olivo plantado junto a la calle Bailén.


Me volví a casa solo, caminando por entre los viandantes y turistas que inundaban las inmediaciones del Palacio Real y de la Plaza de España. Me costaba poner nombre a mis sentimientos. ¿Es oportuno y eficaz un acto como este? ¿Responde a una necesidad real o es un lavado de cara? ¿Qué consecuencias prácticas puede tener? Me confortaba saber que para algunas víctimas supuso un poco de consuelo. Sintieron que la Iglesia es más madre que madrastra, lo que no es poco en medio de la tormenta.

Cuando cruzaba por delante del patio de la Armería me asomé por uno de sus arcos. En medio de la oscuridad de la noche, todavía se vislumbraba un sol que declinaba por occidente. Me pareció que su luz anaranjada era un símbolo de esperanza en medio de la negrura de la piedra.


Sobre la percepción que muchas personas tienen de la Iglesia (no solo las víctimas de los abusos) ha hecho mi amigo Heriberto García un vídeo que os pongo al final de la entrada de hoy. Es una invitación a soñar que otra Iglesia es posible cuando nos tomamos en serio las palabras de Jesús. Frente a los abusos de todo tipo, el carrerismo y la distancia de la vida real, podemos trabajar por una Iglesia cercana, que vive a pie de calle y que transparenta la misericordia de Jesús. Nunca es demasiado tarde



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