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miércoles, 23 de octubre de 2024

Los necesarios testigos


Tenía 96 años. Llevaba un mes en el hospital. Ayer falleció el teólogo dominico Gustavo Gutiérrez en Lima, la misma ciudad peruana en la que nació el 8 de junio de 1928. Es probable que a muchos lectores de este Rincón no les suene este nombre. Sin embargo, quienes están familiarizados con la teología saben que es considerado como uno de los padres de la teología de la liberación. Leí varias de sus obras cuando era estudiante de teología (en los años 70) y profesor (en los años 80). Hacía tiempo que no sabía nada de él. Muchas de las polémicas que se suscitaron en aquellos años han perdido virulencia, aunque no actualidad. El papa Francisco ha incorporado a su magisterio algunos postulados que entonces sonaban muy rompedores. 

Siempre admiré a este sacerdote teólogo que, ya mayor, en 2001, entró en la Orden de Predicadores. Su famosa “opción por los pobres” no era el resultado de una hermenéutica marxista -como denunciaban algunos de sus críticos- sino una aplicación del Evangelio a las sangrantes situaciones de injusticia que percibía en su país y en todo el continente americano. Como ha pasado en tantas otras ocasiones, tras las críticas y procesos a los que fue sometido, le llovieron los reconocimientos, incluso de otras iglesias cristianas y de instituciones civiles. Estoy convencido de que muchos de los que censuraban su teología nunca habían leído un libro suyo.


¿Qué queda, en este primer cuarto del siglo XXI, de aquella manera “ortopráctica” de pensar la fe en los años 60-80 del siglo pasado? Me parece que la aportación fundamental, siempre vigente, es contemplar la realidad en la que vivimos “desde abajo” (desde la perspectiva de quienes más sufren las consecuencias de un mundo injusto), “desde las periferias” (desde aquellas situaciones que no están en el centro donde se toman las decisiones) y “desde cerca” (desde la proximidad cordial a las personas necesitadas). Otros aspectos más coyunturales -y quizá más controvertidos- han ido perdiendo fuerza. Solo el paso del tiempo nos permite calibrar el significado y alcance de una obra teológica. 

Muchas de las aportaciones de Gustavo Gutiérrez y otros compañeros de camino, una vez cribadas, han entrado en el ancho cauce de la conciencia eclesial contemporánea. Nunca agradeceremos lo suficiente el esfuerzo intelectual de todas aquellas personas que, venciendo las rutinas y los miedos, se atreven a pensar la fe de un modo nuevo, en respuesta a las necesidades de cada tiempo. Casi siempre son muy criticadas en sus comienzos. Con el paso del tiempo, son reconocidas como maestros y maestras. Este es el caso de Henri de Lubac, Yves Congar y creo que también de Gustavo Gutiérrez. Descanse en paz este venerable sacerdote, dominico y pensador.


Escribo esta entrada en vísperas de la fiesta de san Antonio María Claret, de cuya muerte en Fontfroide (Francia) se cumplirán mañana 154 años. Desde hace días, todos los miembros de la extensa Familia Claretiana nos estamos preparando para recordar, un año más, a nuestro fundador y padre carismático. Creo que, en general, somos bastante discretos a la hora de hablar de él. La discreción fue también una de las notas de su carácter. Quiso hacer el bien sin hacerse notar demasiado. Y, desde luego, sin ponerse en el centro. 

Me siento atraído por las personas que no quieren ser famosas, que no se mueven en la vida a golpe de ambiciones, que se preocupan de vivir, no tanto de destacar. Paradójicamente, quien vive de verdad es quien acaba teniendo una influencia más decisiva que los influencers que buscan a toda costa crear opinión y señalar pautas. A ver si saco tiempo mañana para decir algo de una persona a la que, con el paso de los años, valoro y admiro cada vez más.

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