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domingo, 20 de octubre de 2024

Vosotros, nada de eso


La semana pasada ha estado tan llena de viajes y acontecimientos de diverso tipo que no he encontrado el sosiego suficiente para volver a este Rincón. Lo hago hoy, en la tranquilidad de un domingo de otoño por la mañana. Atrás quedan el regreso de Gerona, la visita fugaz al Centro Fragua donde se está celebrando la octava fragua en inglés, una entrañable celebración en Candeleda, a los pies de la sierra de Gredos, y numerosos encuentros y conversaciones que me permiten pulsar la vida en sus infinitas variaciones. 

El mensaje del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario me resulta muy familiar porque solemos empezar los cursos de liderazgo discerniente con el texto de Marcos (u otras versiones sinópticas) que nos propone el Evangelio de este domingo. Tras haber ojeado los periódicos de hoy, plagados de noticias que hablan de lucha de poderes, resulta chocante leer las palabras de Jesús: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Jesús da por supuesto que, en la mayoría de los casos, el poder se ejerce como dominación. Esto no solo se da en los regímenes autoritarios o dictatoriales, sino también en los llamados democráticos.

Tiranía y opresión son dos términos que parecen de otros tiempos, pero siguen vigentes en nuestras sociedades modernas, por más que se revistan de eufemismos como bien común, digitalización, etc. Hoy somos controlados -y en muchos casos tiranizados- de una manera más amplia, aunque mucho más sutil, que en el pasado. El margen de libertad individual cada vez se restringe más. Caminamos hacia sociedades hipervigiladas y manipuladas.


¿Qué pide Jesús a sus seguidores? En primer lugar, no plegarnos a esta lógica del dominio: “Vosotros, nada de eso”. No es posible que en una comunidad de hijos e hijas de Dios nos tratemos unos a otros como piezas de un algoritmo, pasando por encima de la dignidad inviolable de cada ser humano. Pero Jesús no se limita a proponernos una rebeldía colectiva contra toda opresión. Nos propone un paso más: “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Quienes ostentan el poder (y, a veces, lo detentan) nunca van a aceptar esta lógica, por más que a menudo usen el lenguaje del servicio. Casi todos los políticos y dirigentes sociales prometen sus cargos diciendo que van a servir a los ciudadanos, pero luego se las arreglan para buscar su lucro personal. 

Servir es mucho más que hacer un favor a alguien o practicar de vez en cuando algún gesto de altruismo. Servir es adoptar una actitud vital como la de Jesús, que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Dar la vida significa estar dispuesto a morir cada día a los propios intereses para que los demás puedan crecer y vivir mejor. No significa plegarnos a los caprichos o arbitrariedades de los demás, sino preguntarnos siempre: ¿Qué están necesitando quienes viven cerca o lejos de mí? ¿Qué puedo hacer yo para ayudarles?


En la carta a los hebreos (segunda lectura) se señala que Jesús se compadeció de nuestras debilidades porque las experimentó en carne propia. Solo puede servir quien se pone al nivel de quien está necesitado, no quien le ayuda desde una actitud de superioridad y suficiencia. Esto es precisamente lo que celebramos cada año en la Jornada del Domund. El lema de este año es: “Id e invitad a todos al banquete”. Me vino a la cabeza cuando ayer compartí la comida y la fiesta con más de cien personas con motivo de un acontecimiento familiar. Me imaginaba que el sueño de Jesús -el sueño del Reino- es como un gran banquete en el que nadie está excluido. Los que tienen más se convierten en camareros que sirven con amor a los menesterosos. 

Esa potente imagen nos da una idea de cuál es la alternativa cristiana frente a un mundo dividido entre pobres y ricos, dominadores y dominados, fuertes y débiles. Jesús ha dado su vida para que este sueño sea realidad, no por la vía de una revolución violenta (como han defendido muchos ideólogos a lo largo de la historia), sino por la vía del servicio y la entrega hasta la muerte. 

Esto lo han entendido muy bien los misioneros que, dejando su patria, han decidido entregarse al anuncio del Evangelio entre lo más pobres de todo el mundo. Por eso, en este día del Domund, agradecemos su testimonio,  recogemos el testigo que nos lanzan, oramos por ellos y los ayudamos en sus necesidades.

En enero se cumplirán veinte años del viaje que hice a Indonesia con el misionero claretiano Juan Ángel Artiles cuyo testimonio se presenta en el siguiente vídeo. 



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