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domingo, 27 de octubre de 2024

De obstáculos a mediadores


Mientras escribo esta entrada se está celebrando la misa conclusiva del Sínodo de los Obispos. Me ha impresionado el brillo que despide el baldaquino de Bernini recién restaurado. Siglos de polvo y suciedad habían cubierto el color original del bronce dorado. Ahora parece un baldaquino nuevo, como recién construido. Algo semejante se espera del Sínodo, pero a medio y largo plazo.  Lo que no cabe esperar es una nueva exhortación apostólica, como ha sucedido en los sínodos anteriores. 

Todo esto coincide con la celebración del XXX Domingo del Tiempo Ordinario. El evangelio narra la recuperación de la vista del ciego Bartimeo. A primera vista, es un mero relato de curación, pero en realidad describe un itinerario de conversión que va “del borde al centro del camino”. Hace años que disfruto con la articulación catequética que Marcos ha hecho de este milagro. 

Todo sucede a las afueras de Jericó, en el empinado camino que asciende a Jerusalén por el que viajan peregrinos que van a celebrar la Pascua en la ciudad santa. Bartimeo, junto con otros muchos lisiados y menesterosos, pide limosna a los viandantes. Es un mendigo ciego, un símbolo de todas las personas necesitadas, especialmente de aquellas que no ven el sentido de sus vidas. Lo que hoy me llama la atención no es el grito de Bartimeo cuando se entera de que pasa Jesús – “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” –, sino la actitud de quienes estaban presentes: “Muchos lo regañaban para que se callara”. En ese “muchos” veo a los hombres y mujeres de Iglesia que también hoy ponemos trabas a quienes quieren acercarse a Jesús desde situaciones de marginación, lejanía o irregularidad. 


Es verdad que el centro del relato es la doble curación del ciego Bartimeo (de la ceguera y de la marginación social), pero no está mal fijarse en lo que sucede con quienes rodean a Jesús: discípulos y admiradores. También ellos experimentan un cambio. De ser “obstáculos” que impiden el acercamiento de los menesterosos a Jesús a ser  “mediadores” queridos por el Maestro. Jesús podría haberse acercado directamente al ciego que lo increpaba. Sin embargo, quiere hacerlo a través de aquellos que “lo regañaban para que se callara”. A esos mismos Jesús les encarga que lo llamen, que hagan de mediadores. 

Transformados por la palabra de Jesús, cambian su actitud de rechazo en una actitud de acogida y estímulo: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”. Solo entonces, animado por los discípulos de Jesús, el ciego “soltó el manto” (abandonó su vida anterior) y “se acercó a Jesús” (se abrió a una vida nueva). El encuentro con Jesús es la respuesta al deseo más profundo del ciego: “Que pueda ver”. El milagro lo obra la fe del ciego mendicante. Su marginación era enorme, pero su fe era aún mayor. Jesús nunca deja desatendida la petición de quienes creen en él. A diferencia de los discípulos, él se conmueve ante los gritos de las personas, de la humanidad entera. El corazón de Jesús es siempre compasivo, como explica con claridad el papa Francisco en la nueva encíclica Dilexit nos.


Pero volvamos a los discípulos; es decir, a nosotros. También ellos son curados de su ceguera, de su tentación de interponerse entre Jesús y las necesidades de las personas. Esta es una tentación recurrente de los sacerdotes, religiosos y de los laicos que tienen responsabilidades en la Iglesia. A veces nos sentimos como lugartenientes de Jesús y casi “dueños” de su Evangelio. Ponemos trabas a quienes se quieren acercar a él saltándose las barreras dogmáticas y canónicas. Ponemos más el acento en las normas que en los gritos, en las tradiciones que en las necesidades. Pero Jesús no se olvida de nosotros. A pesar de nuestra actitud arrogante y discriminatoria, él nos confía la tarea de seguir llamando y acogiendo. 

Es hermoso acompañar ante Jesús a quienes se sienten ciegos, marginados, a quienes buscan un sentido a la vida, a quienes quieren acercarse a la comunidad de la Iglesia tras años de alejamiento. Es hermoso poder convertirnos en discípulos que dicen: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”. Es hermoso caminar juntos por el camino. Ese “caminar juntos” (discípulos de primera y de última hora) es un símbolo precioso de la Iglesia sinodal que tanto queremos vivir en este tiempo. Algo parecido está diciendo el papa Francisco en su homilía. A él le gusta siempre acentuar que solo la Iglesia que camina con Jesús –no la Iglesia estática e introvertida– tendrá futuro.



1 comentario:

  1. Hoy, nos has ido desmenuzando el Evangelio y te lo agradezco, pues a veces nos quedamos atascados en una sola visión y no somos capaces de tener una mirada amplia y compasiva.
    Para poder comprender todo lo que sucede con el ciego Bartimeu, como destacas, también nosotros necesitamos pasar “del borde al centro del camino”.
    Me llama la atención el hecho de que: “De ser “obstáculos” que impiden el acercamiento de los menesterosos a Jesús pasan a ser “mediadores” queridos por el Maestro.”
    Me lleva a preguntarme si soy capaz de “escuchar” y/o “descubrir” todos los mensajes que encierra este pasaje y a comprometerme en ello…
    Gracias Gonzalo, porque, a través de tus reflexiones y de tu ser “mediador”, nos ayudas y acompañas a caminar juntos por el camino sinodal… Gracias por facilitarnos la homilía del Papa.

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