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sábado, 31 de diciembre de 2022

La vela se apagó


Como si lo hubiera programado con tiempo, Benedicto XVI ha muerto en el último día del año 2022. En el momento de su fallecimiento, 9,34 de la mañana, me encontraba paseando por el bosque. A diferencia de los días anteriores, marcados por la lluvia, a esa hora lucía un espléndido sol de invierno. Los periódicos y las televisiones lanzan las ediciones especiales que tenían preparadas. Todos subrayan que es el primer papa que renuncia a su ministerio desde que lo hiciera Celestino V en 1294. De hecho, vivió más tiempo como papa emérito (2013-2022) que como papa en ejercicio (2005-2013). 

Escribo la entrada de hoy con emoción y gratitud. No considero necesario contar la historia de Benedicto XVI porque los medios de todo el mundo la están narrando con lujo de detalles. Prefiero recordar algunos hitos que ahora me vienen a la mente. Me impresionó la manera como se presentó el día del inicio de su pontificado el 24 de abril de 2005. En esa fecha yo vivía en Roma y tuve la oportunidad de participar en aquella celebración. En la homilía de la Eucaristía dijo: “Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”.


Desde el punto de vista psicológico, creo que Benedicto XVI fue un pastor tímido. Pero desde el punto de vista moral, fue un pastor humilde. Él mismo quiso reconocerlo la primera vez que se dirigió a la multitud después de ser elegido: “Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”. 

A diferencia de Juan Pablo II y de Francisco, Benedicto XVI no fue un papa popular ni buscó serlo. Se podría decir que lo evitó a toda costa. La historia calibrará con mayor perspectiva esta forma de ser que era, en el fondo, una forma de creer. Tenía un hondo sentido del Misterio de Dios y de la centralidad de Jesucristo. Él no quería estorbar, sino ponerse al servicio de Dios. Fue muy controvertido porque no se entendieron en su momento algunas de sus ideas y decisiones. El tiempo nos ayudará a ver si estaba equivocado o no. Quizá intuyó el futuro con más penetración que la mayoría de nosotros y de sus críticos. 


La última vez que vi a Benedicto XVI fue el 2 de febrero de 2005, pocos días antes del anuncio de su renuncia el día 11 del mismo mes. Se celebraba la fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En su homilía, nos invitó a los consagrados a alimentar una fe capaz de iluminar nuestra vocación, una fe que supiera reconocer la sabiduría de la debilidad y que nos hiciera ser peregrinos hacia el futuro. Lo vi envejecido, cansado, hasta el punto de que pensé que podía morir en cualquier momento. Sin embargo, ha vivido casi diez años más recluido en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. 

También recuerdo la vigilia de oración que tuvo lugar en la JMJ de Madrid (2011) bajo una tormenta fortísima. El papa comenzó su homilía con estas palabras improvisadas: “He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe”. Las palabras “el Señor nunca nos abandona” resultan especialmente proféticas en estos tiempos difíciles que vivimos. 

No puedo olvidar tampoco la ayuda que recibí hace muchos años siendo un joven estudiante de teología cuando leí su Introduccción al cristianismo. Procuré seguir sus encíclicas, exhortaciones, catequesis, homilías, mensajes y discursos durante la etapa de su pontificado. Siempre admiré su profundidad, claridad y concisión. 

Hoy, en el día en que la vela de Joseph Ratzinger (1927-2022) se ha apagado, le doy gracias a Dios por este hombre de fe y le pido que lo acoja en su misericordia infinita. Requiescat in pace. 



viernes, 30 de diciembre de 2022

Una familia muy original


Las portadas de los periódicos hablan, sobre todo, de la muerte de Pelé, O Rei, a la edad de 82 años en un hospital de São Paulo, Brasil. Cuando yo era niño, él era el astro del fútbol. Ahora hay una constelación de grandes figuras, aunque Pelé sigue estando en la cúspide. 

Los periódicos no hablan, sin embargo, de que hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Hay que reconocer que la formada por Jesús, María y José se parece muy poco a nuestras familias modernas. Y quizá dista mucho también de la pintada por Murillo en su célebre cuadro del pajarito. Por cierto, cuando hace apenas tres semanas visité el Museo del Prado con Gabriele, mi amigo italiano quedó prendado ante el candor de este cuadro que hace años se veía mucho en los calendarios que colgaban en nuestras casas. 

La Sagrada Familia se parece poco a nuestras seculares familias, no solo por el distinto contexto sociocultural y religioso, sino, sobre todo, por su excepcionalidad. María fue una madre excepcional, José fue un padre excepcional y Jesús fue un hijo excepcional. La tradición cristiana nos ha legado una serie de virtudes domésticas de la familia de Nazaret que nosotros aplicamos con mayor o menor fortuna a nuestras familias modernas: respeto mutuo, cuidado, servicialidad, alegría, etc. Siempre corremos el riesgo de proyectar en el trío Jesús-María-José las virtudes que son propias de cada tiempo. Con todo, la oración colecta de la misa de hoy va en esta dirección: "Oh, Dios, que nos has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo, concédenos, con bondad, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo".


Me parece que el denominador común de los tres miembros de la familia de Nazaret es su rendición a la voluntad de Dios. Cada uno de ellos vivió una aventura interior que los evangelios sintetizan y esquematizan echando mano de elementos bíblicos comprensibles para los lectores. Esta apertura a la voluntad de Dios no es una simpe virtud que dependa de los vaivenes del tiempo. Es algo relevante para cualquier ser humano (y para cualquier familia) en cualquier tiempo y lugar. Creo que cuando la Iglesia propone a la familia de Nazaret como modelo de nuestras familias, no está poniendo el acento en algunas virtudes domésticas, más o menos universales, sino en algo mas radical. 

Una familia es cristiana cuando sus miembros se ayudan mutuamente a descubrir la voluntad de Dios y a cumplirla. A menudo esta búsqueda es difícil y no está exenta de incertidumbres y sufrimientos. A veces, rompe los planes de quienes creen que la vida ideal consiste en ser sumisos a los padres, buscarse un cónyuge en el momento oportuno, casarse, tener hijos y volver a repetir siempre el mismo ciclo. La voluntad de Dios es a veces muy contracultural. Rompe nuestros planes rutinarios y nos obliga a salir de nuestra comodidad.


No, la Sagrada Familia no fue una familia burguesa en la que todos se acoplaban a un guion prestablecido. Jesús rompió las expectativas de María y de José desde el primer momento. Sus padres tuvieron que aprender a ser discípulos de su hijo. De adulto, Jesús lo dirá sin ambages: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre»” (Mt 3,34-35). 

Llevamos décadas diciendo que la familia está en crisis. Lo que está en crisis es el modelo vigente en las sociedades rurales. En vez de quejarnos tanto de la progresiva desaparición de un modelo tradicional, tendríamos que poner el acento en descubrir cuál es la voluntad de Dios para los seres humanos de nuestro tiempo, qué tipo de familia se abre paso. Los modelos cambian (familia tribal, familia patriarcal, familia extendida, familia nuclear, etc.), pero lo que hace de una familia cristiana una verdadera “iglesia doméstica” es su búsqueda conjunta de la voluntad de Dios y el apoyo mutuo para llevarla a cabo, aunque a veces rompa nuestros planes y expectativas.

jueves, 29 de diciembre de 2022

La generación muda


Me ha llamado la atención un artículo publicado hoy en el periódico El Mundo. Lo dedica a la llamada “generación muda”; es decir, a aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) que casi no hablan por teléfono porque temen que el interlocutor les robe tiempo, los tenga media hora contando penas o les pida un favor. Prefieren rápidos mensajes de WhatsApp u otras aplicaciones y, cuando se trata de amigos, videollamadas. Es un fenómeno que también yo he ido observando desde hace años. 

Cada vez hablamos menos. Lo resolvemos todo a base de mensajes que nos parecen menos invasivos y que, en el fondo, nos liberan de la intimidad que toda llamada supone. Cuando solo había teléfonos fijos y las llamadas costaban según los minutos consumidos, se hablaba con menos personas, pero, por lo general, se trataba de conversaciones más sustanciosas. Hoy que es posible hablar gratis con un número ilimitado de personas, padecemos saturación. El pitido del teléfono no constituye un motivo de alegría (a menos que estemos esperando una llamada deseada), sino un motivo de perturbación o incomodidad. Nos cansa descolgar o abrir el teléfono. Preferimos la tranquilidad, pero eso mismo se puede volver contra nosotros. La excesiva comodidad es a menudo la antesala de la incomunicación y la soledad


Tal vez por eso muchas personas están deseando hablar y ser escuchadas. Cuando tienen la oportunidad de hacerlo, todo el tiempo les parece poco. Una conversación de hora y media se les antoja un pequeño aperitivo porque han almacenado demasiados silencios que buscan un desahogo. No es fácil conversar. A diferencia de algunos adultos y la mayoría de los ancianos a los que les gusta contar historias y explayarse sin límite, muchos jóvenes hablan a base de monosílabos. Hay que sacarles las palabras con sacacorchos. Les cuesta poner palabras a lo que piensan y sienten. Incluso su vocabulario se va reduciendo. 

Tal vez el uso y abuso de emojis, emoticones y otras señales jeroglíficas ha hecho innecesario el recurso a las palabras. Para ellos, puede ser más elocuente un signo que un vocablo. No sé cómo va a evolucionar todo esto, pero cada vez me parece más evidente que una lista infinita de contactos en el teléfono móvil no significa mayor capacidad comunicativa, sino solo una acumulación de información, un banco de recursos y a veces un verdadero incordio.


Son muchas las personas que envían mensajes, pero pocas las que llaman por teléfono. Escribimos más que hablamos. ¿Qué significa esto? ¿Estamos cansados de los encuentros interpersonales? ¿Nos resulta más fácil esconder nuestros sentimientos a través de un mensaje escrito? ¿Estamos menos expuestos a abusos verbales y a confrontaciones para las que no nos sentimos preparados? 

Quizá la “generación muda” es solo una expresión visible de las dificultades que tenemos para el verdadero encuentro interpersonal. El otro nos da miedo. Protegemos nuestra intimidad de la exploración ajena y renunciamos a complicarnos la vida hollando el santuario personal de nuestros semejantes. Hablar se ha vuelto un ejercicio exigente y hasta arriesgado. Es mejor parapetarse detrás de mensajes escritos que uno puede leer cuando quiera y que no exigen una respuesta inmediata como cuando uno está entablando una conversación hablada. Hablar es casi un ejercicio de valientes.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Paseo por el bosque


Hace poco he recibido una llamada telefónica de un número privado. El portavoz de un bufete de abogados me exigía pagar en el plazo de 24 horas una suma exorbitante que supuestamente adeudaba por el uso de mi teléfono móvil. Naturalmente, colgué sin pedir ninguna explicación porque estoy al día en este asunto. Lo que no podía sospechar es que la llamada provenía de una aplicación que se utiliza para gastar bromas telefónicas. La persona que la había usado enseguida me hizo ver que hoy es la fiesta de los Santos Inocentes y, por tanto, el día de las bromas en España y en otros países latinoamericanos como Guatemala, México o El Salvador. Tengo la impresión de que esta tradición ha ido perdiendo fuerza, pero todavía se mantiene viva. 

Lo que nos es broma es el sufrimiento de tantos niños inocentes en todo el mundo, incluidos los países desarrollados. Una sociedad que tolera o provoca el sufrimiento de los más pequeños es una sociedad que ha perdido el sentido de la vida y, por lo tanto, del futuro. Los pequeños son el santuario más auténtico de la presencia de Dios en nuestro mundo.


Al regreso de mi paseo matinal por el bosque me encuentro con la noticia del agravamiento del estado de salud de Benedicto XVI. Tengo la impresión de que estamos cerca del final. Le pesan ya sus 95 años. Cuando renunció al ministerio petrino en febrero de 2013 recuerdo haberlo visto muy cansado, casi exhausto. Entonces también se temió por su vida. Han pasado casi diez años. Creo que se está preparando para la renuncia definitiva, que es como decir para la aceptación definitiva de la vida plena. 

Al final de la audiencia general de hoy, el papa Francisco ha dicho las siguientes palabras en italiano: “Vorrei chiedere a tutti voi una preghiera speciale per il Papa emerito Benedetto, che nel silenzio sta sostenendo la Chiesa. Ricordarlo - è molto ammalato - chiedendo al Signore che lo consoli, e lo sostenga in questa testimonianza di amore alla Chiesa, fino alla fine” (“Quisiera pediros a todos una oración especial por el Papa emérito Benedicto, que en silencio sostiene a la Iglesia. Acordaos de él -está muy enfermo-, pedid al Señor que le consuele y le sostenga en este testimonio de amor a la Iglesia, hasta el final”). Me uno a esta petición. También yo oro por Benedicto XVI para que pida estos momento con fe, serenidad y una esperanza inmarcesible. 


No sé qué me pasa cuando paseo por el bosque. Es como si me transfigurara. En comparación con el bosque seco que vi a finales del mes de agosto, ahora el agua corre por ríos, arroyos y acequias, las praderas están verdísimas y los colores de los pinos y los robles se han vuelto intensos y limpios. Para estar a finales de diciembre, la temperatura es relativamente suave. He salido de casa con 4 grados y he regresado con 7. El cielo está cubierto. Han pronosticado lluvia para el final de la tarde. Poco a poco, el embalse de la Cuerda del Pozo va creciendo. Después de un verano muy seco, ya ha llegado al 42,57% de su capacidad, pero todavía diez puntos por debajo de la media de los últimos años. 

El bosque nos cura de todas las enfermedades ligadas a la ciudad. La prisa se vuelve calma, la contaminación es vencida por un aire limpio, el asfalto es sustituido por una tierra mullida. Todo cambia. No cuesta nada rezar laudes en este templo natural. Es como si la naturaleza se uniera al canto de alabanza, sobre todo cuando se desgrana el cántico de los tres jóvenes que repetimos todos los días durante la octava de Navidad



martes, 27 de diciembre de 2022

Llenar el tiempo


El cielo está encapotado. Puede llover de un momento a otro, aunque también es posible que salga el sol. Dejé Madrid el día de Navidad por la tarde para refugiarme en la montaña. En este clima de silencio y de suave invierno digiero las muchas cosas vividas en los últimos días en los que he podido compartir con diversas comunidades. La celebración litúrgica de la Navidad dura ocho días salpicados de otras fiestas que van acentuando algunos rasgos de la encarnación de Dios. Ayer celebramos a san Esteban. La vida y la muerte se dan la mano. Confesarse seguidor del Niño que nace en Belén tiene siempre sus riesgos. Los tuvo ayer y los sigue teniendo en la actualidad. Hoy recordamos a Juan, el apóstol y evangelista. La tradición vincula al autor del cuarto evangelio con uno de los discípulos de Jesús. 

Mientras la liturgia sigue su cadencia secular, el mundo sigue su curso. Llegan noticias preocupantes desde China mientras aquí se discute sobre la verdadera situación de la economía y lo que nos aguarda en 2023. La persona joven agonizante a la que me referí el día de Nochebuena falleció ese mismo día por la tarde rodeada del cariño de su familia. Lo que podría haber sido una gran desgracia se vivió como un canto a la vida plena. La Navidad familiar, y aun la litúrgica, se transformó en una experiencia de encuentro con Jesús que va más allá de la muerte. La Navidad fue para esa joven madre su verdadero dies natalis.


Veo a muchas personas de mi entorno con la necesidad compulsiva de llenar el tiempo, de matarlo, de hacer muchas cosas (cocinar, viajar, pasear, salir de copas, practicar deporte…). Temen que estos días de Navidad, estas minivacaciones de invierno, pasen sin recuerdos memorables. Pareciera que el tiempo adquiere valor en la medida en que lo inflamos. Nos resulta difícil vivirlo sin ansiedad, dando significado a cada pequeña acción, no abandonándonos a expectativas desmesuradas que nos dejan todavía más insatisfechos. 

La alegría no nace de la acumulación de experiencias exaltantes, sino de la capacidad de vivir con intensidad y significado la exultación diminutiva que podemos encontrar en las cosas más sencillas. Una de las lecciones que aprendemos en Navidad es que Dios siempre elige la vía de la sencillez para hacerse encontradizo con nosotros. No es, pues, nada extraño que una sociedad tan sofisticada como la nuestra encuentre muchas dificultades para descifrar los signos de Dios.


Anoche pasé un buen rato en el belén viviente que cada año se organiza en mi pueblo natal. Niños, jóvenes y personas mayores inundan la plaza mayor convertida en una especie de Belén en el que hay una carpintería, una panadería, una herrería, una taberna, una quesería, un establo de ovejas, el puesto de la castañera y otros espacios que recrean el mundo rural. Sobre la superficie del atrio de la iglesia se representa el lugar donde están María, José y el niño. Las luces multicolores y la música navideña (con canciones que van desde los típicos villancicos españoles hasta temas tan conocidos como el incombustible Feliz Navidad de José Feliciano, White Christmas y otros muchos de la música pop internacional) ayudan a crear un ambiente que a los niños les resulta mágico. Me resisto mucho a usar esta palabra de moda, pero es la que estaba en boca de muchos. 

Presidiendo toda la representación estaba el gran reloj de la torre de la iglesia. Con sus campanadas regulares, nos recordaba que lo que parecía de otro tiempo, en realidad estaba conectado con nuestro tiempo. Todo eso sucedía entre las 4,30 de la tarde y las 9 de la noche. Era un tiempo para encontrarse, charlar, escuchar música, tomar algo y llenar el tiempo de forma comunitaria. 



domingo, 25 de diciembre de 2022

Las siete palabras de la Navidad

Desde hace días proferimos muchas palabras navideñas. Nos decimos unos a otros Feliz Navidad o su versión secularizada Felices fiestas. Hablamos de familia, amigos, paz, alegría, etc. De tanto repetirlas, algunas de estas palabras se desgastan. Acaban convirtiéndose en eslóganes vacíos. ¿Cuáles son las palabras que Dios nos dirige en un día como hoy? Cuando nos acercamos a los textos que se proclaman en la misa del día de la Natividad del Señor encontramos otras palabras con las cuales podemos formar un minidiccionario navideño. He escogido siete por el valor simbólico de este número. Quedan fuera algunas que son también cardinales, pero me parece que las siete escogidas nos dan la perspectiva justa de lo que significa la Navidad. En la misa de medianoche (misa del gallo) escuchamos el relato del nacimiento de Jesús según san Lucas. Se trataba de una narración muy teologizada, pero narración, al fin y al cabo. En el prólogo del Evangelio de Juan que leemos hoy se nos ofrecen las claves profundas, el significado de ese acontecimiento histórico.

PAZ

La primera lectura de hoy comienza así: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!” (Is 52,7). Y en el evangelio que leímos anoche se decía: “De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor»” (Lc 2,13-14). También la primera lectura de anoche era explícita al hablar de la misión del Mesías: “Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino” (Is 9). El don de la paz -shalom- caracteriza la presencia de Dios en nuestra vida. Por eso, nos resulta tan lacerante la guerra que, desde febrero, se desarrolla en Ucrania y otras guerras en curso en diversos rincones del planeta. Donde hay paz, está Dios. Donde hay guerra, el odio ocupa el puesto de Dios.

JUSTICIA

También en la primera lectura de hoy se hace referencia a la justicia: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero… que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»” (Is 52,7). En el salmo responsorial cantamos: “El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia” (Sal 97). No hay Dios donde prevalece la injusticia. Hoy somos muy sensibles a la conculcación de los derechos humanos y también a la falta de reconocimiento del señorío de Dios. Una Navidad sin justicia se parece a ese empresario injusto que maltrata durante el año a sus trabajadores y que, en vísperas de Navidad, les regala un jamón y una caja de dulces.


SALVACIÓN

La palabra recorre los textos de hoy. Aparece en la primera lectura: “Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10). Reaparece en el salmo responsorial: “Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad”. Resonó en la segunda lectura de anoche: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). El nombre de Jesús significa precisamente “Dios salva”. Hay Navidad donde experimentamos que Dios nos saca de la fosa de nuestro pecado y desesperación y nos introduce en el misterio de su amor. Salvación quiere decir sentido, libertad, propósito, todo lo que necesitamos en un momento en el que no sabemos adónde vamos y nos sentimos aprisionados por muchas realidades que nos impiden ser felices.

PALABRA

Este término (dabar en hebreo, logos en griego) es central en la liturgia de la Navidad. Se repite varias veces en el Evangelio de Juan, cuyo prólogo empieza así: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). En la carta a los Hebreros leemos: Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Jesús es esa Palabra por la que se ha hecho todo. Él es la Palabra que, en un momento determinado de la historia, se ha hecho uno de nosotros. El versículo central del prólogo condensa el misterio de la Navidad: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), que es lo mismo que decir que el Dios invisible se ha hecho visible en la humanidad del hombre Jesús, de manera que la carne, la humanidad, se convierte en lugar de encuentro con Dios. Lo humano queda divinizado. En tiempos de antihumanismo y transhumanismo, la fe cristiana nos recuerda que el ser humano es digno e inviolable porque su condición ha sido santificada por el Hijo de Dios. Somos hijos en el Hijo. 

VIDA

Esta palabra aparece también el prólogo de Juan: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Más adelante Jesús dirá que Él es la vida (Jn 14) y que ha venido “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Navidad es la fiesta de la vida. Y no de una vida cualquiera, sino de esa vida que brota cuando estamos en comunión con Dios, con los demás, con la creación entera. Quienes creemos en Jesús no estamos llamados a vivir de cualquier manera, arrastrando la existencia bajo el peso de nuestra culpa, sino con la libertad y la alegría que Jesús nos brinda. Vivir es la manera más creíble de confesar que la fe en Jesús es fuente de plenitud personal. La cultura de la muerte es antinavideña. Ni el aborto, ni el suicidio, ni la eutanasia, ni la miseria, ni las condiciones infrahumanas de vida hacen justicia a un Dios que nos ha regalado el don de la vida en su Hijo Jesús.


LUZ

Ya en la primera lectura de anoche se anunciaba a bombo y platillo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló” (Is 9). También en la narración del nacimiento se dice que “un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor” (Lc 2). El Evangelio de hoy es todavía más explícito: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”. Por si no fuera suficiente, se añade: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo”. Por desgracia, “vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” porque prefirieron -preferimos- vivir en la oscuridad. Contemplar a Jesús como la “luz del mundo” nos ayuda a nosotros a vivir como “hijos de la luz, no de las tinieblas” y a redescubrir nuestra misión de ser también la luz del mundo. Es verdad que durante la Navidad nuestras calles y hogares se inunda de luces de colores, pero esto no es suficiente para iluminar la oscuridad de nuestro corazón. Solo la presencia de Jesús disipa la tiniebla y nos hace ver con claridad.

GRACIA

El prólogo termina con una referencia a la gracia: “Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. Ya lo habíamos escuchado anoche: “Ha aparecido la gracia de Dios” (Tit 2). Nosotros no somos hijos de la ley, sino de la gracia. Y ya se sabe que a la gracia se responde con la acción de gracias. Es de bien nacidos ser agradecidos. La Navidad es la fiesta de la gracia. Cada vez que nos hacemos un regalo estamos afirmando que la vida misma es un regalo, que Jesús es el gran regalo que Dios ha concedido a la humanidad y que cada uno de nosotros podemos ser un regalo para los demás.

FELIZ NAVIDAD 
A TODOS LOS AMIGOS DEL RINCÓN DE GUNDISALVUS.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Dios se hace reconocible


Veo a la gente caminando con gorros de lana y bufandas anudadas al cuello. Las farolas de la plaza de España y de la plaza de Oriente tienen menos bombillas encendidas que otros años con objeto de reducir el consumo eléctrico. Frente a la catedral han colocado unas bolas inmensas que juegan con destellos de colores. De una de sus paredes laterales pende un pequeño lienzo rojo con la figura del niño Jesús y una leyenda: Quiero entrar en tu casa. ¿Tienes sitio para mí? Abundan los extranjeros que hacen comentarios. Las casetas navideñas de la plaza de España y la pista de hielo atraen a mucha gente, pero sin agobios. Mi WhatsApp se llena de felicitaciones digitales llegadas desde muchos lugares del mundo. Son ya pocas las que llegan por correo ordinario. Nunca falta la de una entrañable amiga de Zaragoza. 


Hoy celebraré tres misas: la matutina, la de la vigilia y la de medianoche. Este exceso eucarístico compensa mi déficit caritativo. Me emociona el villancico de la familia Marín-Morales compuesto y cantado por sus miembros. Pienso en una persona joven que agoniza víctima de un cáncer incurable. En el paseo de Rosales dos hombres de la calle comparten cartones de vino sobre un banco de madera. De la iglesia de Buen Suceso sale un grupo de jóvenes charlando animadamente. La “tercera” de ABC está dedicada hoy a san Juan de la Cruz. Joan Manuel Serrat da su
último concierto en Barcelona, su ciudad. La guerra en Ucrania no da tregua. Hoy los sentimientos están a flor de piel.


Todos los años dedico un tiempo a pasear solo el día anterior a la Navidad. En medio de la proliferación de estímulos visuales y auditivos necesito silencio para saber qué pasa por fuera y, sobre todo, por dentro. No pienso nada en especial. Me dejo llevar. Dejo que reposen las vivencias de los últimos meses. Me pregunto si tiene algún sentido celebrar que Dios se haya hecho hombre. Me meto en la piel de los más escépticos porque yo mismo lo soy en ocasiones. 

¿Qué queremos decir cuando hablamos de Dios? ¿Por qué las primeras comunidades cristianas empezaron a creer que el Verbo de Dios se había hecho “carne” en el hombre Jesús de Nazaret? ¿Por qué veinte siglos de dudas y traiciones, de búsquedas y cansancios, no han acabado con lo que algunos consideran una mera superstición, un conjunto de leyendas piadosas sin el más mínimo soporte histórico? ¿Tan crédulos somos los cristianos? ¿Tendrán razón quienes se burlan de algo que nunca han experimentado? ¿O la Verdad es más fuerte que nuestras dudas?


Las preguntas no provocan en mí un sentimiento de impotencia o de tristeza. Me ayudan a hacerme cargo de la envergadura del Misterio. Imagino el día en que se corra el velo y todo sea diáfano. Ni me río de los escépticos ni me enorgullezco con los creyentes. Dejo que la fe fluya como un arroyuelo ligero. Hoy como ayer, solo María, José, los pastores y unos magos buscadores supieron adorar la presencia de Dios en nuestro suelo. Para los demás -los importantes- pasó desapercibida. 

La historia se repite. Hoy nos creemos demasiado importantes. Nos parece que nos las sabemos todas. Jugamos a ser diosecillos. Pero este orgullo no provoca en nosotros la alegría y la paz que produce el encuentro con el Niño de Belén. Tendremos que preguntarnos por qué. 


Muchos se han puesto de camino hacia sus lugares de origen. Añoran el encuentro con los suyos y sus raíces. Otros empiezan ya a sufrir el síndrome de Navidad. La soledad y los recuerdos los minan por dentro. A menudo, la abundancia de felicitaciones recibidas no se corresponde con el escaso júbilo interior. Pareciera que uno nunca está a la altura de lo que se celebra. Es fácil vestir una mesa de gala. No es tan fácil preparar el corazón, sobre todo cuando ha acumulado odio y resentimiento. A las 7,15 de la tarde yo recorreré la calle Princesa a pie. A las 7,30 celebraré la misa de la vigilia con la comunidad de religiosas concepcionistas. Una hora después tendré las vísperas solemnes de la Natividad del Señor con mi comunidad. Cantaremos himnos y salmos. Oraremos por el mundo. 


A las 9 tendremos nuestra cena de Nochebuena, recordaremos a nuestros seres queridos y compartiremos la alegría de no estar solos, de ser un diminuto belén en esta gran ciudad de Madrid. Entre el final de la cena la misa de medianoche en la parroquia del Inmaculado Corazón de María tendré tiempo para hacer algunas llamadas y escribir mi diario. Todos los años se repite, más o menos, el mismo ritual. A través de acciones minúsculas, uno toma conciencia de que la pequeñez es el camino que Dios ha seguido para hacerse reconocible. Una suave alegría acompaña el momento de darle gracias por todo, meterse en la cama y conciliar el sueño. Feliz Navidad. 



viernes, 23 de diciembre de 2022

Variaciones prenavideñas


La liturgia nos introduce en el misterio de la Navidad mediante una cuenta atrás que comienza el 17 de diciembre. Para acentuar la inminencia de la venida del Señor, a menudo las antífonas de estos días repiten expresiones como: “Faltan cinco días”, “Faltan tres días”, etc. No se valora lo que no se desea y se espera. Quizás por eso a la Navidad le antecede una espera de cuatro semanas. Por más que el comercio anticipe las ventas al mes de noviembre (o incluso antes en algunos países), la liturgia ha ido recuperando la importancia del Adviento para no precipitar las cosas. Hay que aprender a esperar, a moderar los deseos, a disponer nuestro ánimo y, sobre todo, a activar la fe. 

La Palabra de Dios nos ha ofrecido cada día algunas claves para comprender mejor lo que va a suceder y, sobre todo, para hacerlo nuestro. Hay personas y comunidades que viven con mucha intensidad el Adviento. Saben armonizar bien los aspectos litúrgicos con los familiares y sociales. La preocupación por los más necesitados corre pareja a la escucha más atenta de la Palabra de Dios. Cuando acogemos a Dios, enseguida descubrimos el rostro del hermano. No hay separación posible.


Es tradicional en estos días hacer campañas de recogida de alimentos, visitar a los enfermos y ancianos, tener un detalle con los que viven en la calle, organizar encuentros con inmigrantes, ser dadivosos con los empleados, etc. Son expresiones hermosas del amor que la Navidad celebra. Algunas personas son muy críticas con estas conductas porque les parecen un resabio de asistencialismo caducado, una manera de tapar con el barniz de la caridad muchas injusticias que claman al cielo. No les falta razón, pero, como sucede a menudo en la vida, por evitar un mal disimulado (la hipocresía) no debemos prescindir del bien posible (la cercanía). 

Cada uno de nosotros podemos hacer un rápido examen de conciencia y preguntarnos: ¿Por qué hago esto? ¿Qué me mueve a hacerlo? ¿Pretendo solo acallar mi conciencia? ¿Quiero lavar con unas migajas de caridad el derroche que pienso hacer estos días? La pregunta más radical es siempre la que más nos escuece, pero también la que nos da la perspectiva justa: ¿Qué haría Jesús en mi caso?


Hoy a mediodía he participado en el encuentro con todos los que trabajan en las Publicaciones Claretianas y en otras revistas y actividades que llevamos los claretianos de mi comunidad de Madrid. He disfrutado con la conversación franca, regada con sidra y pasteles, y con los primeros villancicos de la temporada. Cuando entre nosotros hay un clima de confianza, trabajamos mejor. Sabemos por qué hacemos las cosas y nos ayudamos mutuamente a conseguir los objetivos. 

Por desgracia, no siempre es así. A veces, en las empresas y lugares de trabajo se respira una atmósfera tóxica. Domina la desconfianza. Se dan sospechas, celos, envidias, abusos, discriminaciones, rencillas y mal humor. El resultado suele ser un producto mediocre. Muchos acaban quemados. ¡Qué difícil es construir un clima positivo y con qué facilidad se puede destruir! A veces depende de actitudes muy básicas como el respeto, la escucha, la valoración del otro, la alegría por los éxitos colectivos, la cooperación desinteresada, etc. También el espíritu de la Navidad llega a los ámbitos laborales, no solo a los familiares. La encarnación lo inunda todo. 

jueves, 22 de diciembre de 2022

Nadie está definitivamente perdido


Millones de personas en toda España estarán hoy pendientes del sorteo de la lotería. Esta tradición va más allá de ideologías, creencias y nacionalismos. Casi todo el mundo participa. Pocas cosas hay más “españolas” (con excepción quizá de la paella y la tortilla de patatas) que el sorteo del 22 de diciembre. Los premios se reparten por todas las ciudades y regiones. La actualidad va por aquí, pero yo me fijo en otros asuntos que atraen mi atención. 

Varias personas han compartido conmigo el impacto negativo que les ha producido el caso Rupnik. No sé si todos los lectores están al corriente. En todo caso, pueden informarse fácilmente en este enlace. No me gusta hablar sobre situaciones que no conozco de cerca y mucho menos enjuiciar a personas, pero parece que se trata de un caso confirmado de repetidos abusos sexuales y de conciencia por parte de un jesuita esloveno, muy conocido en todo el mundo por su imponente obra artística (más de 220 proyectos, algunos de gran envergadura) y por sus tareas de acompañamiento espiritual. Este caso se suma a otros muchos que van saltando regularmente a los medios de comunicación social. Comprendo muy bien el estupor, la rabia, la tristeza y hasta el escándalo que provoca en muchos creyentes. ¿Por qué se producen estas situaciones? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué debemos hacer en el futuro?


El desconcierto producido por los casos de abusos no hace sino aumentar la sensación que muchos tienen de que la Iglesia no es de fiar, sobre todo los clérigos y los religiosos. Sirve de poco argumentar que se trata de pocos casos, aunque produzcan mucho ruido. La credibilidad no se basa en las estadísticas, sino en algo más profundo y duradero: la verdad de las cosas y la transparencia comunicativa. La mayoría no se escandaliza de la fragilidad, pero sí de la hipocresía. La fragilidad es una condición común de todos los seres humanos, incluidos aquellos que han hecho una profesión religiosa o han recibido la ordenación sacerdotal. La hipocresía -tan denunciada por Jesús- significa una perversión de la verdad, incapacita para acoger humildemente el perdón y bloquea las posibilidades de cambio. 

Hace falta una fe muy madura, muy probada, para no dejarse arrastrar por esta ola de desconfianza que padecemos en los últimos años. La Iglesia necesita una radical purificación. Siempre seremos débiles, pero debemos aspirar a ser más auténticos. Necesitamos pedir esta gracia al Señor y, al mismo tiempo, crear una cultura eclesial de transparencia y cuidado mutuo. Creo que estamos caminando en esta dirección, no sin resistencias y zancadillas, pero queda aún mucho trecho por recorrer. 


Abrir los ojos a esta dolorosa lacra en vísperas de la Navidad nos ayuda a comprender mejor que Dios se hizo uno de nosotros en todo, menos en el pecado, que asumió nuestra frágil condición humana para divinizarla. Nunca acabaremos de entender qué significa este doble movimiento. Hasta es posible que el exceso ornamental de estos días nos impida llegar al fondo del misterio. La atención se desvía a los encuentros familiares, a los banquetes y fiestas con amigos y a la entrega de regalos. Pareciera que nos aproximamos más a las saturnales romanas que a la celebración cristiana de la natividad del Señor. Es verdad que la fiesta tiene un poder catártico y que, en medio de tantas crisis, abre un boquete necesario de luz y alegría. Pero resulta más liberador y duradero preguntarnos cuál es la raíz de los males que padecemos (incluidos los abusos de todo tipo) para sanarla. De lo contrario, seguirán brotando malas hierbas.

Como sucede casi siempre en situaciones como la de Rupnik, la opinión pública se pregunta si la Iglesia (en este asunto, la Compañía de Jesús) ha sabido gestionar bien el caso. Por más protocolos que existan, casi siempre afrontamos mal los abusos, sus consecuencias y la atención debida a abusados y abusadores. Es como si la mala gestión perteneciera a la cadena de pecado que los abusos producen. Tenemos mucho que aprender. La Navidad nos cura del orgullo excesivo, nos recuerda que solo la puerta de la humildad conduce a la luz, que “los pequeños” (entre los que se encuentran sin duda las víctimas de abusos) son siempre los preferidos de Dios y que para todo ser humano (incluidos los abusadores) hay siempre una vía de salvación si se abren a la misericordia de Dios. Nadie está definitivamente perdido. La fe cristiana nunca renuncia a esta buena noticia, ni siquiera en tiempos de grave crisis como los que vivimos ahora.


miércoles, 21 de diciembre de 2022

Con ella siempre hay alegría


Hoy a las 22,48 (hora de la España peninsular) entrará el invierno astronómico en el hemisferio norte. Será también el día más corto del año y la noche más larga. Me gustaría que el invierno empezara con un poco de nieve, pero eso tendrá que esperar. De momento nos contentamos con una lluvia suave y con temperaturas moderadas, que contrastan con el calor que están viviendo en Argentina, donde se prolongan las caóticas celebraciones por la tercera Copa del Mundo de fútbol. 

Tras mi paso fugaz por Córdoba, me encuentro ya en mi despacho de Publicaciones Claretianas. Sobre la mesa se amontonan las felicitaciones navideñas enviadas por obispos, otras editoriales, etc. Y también asuntos que hay que despachar. Todo me resulta nuevo. Es la primera vez que trabajo en el mundo editorial. Aprendo de los trabajadores que llevan años desarrollando una excelente labor. Me agrada sentirme aprendiz. No tengo prisa en tomar decisiones. Necesito hacerme cargo de lo que se ha hecho hasta ahora y de lo que se puede hacer en el futuro.


A través de las dos ventanas de mi despacho (la del este y la del sur), percibo el ir y venir de gentes que compran en las tiendas del barrio, se dirigen al centro de salud de Quintana o a la cercana iglesia de Buen Suceso, pasean a su perro o descargan sus mercancías. Madrid es una ciudad en continuo movimiento. Imagino que muchos están anticipando las compras para los próximos días. Los comercios están decorados con motivos navideños. Detrás de esta apariencia de normalidad, se agazapan historias de sufrimiento. 

Para muchos, la Navidad es un tiempo de melancolía. Los días cortos, el mal tiempo, la obligación de ser amables, la proliferación de fiestas, el recuerdo de experiencias dolorosas y las ausencias de algunos seres queridos se conjuran para hacer de estas fiestas un tiempo triste. Quizá por eso necesitamos que nos visite María, la mujer que siempre porta gozo y esperanza. Es el mensaje del Evangelio de hoy. Lucas dice que “María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Isabel reconoce que “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”.


En estos días previos a la Navidad es necesario sentir que viene a vernos una joven embarazada que porta dentro el misterio de Dios. Su visita puede hacer que brote dentro de nosotros esa alegría que ninguna otra cosa puede darnos. María nos alegra la vida porque nos trae a Dios. Esta alegría no es comparable a la que podemos sentir si mañana nos toca la lotería o si participamos en una de las múltiples comidas o cenas de empresa o entre amigos. Es una alegría profunda, suave, duradera. Es, en definitiva, la alegría de la fe. 
Ella sigue creyendo cuando muchos de nosotros hemos claudicado. Por eso, es y será siempre bienaventurada. 

Aunque estemos solos, nos sentimos acompañados. Aunque estemos enfermos, nos sabemos curados. Aunque tengamos problemas, estamos convencidos de que el Señor no nos abandona. La “visitación de María” es la mejor manera de exorcizar la tristeza y todos los demonios que nos impiden celebrar con alegría el misterio de la Navidad. Con ella, aprendemos a acoger a Jesús, a adorarlo, a cuidarlo y a presentarlo a los demás. No necesitamos ninguna otra cosa.


martes, 20 de diciembre de 2022

No somos un accidente


Estoy pasando más frío en Córdoba que en Madrid. Aquí las casas están preparadas para el verano, pero no tanto para el invierno. No tengo tiempo para asomarme a la ciudad y comprobar si es cierto lo que canta Gertrudis Ledesma: “Dicen que moruna Córdoba, / dicen que Córdoba mora, / dicen que a quien la conoce / para siempre le enamora, / que para siempre su alma / se queda presa en su aurora”. Mientras desarrollo el cursillo con un grupo de prioras y formadoras carmelitas, echo una ojeada a lo que pasa en el mundo. Quisiera abstraerme un poco, pero me resulta imposible. 

La Palabra de Dios va marcando el ritmo de estos días últimos del Adviento. Ya se sabe que la última semana es “mariana” y “josefina”. Tanto María como José nos enseñan a acoger a Jesús. Cuando somos niños nos maravillamos ante estos dos personajes. Cada detalle de su vida nos parece importante. Suplimos con la imaginación los pocos datos que nos ofrecen los Evangelios. Ya adultos, creemos que la historia es demasiado sabida. No reparamos en ella. Nos limitamos a evocarla sin percibir su belleza y su fuerza.


Releyendo el Evangelio de hoy, fijo mis ojos en la presentación de Jesús que hace el ángel Gabriel. Lucas pone en sus labios una minicristología cargada de sentido: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. El Salvador (eso es lo que significa, a fin de cuentas, el nombre de Jesús) entronca con Dios (hijo del Altísimo), nace en un linaje humano (la casa de Jacob) y ejercerá su reinado salvífico hasta el final de la historia. 

Jesús es la presencia salvadora de Dios en el mundo de los seres humanos. Lo ha sido, lo es y lo será. No hay, por tanto, que dejarse engatusar por las muchas propuestas “salvadoras” que van apareciendo a lo largo de la historia. Solo hay un Salvador. Jesús es único. Tenemos todo el derecho del mundo a hacernos preguntas, como María: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Podemos expresar nuestras dudas y perplejidades antes de rendirnos a la voluntad de Dios. Esta rendición de fe solo será posible cuando venga sobre nosotros el mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra. No creemos porque queramos creer, sino porque se nos concede el don de creer.


La alegría suave y duradera que produce el encuentro con Dios no es comparable a la exaltación brusca y efímera que producen otras muchas experiencias que nos brinda la sociedad del consumo y el entretenimiento. ¿Cómo compartir esta buena noticia con quienes no acaban de encontrar un sentido a la vida? Un poco antes de ponerme a teclear la entrada de hoy he leído que en España hemos batido el récord histórico de suicidios. 4.003 personas se quitaron la vida en 2021, de las que casi el 75% eran varones. La cifra global va en aumento. Para 2022 se temen datos peores. 

¿Qué nos está pasando? Parece que tenemos de todo para ser felices, pero nos falta lo fundamental: una razón poderosa para vivir, la certeza de que no somos un accidente, sino seres amados por Dios con una misión que cumplir. La Navidad es siempre la fiesta de la vida porque celebramos que Jesús es Salvador. Se hace uno de nosotros para restaurar nuestra unión con Dios, para ayudarnos a afrontar la existencia con sentido y esperanza.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Aprender a creer


Hoy en todo el mundo no se habla de otra cosa que de la emocionante final que ayer se vivió en Catar y del triunfo de la selección de Argentina sobre la de Francia en la tanda de penaltis. Messi se impuso a un impresionante Mbappé. No pude ver el partido porque a esa misma hora viajaba en tren de Madrid a Córdoba después de haber hecho por la mañana en coche el tramo San Sebastián-Madrid. Me limité a espiar los resultados en el teléfono móvil. Entré en la web de Clarín, el célebre periódico argentino, para ver cómo se estaba viviendo el acontecimiento en Argentina, un país en el que tengo familiares y un nutrido grupo de amigos. Como era de esperar, el país estalló en un delirio colectivo. 

Tanto en Argentina como en Brasil, el fútbol es para muchos una verdadera religión que mitiga los sinsabores de la política y la economía. Se ha estudiado mucho este fenómeno sustitutivo, pero parece que hoy no es el día más adecuado para reflexiones de diván, por más que Argentina sea un país en permanente psicoanálisis. Los periódicos europeos, no sé si para consolarse, acentuaban la corrupción que ha rodeado desde el comienzo este Mundial catarí. Termina un mes de excesos futbolísticos, casi al mismo tiempo que un Adviento de espera discreta. ¿Y ahora qué?


Mientras Argentina se echa a la calle e inunda el ambiente con cánticos y gritos, el Evangelio de hoy nos habla de la mudez del anciano Zacarías, padre de Juan Bautista. Es una mudez pedagógica y terapéutica, que el ángel explica con pocas palabras: “Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno”. La mudez es fruto de la falta de fe. En realidad, Zacarías respondió de una manera parecida a María. También él formuló una pregunta y puso una objeción: “¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. Pero Lucas acentúa que la jovencita María de Nazaret se fio, mientras que el anciano sacerdote de Jerusalén, curtido en mil experiencias, se mostró desconfiado. 

La fe es, en definitiva, una cuestión de confianza, no de evidencia. O te fías o no te fías. O dejas que Dios sea Dios o te colocas en su puesto. El episodio de la mudez de Zacarías me toca de cerca porque llevo casi una semana de afonía parcial. ¿No estaré viviendo también yo una severa falta de fe en medio de expresiones que parecen afirmarla? ¿Me estaré fiando de Dios como María o me estoy abandonando a la duda como el viejo sacerdote? Por edad y condición, parece que estoy más cerca del último que de la primera. Debo abrir bien los ojos y no dar nada por supuesto.


Zacarías busca seguridad, que es cabalmente lo que todos buscamos en la vida. No es que no queramos creer. Lo haríamos de mil amores si estuviéramos seguros de que no nos estamos abandonando al absurdo, sino que estamos depositando nuestra confianza en algo razonable. La Argentina que aclama al dios Messi y a la selección nacional “cree porque ha visto”. Los penaltis a favor de la albiceleste son la prueba evidente de que son los mejores del mundo en ese momento. Su fe es segura, probada, pasada por el escrutinio del VAR. Los argentinos celebran anticipadamente la navidad futbolística porque han tocado con las manos el triunfo sobre Francia. Tal vez a lo largo del Mundial ejercieron un tipo de fe sin pruebas, una especie de adviento incierto. Ahora no hay lugar para la duda. Por eso, las calles se llenan de júbilo que también yo comparto, si bien de manera más mesurada.

Nuestra fe en Dios no sigue el mismo curso. Nunca marca más goles que la duda. Estamos siempre en un permanente Adviento. Incluso cuando celebramos la venida de Jesús, tenemos que “creer” en él porque Jesús no se impone con la evidencia de un triunfo futbolístico. Ante el niño de Belén, los pastores y los magos creyeron; Herodes y los ricos de Jerusalén se resistieron. Mientras vivimos en este mundo, todos vivimos de la fe. Nos fiamos de Dios guiados discretamente por los signos de su gracia, pero nunca derrotados por la imponencia de su majestad divina.

domingo, 18 de diciembre de 2022

Escuchar a los ángeles de Dios


Aunque estemos al nivel del mar, eso no significa que no se sienta el frío en esta bellísima ciudad donostiarra. Escribo horas antes de emprender el regreso a Madrid después de haber vivido ayer una jornada entrañable. No dispongo de tiempo para escribir una crónica detalla, pero el lector puede encontrarla en este enlaceTambién puede ver unas cuantas fotos del acontecimiento. Me limito a hilvanar algunas reflexiones rápidas sobre lo que viví ayer en la catedral del Buen Pastor de San Sebastián. El templo neogótico estaba lleno. No sabría decir cuántas personas había, pero sí describir algunos perfiles. Abundaban los obispos (en torno a 20), los sacerdotes (más de 100) y una cincuentena de indigentes de los que frecuentan la iglesia de san Antón de Madrid, acompañados por el P. Ángel y algunos voluntarios de Mensajeros de la Paz, todos con su pañoleta azul celeste. Y, por supuesto, había muchos familiares, amigos y conocidos de Fernando, así como una nutrida representación del pueblo de Dios “que peregrina” en Guipúzcoa, expresión que se ha hecho ya muy popular en labios de los obispos.

La liturgia estuvo exquisitamente preparada. El folleto que se repartió a todos los participantes estaba íntegramente en euskera y castellano. La parte musical fue de gran calidad, así como la homilía del cardenal Aquilino Bocos y la alocución que el nuevo obispo dirigió al final de la larga (casi tres horas) celebración.


Hoy celebramos el IV Domingo de Adviento. Mientras muchos cristianos de todo el mundo acompañamos a María y a José en la espera del niño que va a nacer, millones de personas esperan ansiosas la final del Mundial que jugarán esta tarde Argentina y Francia, la final que querían los jeques. Veremos quién se alza con la copa. Ambas selecciones lucen ya dos estrellas en sus camisetas. Argentina ganó la copa en 1978 y en 1986 y Francia en 1998 y 2018. No sabemos si hoy triunfará Messi o Mbappé. En cualquier caso, pase lo que pase, la vida seguirá adelante. Nosotros tendremos que abrirnos a una esperanza de larga duración, no al gozo intenso pero efímero de una final futbolística. 

El evangelio de este domingo concluye con estas palabras: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer”. Este me parece el secreto de una alegría duradera: hacer lo que el Señor nos mande a través de sus ángeles; es decir, de los muchos mensajeros (personas, acontecimientos, experiencias) que él nos envía para mostrarnos el camino. Tanto de José (Mateo) como de María (Lucas) se dice que, a pesar de sus dudas e incertidumbres, acabaron haciendo la voluntad de Dios. Por eso, fueron (y siguen siendo) cauce necesario para el encuentro con Jesús.


Fernando Prado, el nuevo obispo de San Sebastián, no comenzó ayer su mensaje saludando a las autoridades civiles y eclesiásticas, sino a las muchas personas que no cuentan, en las que casi nadie se fija. A más de uno tal vez le pareció un guiño oportunista, una concesión a la moda “francisquista” del momento. Sin embargo, expresa muy bien las prioridades de Jesús. Él nos ha revelado que Dios siempre está de parte de quienes son marginados por los hombres. La gente importante ya tiene quien la salude y quien le escriba, por evocar a García Márquez. Los pobres son invisibilizados por una sociedad que premia el triunfo y la apariencia. 

Podríamos decir que ayer vivimos un momento navideño. ¡Ojalá el ministerio episcopal de mi hermano Fernando Prado esté impregnado por esta óptica divina! Dicen que la diócesis guipuzcoana está fracturada en, al menos, dos tendencias bastante opuestas. La única forma de lograr la unidad es abordar el asunto por elevación: mirando juntos a Dios y a los pobres, no a los intereses de parte, por legítimos que puedan parecer. 

Regreso a Madrid satisfecho, agradecido y con ganas de vivir una Navidad un poco diferente, más parecida a la de María y José que a la de El Corte Inglés.

sábado, 17 de diciembre de 2022

In Corde Matris


Ayer fue un día de camino. Toda mi comunidad nos echamos a la carretera en dos coches. Dedicamos casi toda la jornada a hacer el trayecto Madrid-San Sebastián. Hicimos un alto en Burgos para visitar la catedral, celebrar la Eucaristía en la capilla del Cristo y comer. La vieja catedral gótica está reluciente en el octavo centenario de su construcción. Ha experimentado una profunda restauración, tanto en el exterior como en el interior. Algunas de sus joyas (el cimborrio, la capilla de los Condestables de Castilla, la escalera dorada, los claustros alto y bajo) lucen con una belleza sobrecogedora. Después de una parada de cuatro horas en la caput Castellae cubrimos la segunda etapa de nuestro viaje por tierras burgalesas y vascas. 

Llegamos a San Sebastián entrada ya la noche, bajo una finísima lluvia. Nos hospedamos en nuestra comunidad claretiana. Es fácil adivinar el motivo de nuestro viaje comunitario. Hoy, a las once de la mañana, en la catedral del Buen Pastor, será ordenado obispo nuestro hermano de comunidad Fernando Prado. El obispo ordenante será el cardenal Aquilino Bocos, también miembro de nuestra comunidad madrileña. Era obligado estar aquí. Quienes quieran seguir la ceremonia pueden hacerlo a través de 13TV, directamente en la televisión o en su página web. Espero que mañana pueda contar con cierto detalle cómo ha transcurrido todo.


Hoy, 17 de diciembre, inicio de la recta final el Adviento, me limito a comentar el lema que Fernando ha escogido para su escudo episcopal. Son tres palabras latinas (In Corde Matris) que significan “en el Corazón de la Madre”, fórmula tradicional que los claretianos usamos al final de las cartas y en otras ocasiones para subrayar nuestra vocación misionera cordimariana. Fernando quiere comenzar su ministerio poniendo esta diócesis guipuzcoana “en el corazón de la Madre” para que sea ella la verdadera Prelada, como le gustaba decir a san Antonio María Claret. Eso significa vivir el ministerio desde la interioridad, la escucha, la cordialidad, la entrega, la itinerancia, la alegría y la presencia constante junto a la cruz de quienes sufren. Todas estas son notas que caracterizan al corazón de la Madre según los Evangelios, sobre todo el de Lucas. 

Aunque no se puede decir que el lema constituya un programa pastoral, indica una perspectiva, un enfoque, una actitud. En tiempos de polarización, de etiquetas fáciles, pero también de sinodalidad, de caminar juntos, este enfoque “materno” puede contribuir mucho a construir la Iglesia diocesana como casa de Dios y casa de todos. Donde está la Madre, se redobla la fraternidad.


Desde que se comunicó el nombramiento de mi hermano claretiano Fernando Prado como obispo de San Sebastián el pasado 31 de octubre, he pensado muchas veces en que le ha caído encima una gran responsabilidad que, además, altera profundamente el curso de su vida. De la noche a la mañana, un misionero curtido en el campo editorial, apasionado por hacer llegar la Palabra de Dios al mayor número posible de personas (entre otras cosas, él ha sido el promotor del proyecto Palabra y Vida), se ve con la carga de pastorear una diócesis en la que estuvo al comienzo de su ministerio, pero que no conoce con detalle. 

Estoy convencido de que prestará un gran servicio “in Corde Matris”, pero también estoy convencido -cada día más- de que la Iglesia debe revisar su forma de nombrar a los obispos, dando una mayor participación a las iglesias de las que van a ser pastores y haciendo mucho más transparente todo el proceso. Espero que sea uno de los frutos del camino sinodal que estamos recorriendo. Como hermano, encomiendo el ministerio de monseñor Fernando Prado a la protección de aquella que supo guardar todo en el corazón y, por eso, entendió el plan de Dios sobre ella. Esta Madre de todos, ahora bajo la advocación de Aránzazu, nos anima a hacer siempre lo que él -su Hijo Jesús- nos diga. Zorionak, Fernando.