Como si lo hubiera programado con tiempo, Benedicto XVI ha muerto en el último día del año 2022. En el momento de su fallecimiento, 9,34 de la mañana, me encontraba paseando por el bosque. A diferencia de los días anteriores, marcados por la lluvia, a esa hora lucía un espléndido sol de invierno. Los periódicos y las televisiones lanzan las ediciones especiales que tenían preparadas. Todos subrayan que es el primer papa que renuncia a su ministerio desde que lo hiciera Celestino V en 1294. De hecho, vivió más tiempo como papa emérito (2013-2022) que como papa en ejercicio (2005-2013).
Escribo la entrada de hoy con emoción y gratitud. No considero necesario contar la historia de Benedicto XVI porque los medios de todo el mundo la están narrando con lujo de detalles. Prefiero recordar algunos hitos que ahora me vienen a la mente. Me impresionó la manera como se presentó el día del inicio de su pontificado el 24 de abril de 2005. En esa fecha yo vivía en Roma y tuve la oportunidad de participar en aquella celebración. En la homilía de la Eucaristía dijo: “Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”.
Desde el punto de vista psicológico, creo que Benedicto XVI fue un pastor tímido. Pero desde el punto de vista moral, fue un pastor humilde. Él mismo quiso reconocerlo la primera vez que se dirigió a la multitud después de ser elegido: “Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!”.
A diferencia de Juan Pablo II y de Francisco, Benedicto XVI no fue un papa popular ni buscó serlo. Se podría decir que lo evitó a toda costa. La historia calibrará con mayor perspectiva esta forma de ser que era, en el fondo, una forma de creer. Tenía un hondo sentido del Misterio de Dios y de la centralidad de Jesucristo. Él no quería estorbar, sino ponerse al servicio de Dios. Fue muy controvertido porque no se entendieron en su momento algunas de sus ideas y decisiones. El tiempo nos ayudará a ver si estaba equivocado o no. Quizá intuyó el futuro con más penetración que la mayoría de nosotros y de sus críticos.
La última vez que vi a Benedicto XVI fue el 2 de febrero de 2005, pocos días antes del anuncio de su renuncia el día 11 del mismo mes. Se celebraba la fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En su homilía, nos invitó a los consagrados a alimentar una fe capaz de iluminar nuestra vocación, una fe que supiera reconocer la sabiduría de la debilidad y que nos hiciera ser peregrinos hacia el futuro. Lo vi envejecido, cansado, hasta el punto de que pensé que podía morir en cualquier momento. Sin embargo, ha vivido casi diez años más recluido en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano.
También recuerdo la vigilia de oración que tuvo lugar en la JMJ de Madrid (2011) bajo una tormenta fortísima. El papa comenzó su homilía con estas palabras improvisadas: “He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe”. Las palabras “el Señor nunca nos abandona” resultan especialmente proféticas en estos tiempos difíciles que vivimos.
No puedo olvidar tampoco la ayuda que recibí hace muchos años siendo un joven estudiante de teología cuando leí su Introduccción al cristianismo. Procuré seguir sus encíclicas, exhortaciones, catequesis, homilías, mensajes y discursos durante la etapa de su pontificado. Siempre admiré su profundidad, claridad y concisión.
Hoy, en el día en que la vela de Joseph Ratzinger (1927-2022) se ha apagado, le doy gracias a Dios por este hombre de fe y le pido que lo acoja en su misericordia infinita. Requiescat in pace.