Desde hace días proferimos muchas palabras navideñas. Nos decimos unos a otros Feliz Navidad o su versión secularizada Felices fiestas. Hablamos de familia, amigos, paz, alegría, etc. De tanto repetirlas, algunas de estas palabras se desgastan. Acaban convirtiéndose en eslóganes vacíos. ¿Cuáles son las palabras que Dios nos dirige en un día como hoy? Cuando nos acercamos a los textos que se proclaman en la misa del día de la Natividad del Señor encontramos otras palabras con las cuales podemos formar un minidiccionario navideño. He escogido siete por el valor simbólico de este número. Quedan fuera algunas que son también cardinales, pero me parece que las siete escogidas nos dan la perspectiva justa de lo que significa la Navidad. En la misa de medianoche (misa del gallo) escuchamos el relato del nacimiento de Jesús según san Lucas. Se trataba de una narración muy teologizada, pero narración, al fin y al cabo. En el prólogo del Evangelio de Juan que leemos hoy se nos ofrecen las claves profundas, el significado de ese acontecimiento histórico.
PAZ
La primera lectura de hoy comienza así: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!” (Is 52,7). Y en el evangelio que leímos anoche se decía: “De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor»” (Lc 2,13-14). También la primera lectura de anoche era explícita al hablar de la misión del Mesías: “Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino” (Is 9). El don de la paz -shalom- caracteriza la presencia de Dios en nuestra vida. Por eso, nos resulta tan lacerante la guerra que, desde febrero, se desarrolla en Ucrania y otras guerras en curso en diversos rincones del planeta. Donde hay paz, está Dios. Donde hay guerra, el odio ocupa el puesto de Dios.
JUSTICIA
También en la primera lectura de hoy se hace referencia a la justicia: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero… que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!»” (Is 52,7). En el salmo responsorial cantamos: “El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia” (Sal 97). No hay Dios donde prevalece la injusticia. Hoy somos muy sensibles a la conculcación de los derechos humanos y también a la falta de reconocimiento del señorío de Dios. Una Navidad sin justicia se parece a ese empresario injusto que maltrata durante el año a sus trabajadores y que, en vísperas de Navidad, les regala un jamón y una caja de dulces.
SALVACIÓN
La palabra recorre los textos de hoy. Aparece en la primera lectura: “Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10). Reaparece en el salmo responsorial: “Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad”. Resonó en la segunda lectura de anoche: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). El nombre de Jesús significa precisamente “Dios salva”. Hay Navidad donde experimentamos que Dios nos saca de la fosa de nuestro pecado y desesperación y nos introduce en el misterio de su amor. Salvación quiere decir sentido, libertad, propósito, todo lo que necesitamos en un momento en el que no sabemos adónde vamos y nos sentimos aprisionados por muchas realidades que nos impiden ser felices.
PALABRA
Este término (dabar en hebreo, logos en griego) es central en la liturgia de la Navidad. Se repite varias veces en el Evangelio de Juan, cuyo prólogo empieza así: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). En la carta a los Hebreros leemos: “Él sostiene el universo con su palabra poderosa”. Jesús es esa Palabra por la que se ha hecho todo. Él es la Palabra que, en un momento determinado de la historia, se ha hecho uno de nosotros. El versículo central del prólogo condensa el misterio de la Navidad: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), que es lo mismo que decir que el Dios invisible se ha hecho visible en la humanidad del hombre Jesús, de manera que la carne, la humanidad, se convierte en lugar de encuentro con Dios. Lo humano queda divinizado. En tiempos de antihumanismo y transhumanismo, la fe cristiana nos recuerda que el ser humano es digno e inviolable porque su condición ha sido santificada por el Hijo de Dios. Somos hijos en el Hijo.
VIDA
Esta palabra aparece también el prólogo de Juan: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Más adelante Jesús dirá que Él es la vida (Jn 14) y que ha venido “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Navidad es la fiesta de la vida. Y no de una vida cualquiera, sino de esa vida que brota cuando estamos en comunión con Dios, con los demás, con la creación entera. Quienes creemos en Jesús no estamos llamados a vivir de cualquier manera, arrastrando la existencia bajo el peso de nuestra culpa, sino con la libertad y la alegría que Jesús nos brinda. Vivir es la manera más creíble de confesar que la fe en Jesús es fuente de plenitud personal. La cultura de la muerte es antinavideña. Ni el aborto, ni el suicidio, ni la eutanasia, ni la miseria, ni las condiciones infrahumanas de vida hacen justicia a un Dios que nos ha regalado el don de la vida en su Hijo Jesús.
LUZ
Ya en la primera lectura de anoche se anunciaba a bombo y platillo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló” (Is 9). También en la narración del nacimiento se dice que “un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor” (Lc 2). El Evangelio de hoy es todavía más explícito: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió”. Por si no fuera suficiente, se añade: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo”. Por desgracia, “vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” porque prefirieron -preferimos- vivir en la oscuridad. Contemplar a Jesús como la “luz del mundo” nos ayuda a nosotros a vivir como “hijos de la luz, no de las tinieblas” y a redescubrir nuestra misión de ser también la luz del mundo. Es verdad que durante la Navidad nuestras calles y hogares se inunda de luces de colores, pero esto no es suficiente para iluminar la oscuridad de nuestro corazón. Solo la presencia de Jesús disipa la tiniebla y nos hace ver con claridad.
GRACIA
El prólogo termina con una referencia a la gracia: “Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo”. Ya lo habíamos escuchado anoche: “Ha aparecido la gracia de Dios” (Tit 2). Nosotros no somos hijos de la ley, sino de la gracia. Y ya se sabe que a la gracia se responde con la acción de gracias. Es de bien nacidos ser agradecidos. La Navidad es la fiesta de la gracia. Cada vez que nos hacemos un regalo estamos afirmando que la vida misma es un regalo, que Jesús es el gran regalo que Dios ha concedido a la humanidad y que cada uno de nosotros podemos ser un regalo para los demás.
FELIZ NAVIDAD
A TODOS LOS AMIGOS DEL RINCÓN DE GUNDISALVUS.
PAZ… esta paz tan deseada, paz en las naciones y paz en las casas, paz entre amigos y también con los desconocidos… PAZ dondequiera que estemos que podamos ser portadores de ella.
ResponderEliminarPAZ, JUSTICIA, SALVACION, PALABRA, VIDA, LUZ, GRACIA… Me pregunto: ¿seré capaz de comenzar el Año Nuevo con estas siete palabras que nos plantean todo un plan de vida?
Gracias Gonzalo por esta aportación de hoy que nos lleva a nuestro interior para examinar nuestra vida a la LUZ de Belén…
Feliz Navidad también para ti.
Feliz Navidad! María
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