Veo a la gente caminando con gorros de lana y bufandas anudadas al cuello. Las farolas de la plaza de España y de la plaza de Oriente tienen menos bombillas encendidas que otros años con objeto de reducir el consumo eléctrico. Frente a la catedral han colocado unas bolas inmensas que juegan con destellos de colores. De una de sus paredes laterales pende un pequeño lienzo rojo con la figura del niño Jesús y una leyenda: Quiero entrar en tu casa. ¿Tienes sitio para mí? Abundan los extranjeros que hacen comentarios. Las casetas navideñas de la plaza de España y la pista de hielo atraen a mucha gente, pero sin agobios. Mi WhatsApp se llena de felicitaciones digitales llegadas desde muchos lugares del mundo. Son ya pocas las que llegan por correo ordinario. Nunca falta la de una entrañable amiga de Zaragoza.
Hoy celebraré tres misas: la matutina, la de la vigilia y la de medianoche. Este exceso eucarístico compensa mi déficit caritativo. Me emociona el villancico de la familia Marín-Morales compuesto y cantado por sus miembros. Pienso en una persona joven que agoniza víctima de un cáncer incurable. En el paseo de Rosales dos hombres de la calle comparten cartones de vino sobre un banco de madera. De la iglesia de Buen Suceso sale un grupo de jóvenes charlando animadamente. La “tercera” de ABC está dedicada hoy a san Juan de la Cruz. Joan Manuel Serrat da su último concierto en Barcelona, su ciudad. La guerra en Ucrania no da tregua. Hoy los sentimientos están a flor de piel.
Todos los años dedico un tiempo a pasear solo el día anterior a la Navidad. En medio de la proliferación de estímulos visuales y auditivos necesito silencio para saber qué pasa por fuera y, sobre todo, por dentro. No pienso nada en especial. Me dejo llevar. Dejo que reposen las vivencias de los últimos meses. Me pregunto si tiene algún sentido celebrar que Dios se haya hecho hombre. Me meto en la piel de los más escépticos porque yo mismo lo soy en ocasiones.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de Dios? ¿Por qué las primeras comunidades cristianas empezaron a creer que el Verbo de Dios se había hecho “carne” en el hombre Jesús de Nazaret? ¿Por qué veinte siglos de dudas y traiciones, de búsquedas y cansancios, no han acabado con lo que algunos consideran una mera superstición, un conjunto de leyendas piadosas sin el más mínimo soporte histórico? ¿Tan crédulos somos los cristianos? ¿Tendrán razón quienes se burlan de algo que nunca han experimentado? ¿O la Verdad es más fuerte que nuestras dudas?
Las preguntas no provocan en mí un sentimiento de impotencia o de tristeza. Me ayudan a hacerme cargo de la envergadura del Misterio. Imagino el día en que se corra el velo y todo sea diáfano. Ni me río de los escépticos ni me enorgullezco con los creyentes. Dejo que la fe fluya como un arroyuelo ligero. Hoy como ayer, solo María, José, los pastores y unos magos buscadores supieron adorar la presencia de Dios en nuestro suelo. Para los demás -los importantes- pasó desapercibida.
La historia se repite. Hoy nos creemos demasiado importantes. Nos parece que nos las sabemos todas. Jugamos a ser diosecillos. Pero este orgullo no provoca en nosotros la alegría y la paz que produce el encuentro con el Niño de Belén. Tendremos que preguntarnos por qué.
Muchos se han puesto de camino hacia sus lugares de origen. Añoran el encuentro con los suyos y sus raíces. Otros empiezan ya a sufrir el síndrome de Navidad. La soledad y los recuerdos los minan por dentro. A menudo, la abundancia de felicitaciones recibidas no se corresponde con el escaso júbilo interior. Pareciera que uno nunca está a la altura de lo que se celebra. Es fácil vestir una mesa de gala. No es tan fácil preparar el corazón, sobre todo cuando ha acumulado odio y resentimiento. A las 7,15 de la tarde yo recorreré la calle Princesa a pie. A las 7,30 celebraré la misa de la vigilia con la comunidad de religiosas concepcionistas. Una hora después tendré las vísperas solemnes de la Natividad del Señor con mi comunidad. Cantaremos himnos y salmos. Oraremos por el mundo.
A las 9 tendremos nuestra cena de Nochebuena, recordaremos a nuestros seres queridos y compartiremos la alegría de no estar solos, de ser un diminuto belén en esta gran ciudad de Madrid. Entre el final de la cena la misa de medianoche en la parroquia del Inmaculado Corazón de María tendré tiempo para hacer algunas llamadas y escribir mi diario. Todos los años se repite, más o menos, el mismo ritual. A través de acciones minúsculas, uno toma conciencia de que la pequeñez es el camino que Dios ha seguido para hacerse reconocible. Una suave alegría acompaña el momento de darle gracias por todo, meterse en la cama y conciliar el sueño. Feliz Navidad.
Gracias Gonzalo por compartir tus interrogantes, tus experiencias y tus vivencias de Navidad, a mi me hace bien y me siento identificada en muchas cosas… Hoy mismo, debido a contactos cercanos, he vivido “la otra cara de la Navidad”… los que sufren enfermedades… Me decía a mi misma que no todo son luces y regalos… ¡Cuánto sufrimiento hay que nos pasa inadvertido!
ResponderEliminarMuchas gracias y que en esta Navidad encuentres esta paz que buscas en tu interior… En medio del silencio permitimos que se despierten y seamos conscientes de nuestras inquietudes.
Nos encontramos en la Eucaristía de la noche, a pesar de la distancia, celebrando un mismo Misterio.
FELIZ NAVIDAD!!!
Feliz Navidad Gonzalo.
ResponderEliminarUn abrazo lleno de buenos recuerdos.Me gustan tus reflexiones.