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domingo, 29 de diciembre de 2019

Familia somos todos

El día de hoy, fiesta de la Sagrada Familia, merecería una entrada más pensada y mejor articulada, pero no dispongo de tiempo. El ritmo del Capítulo me absorbe casi todas las horas del día (y algunas de la noche). ¡Menos mal que el sol que luce en Fátima transmite energía y ganas de vivir! Esta sobredosis de vitamina D ayuda a sobrellevar con buen humor las tareas encomendadas. En realidad, la verdadera vitamina es el clima fraterno y jovial que se respira entre los casi 60 claretianos que forman parte de la comunidad capitular. Viéndolos a ellos (provenientes de varias regiones de España, de Portugal, Reino Unido, Santo Tomé y Príncipe, India y Zimbabue), pienso que la novedad de la familia cristiana inaugurada por Jesús es que desborda los vínculos biológicos y legales hasta incluir a todos los seres humanos. En realidad, cada familia nuclear o extendida, cada comunidad religiosa, es una parábola de la gran familia a la que todos pertenecemos: la familia de los hijos e hijas de Dios. Ya sé que en tiempos de particularismos, de afirmaciones nacionalistas, de tendencias xenófobas, de nuevos racismos, esto suena un poco a película de Disney, pero los cristianos no podemos renunciar a la utopía de Jesús. En un contexto un poco polémico, él lo dijo con claridad: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,35). No hay vínculo más profundo, más familiar, que el que se crea entre todos aquellos que acogen la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

En el relato evangélico que hoy se lee (cf. Mt 2,13-23) hay cuatro veces en las que se repite una fórmula similar en la que José de Nazaret es el sujeto que “toma al niño y a su madre”. Primero es invitado a levantarse y huir a Egipto, acciones que realiza con prontitud. Luego, es invitado a levantarse y regresar a Israel, acciones que ejecuta igualmente con diligencia. Tanto el viaje de ida como el de vuelta se gestan en sueños y se ejecutan en la realidad. Es hermoso este relato en el que los tres (José, el niño y la madre) aparecen como una familia itinerante, “en salida”, por utilizar una expresión muy querida por el papa Francisco. Esta itinerancia, que no está motivada por deseos turísticos sino por necesidad de supervivencia, acrisola a esta joven familia de Nazaret. Quizá este es el mensaje que mejor puede iluminar las situaciones de muchas familias contemporáneas, sometidas también a situaciones complejas: separaciones, divorcios, precariedad laboral, problemas educativos... Lo que más une a las familias es el hecho de afrontar juntos las pruebas de la vida, por duras que sean. Solo en las dificultades y contrariedades resplandece la fuerza del amor. Huir de las pruebas, refugiarse solo en los momentos placenteros, es probablemente el mejor modo de debilitar una coexistencia que no resulta nada fácil, por más vínculos biológicos que haya.

En un día como hoy no puedo olvidarme del belén viviente que, al igual que el año pasado, se está desarrollando en mi pueblo natal. Mis sobrinos pequeños hacen de panaderos, quizás sin saber que Belén significa precisamente “casa del pan”. ¡Ojalá pudieran comprender que cuando ofrecen a los visitantes algún producto típico hecho con harina están, en el fondo, ofreciéndoles a Jesús, el verdadero pan de vida! Aunque estoy muy contento en Fátima, en una tarde como hoy me gustaría estar en Vinuesa, ser uno más de los personajes que deambulan por las callejuelas de ese belén improvisado en la plaza mayor, hablar con unos y con otros, fotografiarme junto al herrero y al carpintero, o con las lavanderas y las que ofrecen miel, fundirme con ese pueblo sencillo que supo acoger al Mesías como no supieron hacer los grandes de la época. En el fondo, ese belén popular es también una hermosa parábola del tipo de mundo al que aspiramos, un lugar en el que todos tienen su puesto y son aceptados en su diversidad. ¿Por qué el belén puede funcionar como una parábola? Porque tiene un centro en torno al cual gravita todo: Jesús, María y José. Solo caminando con ellos caemos en la cuenta de que “familia somos todos”.

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