El pasado 7 de diciembre escribí: “Si me animo, voy a dedicar en los próximos días algunas entradas a comentar estas extrañas parejas de pecados y virtudes a la luz de lo que estamos viviendo y, sobre todo, de lo que la Palabra de Dios nos ilumina”. Pues sí, me he animado. Aunque hoy
celebramos la
fiesta de los Santos Inocentes, me ha parecido oportuno separarme un
poco del contexto navideño al que ya he dedicado media docena de entradas este
año. No conviene abusar de un tema. Por otra parte, el binomio “soberbia-humildad”
encaja bien en el marco de la fiesta de hoy. La soberbia de Herodes (que mata
para dominar) contrasta con la humildad de los niños inocentes (que mueren para
confesar). Es difícil establecer la historicidad de este relato reportado solo por
el Evangelio de Mateo. Lo que está claro es su mensaje teológico: Jesús, como
nuevo Moisés, viene de Egipto para ser el auténtico liberador del pueblo. No
olvidemos que Mateo escribe para cristianos provenientes del judaísmo. Por eso,
refuerza la intención de su descripción de la “huida a Egipto” con una par de
citas del Antiguo Testamento.
La soberbia se ha
convertido casi en una virtud. La exhiben algunos políticos para reforzar su
liderazgo. Muchos deportistas presumen de ser los mejores y miran por encima
del hombro a todos los demás. Tampoco escapan de esta tentación algunos
cantantes y artistas y, en general, muchos personajes públicos a los que la
fama los ha vuelto engreídos. El nacionalismo excluyente es también una forma
de soberbia colectiva. Considera que el propio país es mejor que los demás y
margina a quienes no comparten esta idea. Se dice que la soberbia es una virtud
muy clerical. Quizás hunde sus raíces en aquellos tiempos en que solo los clérigos
y algunos nobles recibían una formación superior que los empujaba a despreciar
a quienes no tenían acceso a ella. Hay un dicho que resume esta actitud
altanera: “Fraile ventanero y monja que
sabe latín no pueden tener buen fin”. El acceso a la cultura se consideraba
una fuente de engreimiento. En realidad, no es fácil librarse de este virus. A
veces, se manifiesta de manera altanera; otras, disfrazado de falsa humildad.
El denominador común es una actitud de superioridad hacia quienes son vistos como
inferiores y que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos. Esta
superioridad puede ser física, intelectual, económica, moral, etc.
Jesús se ha
presentado a sí mismo como “manso y
humilde de corazón” (Mt 11,29). El himno de la carta a los Filipenses
presenta la humildad de Jesús de manera esencial: “Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”
(2,6-7). En el Magnificat, María
canta al Dios que “que ha mirado la
humildad de su sierva” (Lc 1,48). No es fácil entender la humildad como “andar en verdad”, según la célebre expresión
de santa Teresa de Jesús. En la cultura de la apariencia y del triunfo, las
personas humildes son juzgadas como débiles e inferiores. Nietzsche se encargó
de criticar al cristianismo por ser una fábrica de personas débiles al haber
hecho de la humildad una virtud central. Y, sin embargo, no hay energía más poderosa
que la que nos proporciona un conocimiento objetivo de nosotros mismos. Solo este
conocimiento nos permite apreciar lo que somos sin necesidad de estar comparándonos
siempre con los demás. Si algo pone de manifiesto la celebración de la Navidad
es que Dios resiste a los soberbios y se acerca a los humildes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.