Marta de Betania es una buena amiga de este Rincón. A ella me he referido en varias ocasiones. La he presentado como trabajadora,
como creyente
en Jesús, como amiga
del Maestro y como anfitriona
un poco agitada. Por eso, me cuesta encontrar una nueva perspectiva para hablar
de ella y de su hermana María. El Evangelio de este XVI
Domingo del Tiempo Ordinario nos propone la cena de Jesús en la casa de
estas dos hermanas. Según el relato de Lucas, una (Marta) servía y la otra (María) escuchaba
la Palabra “a los pies del Maestro”. Es una osadía tener como discípula a una mujer cuando los maestros del tiempo de Jesús solo admitían a varones. Este es el primer punto que nos desconcierta, rompe nuestros esquemas y ensancha el horizonte.
La historia de estas dos hermanas se ha prestado a mil interpretaciones. A nosotros –como nos advierte Fernando Armellini en su comentario de hoy– “no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera, esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos, sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y, sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se disocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones”.
La historia de estas dos hermanas se ha prestado a mil interpretaciones. A nosotros –como nos advierte Fernando Armellini en su comentario de hoy– “no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera, esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos, sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y, sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se disocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones”.
Tengo poco que añadir a la síntesis que nos ofrece Armellini. Desde mi experiencia
personal y pastoral, la ratifico al cien por cien. María (de Betania) ha
escogido “la parte buena” (el texto
original de Lucas no dice “la parte mejor”,
como se lee en la versión litúrgica) porque ha descubierto que lo más importante
en el seguimiento de Jesús es la escucha atenta de su palabra. Eso es lo que
hizo la otra María (la de Nazaret), la madre de Jesús. Cuando la vida cristiana
se reduce a acción (trabajo por el Reino) sin cultivar la relación con el Señor
del Reino (escucha de la Palabra), se producen los desequilibrios y
distorsiones que vemos en la vida personal, comunitaria y eclesial. El problema
que hoy tenemos en la Iglesia no es que haya poca gente que trabaje, sino que,
a menudo, ese trabajo es solo la
expresión de un deseo de servir, de una necesidad (a veces compulsiva) de sentirse
útil e importante, o de un sueño genérico y un poco prometeico de “hacer un
mundo mejor”, como la literatura cristiana ha repetido hasta la saciedad en las
últimas décadas. Eso puede estar bien, pero acaba secando el corazón y no
transforma la realidad. Como le gustaba recordar a Henry Nouwen, los productos de nuestro trabajo no siempre coinciden
con los frutos que Jesús ha prometido
a quienes están unidos a la vid que es él. Se confunde el celo con la
agitación, el compromiso con el nerviosismo, el servicio con los programas. Jesús
podría decirnos a muchos de nosotros: “Andáis
agobiados y preocupados con muchas cosas. Siempre tenéis citas pendientes, reuniones
de trabajo, planes pastorales, proyectos sociales, etc. Alabo vuestros buenos
deseos, pero os recuerdo que solo una cosa es necesaria”. Esta “cosa
necesaria” –por tanto, no opcional– no es otra que la escucha atenta de la
Palabra “a los pies del Maestro”; es decir, como seguidores que entran en
relación personal con él.
¿Significa esto
que tenemos que cultivar la meditación atenta de la Palabra, la oración asidua
y la celebración de la Eucaristía? Sí, sin la menor duda. Nos ha hecho mucho daño
disociar los armónicos de la vida cristiana. Cuando en algunas parroquias y colegios me
dicen que los catequistas de primera comunión y confirmación, o los encargados
de los proyectos sociales, no suelen participar en la Eucaristía del domingo,
me pregunto qué tipo de evangelización moderna hemos hecho, en qué trampas hemos caído.
¿Se puede “servir” a Jesús (como Marta) sin entrar en relación con él (como
María)? La pregunta es perfectamente reversible: ¿Se puede decir que uno
escucha y celebra la Palabra cuando de esta escucha y celebración no brota una
actitud de servicio y compromiso? Personalmente estoy bastante harto de los
planteamientos dicotómicos que han desangrado a la Iglesia: o esto o lo otro.
Hay madurez cristiana cuando somos capaces de integrar todas las dimensiones,
de no volvernos “heréticos” por exagerar una en detrimento de otras. Creo que
el Evangelio de este domingo nos ofrece una orientación muy clara.
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