Ayer me tomé un respiro, pero hoy es imposible no recordar lo que sucedió
el pasado día 6 por la tarde cuando hordas de fanáticos trumpistas asaltaron el
edificio del Capitolio en Washington. Los medios de comunicación de todo el mundo
se hicieron eco del acontecimiento y lo calificaron de mil modos: vergüenza
para la democracia estadounidense, irresponsabilidad de Donald Trump por haber
incitado a sus huestes a marchar sobre el Capitolio, falta de previsión por
parte de los responsables de la seguridad, etc. No es difícil explicar lo que
pasó. Hay imágenes, grabaciones y testigos más que suficientes para reconstruir con mucho detalle los hechos. Lo difícil es comprender por qué pasó, no solo
las razones inmediatas, sino las motivaciones profundas.
Quienes mejor conocen
la política de los Estados Unidos creen que las raíces hay que buscarlas muy
atrás, al menos en los últimos 40 años. Tienen que ver con el proceso de
globalización y la externalización de la producción de muchos bienes, el
progresivo empobrecimiento de las clases trabajadoras de la América profunda, la
disolución de los “valores americanos”, etc. Donald Trump (desequilibrios personales aparte) tuvo la habilidad de
conectar con esta corriente profunda de estadounidenses frustrados (entre los
que se encuentran muchos inmigrantes) y de alentar el sueño de una América “great
again” (otra vez grande). Lo demás es pura consecuencia de una maniobra tan
realista como irresponsable. Creo que lo sucedido en estos años en los Estados
Unidos (y no solamente en la tarde del día 6 de enero) nos abre los ojos acerca
de lo que puede pasar en otros lugares. No se puede gobernar siguiendo la
lógica del “unos contra otros”. Las consecuencias son siempre devastadoras.
Creado ese clima de enfrentamiento, resulta muy difícil (por no decir imposible)
coser de nuevo un tejido social roto y restaurar la conciencia de unidad
nacional.
Es propio de los extremismos −como su mismo nombre indica− azuzar
las posiciones extremas con objeto de obtener réditos. En español solemos decir
que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. En el caso de los partidos
y movimientos de inspiración marxista esta estrategia forma parte
de su ADN. La “lucha de clases” no es solo la constatación de una dinámica
histórica (según ellos), sino el mecanismo constante para un verdadero cambio
social. Esto significa que en toda circunstancia van a buscar motivos de
enfrentamiento más que puntos y lugares de encuentro. No solo eso. Van a tener la
habilidad de “vender” esta estrategia como progresismo, avance social, etc.,
lenguaje que endulza los oídos de las gentes bien intencionadas y, sobre todo, de
las generaciones jóvenes. La realidad es tan compleja y frágil que siempre
brinda motivos para ir contra alguien: la tasa de desempleo, los altos o bajos
impuestos, la deuda externa, los niveles de pobreza, las discriminaciones étnicas o sexuales, etc. Y, si no, se buscan y
se “fabrican”: el debate monarquía-república, las relaciones Iglesia-Estado, la educación, algunas cuestiones controvertidas
(aborto, eutanasia, etc.,).
Lo que importa es crear las condiciones para que se
genere un permanente conflicto social que haga ver que la situación es insostenible. En este contexto, resulta fácil engatusar a la gente con la propuesta de una solución rápida y eficaz que casi parece “mágica”. Es bastante normal que en situaciones tensas una parte de la
población siga a quien, a base de sofismas y un discurso simplista y pasional,
promete una solución a corto plazo con el mínimo sufrimiento posible. Trump
lo hizo en Estados Unidos, Bolsonaro lo consiguió en Brasil y algunos (de
distinto signo) pretenden hacerlo en Europa. Creo que no hay peor desgracia
para un país que entrar en esta dinámica perniciosa del “unos contra otros”, que
percibo muy claramente en mi propio país. Solo sirve para azuzar los peores
instintos de todos, sustituir la capacidad reflexiva por las adhesiones emocionales
e impedir proyectos conjuntos que permitan resolver los problemas reales (no
los inventados) y avanzar socialmente.
Por esas casualidades/providencias de la vida, la primera lectura de la
liturgia de hoy ofrece un hermoso fragmento de la primera carta de Juan, del que extraigo solo un versículo: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7).
Frente al principio “unos contra otros”, propio de todos los movimientos
extremistas y totalitarios, el cristianismo propone la dinámica del amor: “amémonos
unos a otros”, que es lo mismo que decir: muramos a algunas cosas propias
(incluso legítimas) para que los otros puedan vivir y, de esta manera, seamos
capaces de crear un “nosotros” nuevo que haga posible la vida en común. Este
principio no tiene nada de piadoso ni de irreal. No hay nada más concreto y
revolucionario que el amor, sencillamente porque “el amor es de Dios, y todo
el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”.
A este respecto recuerdo una
conversación cuyo fruto me ha acompañado desde hace años. Visitando a la madre Cristina
Kaufmann en su convento carmelita de Mataró (Barcelona), me dijo: “En
nuestra comunidad hemos tardado bastante tiempo en llevar a cabo la renovación
que el Concilio Vaticano II pidió a los institutos de vida religiosa, pero
desde el primer momento tuvimos claro que era preferible ir despacio para que
ni una sola hermana quedara excluida”. Destila la misma sabiduría que el proverbio
africano: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve en
grupo”. ¡Cuánto mejor nos iría en nuestros países −y también en la Iglesia− si hiciéramos
un enorme esfuerzo por incluir a todos (o, por lo menos, a una gran mayoría) en
los procesos de transformación y no pensáramos siempre en programas de partido que
solo convencen y benefician a una parte! Naturalmente, esto exige una generación
de líderes sociales y eclesiales con una enorme amplitud de miras (buen bagaje
intelectual), una sincera capacidad de diálogo (buen bagaje afectivo) y, sobre
todo, un verdadero interés por el bien común (buen bagaje axiológico). No es
fácil encontrar estos líderes en una sociedad que a menudo exige lo que no cultiva.
Magnífico. Como se dice coloquialmente "no hay otra". Mantengo la Esperanza.
ResponderEliminarQué contraste de vida, por un lado la lucha por el poder y por otro lado poder escuchar a Cristina Kaufmann que nos habla y ora con tanta sencillez y profundidad… Cuando miramos la vida desde el punto de vista de la competencia, quien puede más y comparamos con los que la viven con profundidad, anclados en Dios, parece que seamos de dos planetas diferentes.
ResponderEliminarGracias Gonzalo por ayudarnos a analizar los contrastes.
Lo que me llama la atención de nuestra situación estaunidense es como tan facilmente unos de mis paisanos( incluso yo) puedan dejarse manipular por corrientes de información falsas o engañosas. Los que asaltaron al Capitolio creian que la eleccion fue robada a Trump, con quien se identificaron completamente. Trump y sus "enablers" sembraron mentiras, ampliaron quejas, y la cosecha es la division y la violencia. Espero un mejor camino, mas civil y respetuoso, con el liderazgo de Biden/Harris.
ResponderEliminarGracias por tu participación, Steve. Tú conoces mejor que yo lo que está sucediendo en los Estados Unidos. Más allá del caso Trump, me preocupa la cultura de "fake news" que está creciendo en todo el mundo. llegará un momento en qué será casi imposible distinguir lo real de lo inventado, lo verdadero de lo falso. Eso abre la puerta a todo tipo de manipulaciones. Lo estamos viendo también a propósito de la pandemia de Covid-19 y de las vacunas.
EliminarPor eso me parece muy pertinenente la propuesta del Papa Francisco a implementar la estrategia de la "AMISTAD SOCIAL", con claves concretas para un proyecto de educación y capacitación al diálogo, la inclusión de la diversidad y la conversión a la identidad interdependiente de las personas y grupos humanos.
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