Llevo toda la
mañana recibiendo fotos de algunos familiares y amigos a través de Whatsapp.
Quieren que participe de la gran nevada que ha caído en Madrid
en las últimas horas. Parece que en algunos lugares de la ciudad se acumulan
hasta 60 centímetros, lo cual es más propio de un país del norte de Europa que
de uno mediterráneo. Estaba anunciada desde hacía días. La borrasca que la ha
producido lleva el simpático nombre de Filomena, palabra de origen griego que significa “persona que ama la música”, o también “persona muy amada”. No sé
si mis compatriotas seguirán denominándola así después de los desastres producidos y los que todavía se producirán en los próximos días cuando todo se congele.
Para quien no tiene necesidad de salir de casa, una nevada es un espectáculo increíble.
Parece que el tiempo se detiene, el silencio lo envuelve todo y el mundo se
purifica. El manto blanco de nieve lo oculta todo: lo hermoso y lo feo, lo rico y
lo pobre. Los copos producen una gran democratización social. Sin embargo, quienes no tienen
más remedio que desplazarse (proveedores de artículos de primera necesidad,
médicos y personal sanitario, fuerzas de seguridad, etc.) no suelen tener una
visión tan romántica. La nieve abundante no está hecha para la ciudad. O la ciudad
no está hecha para la nieve. Es verdad que se activaron inmediatamente los servicios de
emergencias, pero es imposible atender las múltiples eventualidades que un
fenómeno como este provoca. En los próximos días aumentarán los problemas (tuberías congeladas, dificultades para el abastecimiento, colegios cerrados, etc.).
Lo que más me cuesta entender es la irresponsabilidad de quienes, conocedores de los riesgos que
supone una gran nevada (anunciada, como he dicho, con mucha antelación) no
permanecen en sus casas o −si no tienen más remedio que desplazarse− no
adoptan todas las precauciones que se recomiendan en estos casos: neumáticos de
invierno o cadenas para el vehículo, reserva de combustible, ropa de abrigo y provisión
de alimentos, teléfono móvil, medicinas (si son necesarias), etc. De no
hacerlo, están obligando a los servicios de emergencias a un trabajo extraordinario que resulta muy difícil de llevar a cabo en situaciones tan complicadas.
Como ha sucedido en otras situaciones parecidas, siempre hay personas atrapadas que inundan
las emisoras de radio y televisión con mensajes como: “Llevo aquí muchas
horas y nadie ha venido a rescatarme”, “Estamos sin comida y sin mantas”,
“Yo también pago mis impuestos” y cantinelas de este tipo.
Estas quejas
son muy humanas y perfectamente justificables en casos de catástrofes
sobrevenidas. Pero una nevada anunciada con tanto tiempo de antelación no se puede
convertir en excusa para criticar a los servicios públicos, sobre todo cuando
uno no ha tomado las medidas necesarias. No se puede exigir responsabilidad
a las autoridades cuando uno ha hecho dejación de las propias porque eso
sobrecarga de trabajo a quienes ya están trabajando por encima de sus
posibilidades. Ahora solo falta que a los urbanitas inexpertos les dé por salir
a la calle, jugar a esquiadores y patinadores profesionales, y exigir que una ambulancia
llegue enseguida a recogerlos porque han sufrido una aparatosa −e irresponsable−
caída. Tengo amigos que trabajan en estos servicios y que estarían muy
agradecidos si dejamos los experimentos para el verano. Los que de verdad necesitan ayuda urgente son los habitantes de la calle porque su medio natural se ha vuelto completamente inhóspito.
Hecho este
pequeño desahogo, disfruto de las imágenes que me siguen enviando. En este
ambiente de preocupación por los efectos del coronavirus y por la previsible “tercera
ola”, todo el mundo saca del baúl de los proverbios el viejo refrán que dice: “Año
de nieves, año de bienes”. Esperemos que sea así, pero eso solo podremos decirlo
cuando acabe diciembre. Por el momento, nos consolamos con disfrutar de un
espectáculo único, gratuito, interclasista y efímero. Y, si llega el caso, con
leer algún poema para la ocasión; por ejemplo: “Al borrarse la nieve”
de Antonio Machado; “El
soldado y la nieve” de Miguel Hernández; u otros
poemas de autores más recientes. Naturalmente, la lectura debe ir
acompañada de un buen
café o de cualquier otra bebida caliente que entone el cuerpo y el
espíritu. Feliz fin de semana.
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