No me extraña nada que muchos cristianos
vivan su fe de manera muy diluida cuando nunca han tenido la oportunidad de
revivir el Bautismo en todas sus consecuencias. No estoy en contra de la
práctica del bautismo de los niños (es más, me parece un modo admirable de
celebrar la primacía de la gracia de Dios), pero habría que trabajar más la
pastoral del Bautismo de adultos y ayudar a quienes se bautizaron de niños a
asumir responsablemente su vocación cristiana en la etapa de la adolescencia y
la juventud. Es verdad que ese es uno de los objetivos de la preparación para
la Confirmación, pero, por diversas razones, no resulta fácil lograrlo. Necesitamos
que el Espíritu nos muestre nuevos caminos en una situación que se parece muy
poco a la que vivíamos hace unas cuantas décadas.
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domingo, 10 de enero de 2021
La alegría del Bautismo
Con la fiesta del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad y se da paso
a la actividad pública del Jesús adulto. De los años que median entre su
infancia y su madurez no se dice nada. Los evangelios apócrifos y muchas
novelas contemporáneas han intentado rellenar este vacío a base de relatos
fantasiosos. Algunos imaginan incluso que Jesús pasó un tiempo en Cachemira o
en otras zonas de la India imbuyéndose de la sabiduría oriental. Aunque sé que
a algunas personas les encantan estas conjeturas, yo no pierdo ni un minuto en
ellas. De lo que no se sabe es mejor no hablar. En realidad, del Jesús
adolescente y joven sabemos muchas más cosas de las que creemos, pero de manera indirecta. Su actuación como
predicador itinerante es el fruto maduro de las experiencias vividas en esas
etapas. Es evidente que se trataba de una persona muy observadora, cercana a la
gente, experta en las costumbres de su pueblo y versada en las Escrituras. Esto
exige un largo período de formación. En lo que todos los evangelistas coinciden
es que el bautismo en el Jordán señala el comienzo oficial de su ministerio
público. Este es el “hecho vocacional” que nos propone la liturgia de hoy.
La explicación
que ofrece Fernando Armellini −cuya página web cito todos los domingos− es
tan minuciosa que remito a ella a quienes tengan interés en conocer con detalle
el marco histórico y teológico del Evangelio de hoy. Yo me voy a limitar a un
solo acento que me parece significativo. Jesús no comienza su predicación y su
actividad taumatúrgica sin credenciales. En el Bautismo vive una fuerte
experiencia de su condición humana y de su filiación divina. Poniéndose en la
cola de los pecadores, “se hace pecado” (2 Cor 5,21), comparte nuestra
frágil condición humana, desciende hasta la sima del sinsentido. Abriéndose al don del Espíritu, experimenta su condición de hijo de Dios. En las palabras
del salmo 2 – “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto” − el
evangelista Marcos sintetiza la investidura que Jesús recibe de
parte del Espíritu Santo, aunque solo al final del evangelio −tras
el paso por la muerte− se comprenderá todo su alcance.
Porque se sabe hombre
débil e hijo amado, Jesús puede entender nuestras miserias y dedicar su vida a que
todos los seres humanos descubramos nuestra condición de hijos y hermanos y vivamos con
la dignidad de tales. Podríamos decir que la experiencia del Bautismo es la
obertura de esa gran sinfonía que será su misión pública. En las aguas del Jordán
se condensan los dos grandes temas: compasión por los pecadores (es decir, por
todos nosotros) y apertura al Espíritu del Padre para hacer siempre su voluntad.
No tengo
estadísticas recientes, pero parece que está
descendiendo mucho el número de cristianos que bautizan a sus hijos pequeños.
Por el contrario, está creciendo el número de adultos que deciden bautizarse. Hace
unos días, un amigo mío, capellán militar en un destacamento español de la OTAN
en Lituania, me explicaba cómo había preparado a varios soldados para recibir
el bautismo durante los meses que han pasado en ese país nórdico. Es solo un
botón de muestra. Algo está cambiando.
Creo que la pastoral de la Iglesia no acaba de encontrar las respuestas que se
necesitan ante las nuevas situaciones. Es verdad que se habla de catecumenado,
pero todavía queda mucho trecho por recorrer para que sea un verdadero camino
iniciático que nos prepare para recibir el sacramento. Sin un Bautismo vivido
conscientemente, sin una experiencia inicial de sabernos hijos de Dios y
hermanos de todos, ¿qué misión podemos emprender en la vida? No hay auténtico
compromiso cristiano sin raíces profundas.
1 comentario:
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Antes, tenía sentido el bautismo de bebés, porque los padres, sobretodo y padrinos, venían de un compromiso personal que se sabían “hijos de Dios”, en más o menos grado y que pertenecían a una comunidad y con ayuda de ella podían acompañar al nuevo bautizado, al mismo tiempo que ellos iban profundizando en este sentirse “hijos”…
ResponderEliminarActualmente todo ha dado un giro y personalmente creo que es como tu, Gonzalo, escribes: “habría que trabajar más la pastoral del Bautismo de adultos y ayudar a quienes se bautizaron de niños a asumir responsablemente su vocación cristiana en la etapa de la adolescencia y la juventud.” Y añado que para llegar aquí hay todo un camino para recorrer, un camino nuevo que,entre otras muchas cosas, nos lleve a trabajar y cuidar más la formación de los catequistas que, actualmente, ha derivado a aceptar, a quien se presente para ello, por falta de personas preparadas para tal misión.
Saber acompañar, sea el caso que sea, no es fácil… hay que contar también en que Dios se manifiesta, en cada persona, de maneras diferentes y en momentos diferentes. Es bueno saber practicar la “pastoral de la escucha”, orar y confiar.