JERUSALEMA |
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Jerusalema ikhaya lami |
Jerusalén es mi hogar |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Uhambe nami |
Se fue conmigo |
Zungangishiyi lana |
No me dejes aquí |
Jerusalema ikhaya lami |
Jerusalén es mi hogar |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Uhambe nami |
Se fue conmigo |
Zungangishiyi lana |
No me dejes aquí |
Ndawo yami ayikho lana |
Mi lugar no está aquí |
Mbuso wami awukho lana |
Mi reino no está aquí |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zuhambe nami |
Ve conmigo |
Ndawo yami ayikho lana |
Mi lugar no está aquí |
Mbuso wami awukho lana |
Mi reino no está aquí |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zuhambe nami |
Ve conmigo |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zungangishiyi lana |
No me dejes aquí |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zungangishiyi lana |
No me dejes aquí |
Ndawo yami ayikho lana |
Mi lugar no está aquí |
Mbuso wami awukho lana |
Mi reino no está aquí |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zuhambe nami |
Ve conmigo |
Ndawo yami ayikho lana |
Mi lugar no está aquí |
Mbuso wami awukho |
Mi reino no está aquí |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Zuhambe nami |
Ve conmigo |
Jerusalema ikhaya lami |
Jerusalén es mi hogar |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Uhambe nami |
Se fue conmigo |
Zungangishiyi lana |
No me dejes aquí |
Jerusalema ikhaya lami |
Jerusalén es mi hogar |
Ngilondoloze |
Sálvame |
Uhambe nami |
Se fue conmigo |
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jueves, 5 de noviembre de 2020
Jerusalén es mi hogar
No tengo la más mínima
idea del idioma venda,
una lengua bantú que se habla en algunas zonas de los países de África Austral, de Zimbabue y en Sudáfrica. Llevo meses escuchando una canción escrita en esa
lengua africana. Es un tema que te seduce, te atrapa, te pone los pies en danza. Creo que la mayoría de los lectores del Rincón ya habéis adivinado que me estoy refiriendo a la omnipresente Jerusalema, la canción que se ha convertido en la nueva Macarena del año 2020. Se
trata de una obra compuesta por el DJ y productor de discos sudafricano
Master KG y el vocalista Nomcebo. La canción se publicó hace casi
un año. Después se incluyó en el segundo álbum del mismo título de Master KG,
lanzado en enero de 2020. Pero lo que convirtió esta pegadiza canción en un fenómeno
viral fue #JerusalemaChallenge que se lanzó a mediados de este año. En estos
meses se ha convertido en número 1 en varios países europeos y americanos.
Parece que el reto comenzó en un grupo de amigos angoleños. El vídeo original
acumula más de 221 millones de visualizaciones. Las redes están inundadas de múltiples
coreografías inspiradas por esta música. Es como si todo el mundo se hubiera
puesto a bailar al mismo ritmo en este tiempo de pandemia. Si, al comienzo, la
canción más escuchada (al menos en los países de lengua española) fue Resistiré,
ahora la canción Jerusalema se ha convertido en el baile favorito de los
niños y jóvenes africanos, de muchos sanitarios de todo el mundo y hasta de algunas monjas
de clausura.
¿Qué tiene esta
canción para ser un fenómeno mundial? No habla de sexo, ni de historias de
amor, ni de traiciones, ni siquiera del coronavirus. La letra no puede ser más simple. Como la mayoría de las
canciones africanas, propone hasta la saciedad unas palabras esenciales y confía
a la repetición y a la fuerza del ritmo su poder transformador. Es casi más un
rito que una canción. Habla de Jerusalén como el hogar en el que todos soñamos,
como el símbolo de esa ciudad de Dios en la que todos los seres humanos podemos
vivir la fraternidad. Parece casi un eco de la encíclica Fratelli tutti.
Es una canción performativa: es decir, realiza lo que proclama. Aunque no entendamos la
letra, el ritmo se encarga de introducirnos en una espiral de fraternidad.
Quienes bailan juntos sienten que forman parte de la misma familia, exorcizan
los sinsabores de esta pandemia que tanta muerte sigue sembrando. La canción es
también un grito de auxilio. Repite a menudo la expresión Sálvame, como
los discípulos de Jesús cuando sentían que se hundía la barca en la que
navegaban por el lago de Genesaret. La pandemia nos ha hecho también zozobrar y
dudar. Por eso, echamos mano de la canción para entonar un colectivo Sálvanos,
que perecemos. Le pedimos a Dios que no nos deje aquí, abandonados a nuestra
suerte, sino que nos lleve con él a esa Jerusalén que sintetiza nuestras
mejores aspiraciones. Somos conscientes de que “nuestro lugar no está aquí”.
Nuestra verdadera patria es la Jerusalén celestial a la que nos dirigimos como
peregrinos porque “no tenemos aquí ciudad permanente” (Hb 13,14).
Si te encuentras
mal, si la pandemia ha minado tus ganas de vivir, si no quieres hablar con nadie, te recomiendo que pongas en
tu ordenador (o mejor en tu televisor) el vídeo de Jerusalema, que te
dejes llevar por la música y que te pongas a bailar. Si en vez de bailar solo o
sola, puedes compartir el baile con otras personas, notarás que todo empieza
a vibrar de otra manera. Sentirás que Jerusalén es tu hogar, que en tu
documento de identidad hay una casilla en la que se dice que eres ciudadano de
otro Reino que no es de este mundo, sentirás la nostalgia del paraíso, activarás
la esperanza dormida, recuperarás la alegría. Jerusalema no es una droga
para escapar de este mundo conflictivo, sino un acicate para regresar a él
desde la energía que fluye de nuestra patria definitiva. Quien tiene claro su
destino encuentra nuevos motivos para caminar con fuerza y para dar sentido a
cada paso del camino. Hagamos la prueba. La edad no es una excusa. Que se lo
pregunten a algunas monjas de clausura entraditas en años. Tanto los niños,
como los jóvenes, los adultos y ancianos pueden sentir que son ciudadanos de
esta Jerusalema (ciudad de paz) y que, por tanto, tienen derecho a bailar
y a disfrutar del don de la vida. Los vídeos que adjunto después de la letra (en venda y en español) son una especie de tutorial para lanzarnos a la pista con un mínimo manual de instrucciones.
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