En el momento de
escribir la entrada de hoy todavía no se sabe quién será el próximo presidente de
los Estados Unidos de América. Todo
está en el aire. Se suele decir que esta es la grandeza de la
democracia. Espero que encontremos otras fórmulas de real participación en la
cosa pública que vayan más allá de un disputado voto cada cierto tiempo. Mientras
tanto, la vida no se detiene. Nicaragua y Honduras están sufriendo las
consecuencias devastadoras del huracán Eta. Filipinas
sufre los destrozos causados por el tifón Goni. Precisamente de
Filipinas me llegan unas imágenes que, aunque son de baja calidad, muestran
cómo reaccionan algunos filipinos ante las desgracias naturales que
regularmente asolan el país. [Uno de mis amigos filipinos me dice con ironía
que la peor desgracia “natural” que está destrozando el país en los últimos
años es el presidente Duterte, pero comprendo que no todos piensan lo mismo; si no, no lo habrían elegido hace unos años]. Los pobres suelen
encajar las desgracias mejor que los ricos porque si tuvieran que esperar a que
todo funcione bien para ser felices, no lo serían nunca. No se trata de ser
felices cuando alcancemos algunas metas imaginadas, sino de serlo siempre, aquí y ahora,
tratando de sacar partido de cualquier situación, por adversa que sea. Por eso,
incluso en situaciones calamitosas como las provocadas por el tifón Goni, saben
divertirse y seguir viviendo.
A los ojos de un
acomodado occidental, estas conductas pueden parecer irresponsables y hasta hirientes.
¿Cómo es posible que, mientras muchos pierden sus hogares e incluso a algunos
de sus seres queridos, otros se dediquen a jugar al baloncesto con el agua
hasta las rodillas o a organizar una fiesta en medio de una calle inundada? ¿No
indican conductas como estas un alto grado de inconsciencia? Vistas las cosas
con la superficialidad y los lentes moralistas que tanto se han puesto de moda
en Occidente, pareciera que sí. Sin embargo, cuando se escucha el testimonio de
quienes están viviendo en carne propia estas desgracias (no de quienes las
vemos por televisión arrellenados en nuestra butaca), uno comprende que la vida
tiene sus mecanismos de equilibrio, que no se responde a una desgracia dejándose
dominar por ella, sino reaccionando con entereza y hasta con descaro. Si siempre andamos por la
vida con el disfraz de víctimas, renunciamos a vivir con la dignidad que nos corresponde.
Si algo significa ser hombres y mujeres “espirituales” es – a mi modo de ver –
la capacidad de vivir con intensidad la existencia humana. Dios nos ha creado
para que vivamos, no simplemente para que “sobrevivamos” o vayamos arrastrando
la existencia como almas en pena. Si cada vez que experimentamos una
contrariedad o una desgracia, todo lo que sabemos hacer es quejarnos y empezar
a repartir culpas y responsabilidades, estamos condenados a no vivir nunca en plenitud porque la vida humana es un rosario de experiencias adversas.
Quizás las “irresponsables”
imágenes que acompañan la entrada de hoy nos ayuden a preguntarnos cómo solemos
afrontar las pruebas y frustraciones de la vida. ¿Nos limitamos a quejarnos de nuestra
mala suerte? ¿Buscamos enseguida culpables (el gobierno, la sociedad, Dios)?
¿Sacamos fuerza de debilidad y nos ponemos manos a la obra? ¿Nos preguntamos cómo
podemos ayudar a otros que se encuentran en situaciones peores? ¿Ponemos la
vida entre paréntesis o seguimos agradeciendo cada destello de vida que se nos
concede? ¿Nos fijamos en lo que hemos perdido o en todo lo que se nos ha dado? También
en esto los pobres nos dan muchas lecciones. Quienes más derecho tendrían a
quejarse y a desesperarse son, con frecuencia, quienes mejor encajan las
contrariedades y quienes más se ayudan entre ellos para superarlas. Un viejo compañero mío,
cada vez que alguien se quejaba de algún pequeño problema doméstico (por
ejemplo, que un día la calefacción no funcionara bien o que la comida estuviera
un poco salada), siempre repetía un estribillo que se me ha quedado grabado: “Problemas
de ricos”. Efectivamente, a menudo magnificamos nuestros pequeños problemas
porque no sabemos lo que es una desgracia de verdad. Si quienes las
padecen saben reaccionar con entereza y determinación, ¿cómo tendríamos que hacerlo quienes
disponemos de más recursos materiales y emocionales? En tiempos de
pandemia extendida, conviene dejarse guiar por los verdaderos “expertos en
desgracias” que nunca tiran la toalla.
Cáncer, muerte de un ser querido, depresión...son problemas fuertes que te pueden cambiar la vida radicalmente y/o tu forma de verla. En la gran mayoría de los casos es así aunque cada uno reacciona a su manera. Y por mucho que tengas pensado en ello, por mucho que pienses que estás preparado para afrontarlo, pienso que generalmente no sabes como vas a reaccionar ante tal hecho hasta que estés delante de el.
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