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viernes, 6 de noviembre de 2020

Gracias, Gigi

Ayer, mientras remataba mi visita al Claretianum de Roma, seguí por Internet la retransmisión del funeral de Gigi Proietti. Es probable que a los amigos españoles y latinoamericanos del Rincón no les diga nada el nombre de este actor de cine, comediante, cantante, actor de doblaje, actor de teatro, director de cine, guionista y actor de televisión. En Italia, sin embargo, es un “grande”. Todo el mundo lo conoce. Su muerte a los 80 años ha conmovido al país transalpino. Pocas personas en los últimos años han llegado tanto al corazón de la gente. Como buen artista, ensamblaba contrastes. Era políticamente de izquierda y a la vez un enamorado de la misa en latín, quizá porque recordaba sus tiempos preconciliares de monaguillo. Para él, la liturgia de la Iglesia es la más excelsa representación del Misterio, el mejor teatro del mundo. Según su confesión, a Dios no se lo estudia, se lo descubre en el corazón y se lo encuentra en la vida. Era un artista enamorado del papa Francisco. Ambos compartían su preocupación por los últimos. A veces, el día de Navidad se acercaba a algunas cárceles de Roma para pasar la tarde con los internos. Decía algunas palabrotas con el gracejo de un buen romano (¿cómo se puede ser cómico si no?), pero no soportaba la blasfemia. Se preocupaba mucho de los jóvenes artistas. Ejercía sobre ellos un tipo de paternidad que muchos han agradecido. Amor y ternura eran las notas características de su relación con los demás. Repetía a menudo: “Si hay una persona que no sabe sonreír espontáneamente, preocupaos de ella. Quiere decir que algo no está bien en su vida”. Era extremadamente popular y ni un ápice populista.

Un hombre del calibre intelectual y moral de Gigi Proietti nunca quiso pertenecer a la élite de los intelectuales. Su gran preocupación fue que la cultura fuera – en el más noble sentido de la palabra – popular, que llegase al pueblo, sobre a todo a quienes no tienen recursos para pagarse una entrada a un teatro o a una sala de conciertos. Las fuerzas del orden lo adoran porque prestigió su profesión con la serie televisiva Maresciallo Rocca (1996). Otros no olvidan su genial interpretación de san Felipe Neri en la película Preferisco il Paradiso (2010). Yo lo conocí en el lejano 1983, siendo estudiante en Roma, cuando conducía el programa televisivo Fantastico 4 en la RAI. Ya entonces me pareció un tipo polifacético, con un carisma extraordinario. Hacer un humor inteligente, popular, y no ofensivo está al alcance de pocos. Lo más fácil es bascular hacia lo grosero (que siempre tiene un público dispuesto a aplaudir) o hacia lo ácido (que puede pasar por inteligente cuando a menudo se queda solo en síntoma de frustración). Gigi tenía tal fuerza interior que no necesitaba abandonarse a estos extremos. Lo querían los intelectuales (porque compartía su agudeza y a menudo la superaba) y la gente del pueblo (porque repartía sencillez y ternura a raudales). Su humor hacía más ligera la vida  era pura ligereza – pero no tenía nada de superficial. No era de los que para hacer creer que son profundos se vuelven oscuros. Ligereza y claridad son las alas de quienes tienen pasaporte para el paraíso.

Espigo algunas frases suyas que pueden ayudarnos afrontar el momento que vivimos: “De la crisis no se sale a base de odio e ira: esas son sólo las consecuencias. La solución, sin embargo, es el amor, y poner otra vez de moda a la gente buena”; “La televisión es un dispositivo que ha transformado el círculo familiar en un semicírculo”; “Damos gracias a Dios, nosotros los actores, porque tenemos el privilegio de continuar nuestros juegos de infancia hasta la muerte, que se repite cada noche en el teatro”; “En la pérdida total de los valores de la gente, el teatro es un buen lugar para abrevarse”; “Es muy importante seguir a los jóvenes para saber lo que están pensando y especialmente si realmente están pensando algo”. Gigi Proietti – parece un chiste de los suyos – murió el día de su cumpleaños. Nació el 2 de noviembre de 1940 y murió el 2 de noviembre de 2020, precisamente el Día de los Difuntos. Es todo un mensaje de vida, una invitación a no tener miedo de la muerte, a considerarla – como lo hacía Francisco de Asís – una “hermana” que nos introduce en el teatro definitivo, en ese en el que Dios disfruta viendo reunidos a todos sus hijos e hijas que en esta tierra han sido un pálido pero hermoso reflejo de su amor infinito. ¡Gracias, Gigi, por recordárnoslo!




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