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domingo, 12 de abril de 2020

No habían entendido la Escritura

Desde que empecé este blog en febrero de 2016, todos los años he escrito una carta de Pascua inspirada en el Evangelio del día: Pascua 2016, Pascua 2017, Pascua 2018 (las tres desde Roma) y Pascua 2019 (desde la Patagonia argentina). En ellas se trasluce un aire de alegría. También este año quiero escribiros una carta a cuantos visitáis este Rincón. En circunstancias normales, hubiera hecho referencia al aniversario de los 150 años de la muerte de san Antonio María Claret o quizás a algún otro acontecimiento social o eclesial de relieve. Hoy es imposible hablar de la resurrección de Jesús sin referirnos a la experiencia de muerte que estamos padeciendo desde hace semanas. Ayer, sin ir más lejos, falleció un tío mío. Estoy seguro de que muchos de vosotros también habéis experimentado muy de cerca lo que significa no poder despedir a quienes amas. En Italia son ya más de 100 los sacerdotes muertos a causa del coronavirus. Es muy probable que, asustados y algo deprimidos como estamos, nos pase como a Pedro y al discípulo amado; o sea, que no hayamos entendido la Escritura en la que se anuncia que “él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). En este contexto de sobresaltos constantes (no hay día en que no salte una mala noticia), pero también de una esperanza honda, os comparto con sencillez mi...




Carta de Pascua 2020

Queridos amigos:

Cuando repasamos la larga historia de la Iglesia, caemos en la cuenta de que en muchos momentos y lugares los cristianos se han visto sometidos a pruebas de diverso tipo. Ha habido persecuciones, cismas, herejías… Nuestra generación (por lo menos, en el contexto europeo) parecía libre de estas pruebas fuertes. Es verdad que vivimos desde hace muchos años la gran prueba de una apostasía silenciosa, pero no era lo suficientemente grave y llamativa como para perturbar nuestra tranquila vida cotidiana. 

Los problemas del hambre, la guerra, la violencia, la emigración, el calentamiento global, el desempleo, la droga o el tráfico de seres humanos estaban ahí, nos preocupaban, pero tampoco parecían amenazar los fundamentos de la vida social, por más que no faltasen voces críticas y proféticas que nos alertaban de su magnitud y de la necesidad de cambiar el rumbo de nuestra vida social antes de que este mundo se viniera abajo. De repente, sin ninguna preparación y casi sin tiempo para reaccionar, nos sobreviene una pandemia que pone a la claras que la tan apreciada “normalidad” tenía mucho de apariencia y poco de realidad consolidada. Desde que ha estallado la crisis, hasta la Unión Europea parece menos unión y menos europea que nunca, precisamente en un momento en el que tendría que vivir al máximo (¿cuándo si no?) la solidaridad que la fundamenta.

El desarrollo de la pandemia en Europa (y parcialmente en América, sobre todo en los Estados Unidos) ha coincidido con la Cuaresma. Creo que nunca como este año hemos vivido un itinerario penitencial tan denso. ¿Coincidirá la vuelta a la normalidad (la vuelta a Galilea) con el tiempo pascual, o tendremos que acostumbrarnos a un nuevo modo de vida que se va a parecer poco al que llevábamos antes? No lo sé. Las cosas cambian tan rápido, que es muy difícil hacer predicciones. Aquí en Italia, aunque oficialmente el confinamiento terminará el 3 de mayo (por ahora), casi todo se pospone ya para el otoño, incluido el temor a un nuevo rebrote. Así que se han cancelado clases, congresos nacionales e internacionales, bodas, primeras comuniones, oposiciones, festivales, ferias comerciales y celebraciones de todo tipo. Las consecuencias emocionales y económicas son incalculables. 

Aunque estamos demostrando una buena capacidad de resistencia, en realidad no estamos preparados para una crisis de esta magnitud. Hemos crecido con la idea de que el progreso era una línea siempre ascendente y de que teníamos los medios necesarios para afrontar cualquier crisis que lo amenazara. ¡Hasta la fe cristiana se había vuelto demasiado optimista poniendo un poco entre paréntesis que somos los seguidores de un Resucitado que murió clavado en la cruz y que, mientras dure nuestra peregrinación terrena, siempre vivimos “in hac lacrimarum valle” (en este valle de lágrimas) como cantamos en la Salve, sin que esto signifique menguar nuestra fe en la resurrección y la vida!

Es evidente que la Pascua de este año no va a estar acompañada por los signos externos que nos son familiares: luces, flores, cánticos, procesiones, comidas y encuentros. Será una Pascua como en sordina. Y, sin embargo, será la Pascua del Señor Resucitado, no un simulacro. Celebraremos que Él está vivo en medio de nosotros. Seguiremos confesando que ninguna muerte es superior a la fuerza de su vida. Comprenderemos mejor las palaras que hoy nos presenta la segunda lectura: “Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él” (Col 3,3-4). 

Por alguna razón que ignoro, este año acentúo que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios; es decir, que no se ve con claridad lo que realmente somos. El confinamiento que vivimos se parece a la experiencia de la semilla que, oculta en la tierra, parece que ha muerto. Sin embargo, en el momento oportuno, se desarrolla y florece. También nosotros apareceremos gloriosos, aunque, por el momento, tengamos la impresión, como María de Magdala, de que “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,3). Lo más descorazonador para un creyente no es experimentar el dolor y la muerte, sino vivir este drama como si Jesús estuviera ausente y no hubiera forma de dar con él.

Algo parecido experimentaron los discípulos de Emaús cuando regresaban a su pueblo después de una experiencia de frustración y tristeza. Creo que este año nos hará bien profundizar en su itinerario para ver cómo se pasa de la frustración a la confesión, de sentirse quemados a saberse encendidos. Pocas veces vamos a repetir con más insistencia el ruego de los discípulos: “Quédate con nosotros”. Sí, quédate ahora que el día declina y, con él, nuestras esperanzas e ilusiones.

Durante toda la octava de Pascua recitaremos o cantaremos la secuencia de este tiempo. Termino mi carta recogiendo la versión castellana de la última estrofa porque me parece la plegaria propia para esta crisis: “Rey vencedor, apiádate / de la miseria humana / y da a tus fieles parte / en tu victoria santa”. 

Os deseo de corazón una Pascua serena y llena de los frutos que el Resucitado siempre nos regala, también en los tiempos del coronavirus: paz y alegría.







2 comentarios:

  1. Gracias, muchas gracias por este mensaje de esperanza y deseos de paz y alegría. Que la Resurrección y la Vida sea en cada uno de ustedes. Que este Paso de Jesús traiga vida y salud al mundo entero. Acompañándolo Padre desde Colombia. Un abrazo.

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  2. Gonzalo, ante todo quiero decirte que te acommpaño en la oración en este momento de luto de tu tío... Son momentos difíciles, estos, en los que no podemos despedirnos... Tengo la sensación de que estamos dentro de una burbuja y que no sabemos qué mundo nos encontraremos cuando podamos salir de ella.
    Gracias por todo lo que nos acompañas... Son momentos en que, los seglares, lo necesitamos y más cuando estamos en pueblos pequeños en que se han cerrado las iglesias y nos encontramos solos. Parece que los curas han desaparecido.
    Yo, personalmente, tengo muchos motivos para daros gracias a los Misioneros Claretianos que nos cuidáis desde diferentes medios y lugares.
    Gracias Gonzalo por estar ahí... Unidos en la oración y en la confianza de que el Señor nos acompaña, a pesar de que, como dices que hay el peligro de que; vivamos este drama como si Jesús estuviera ausente y no hubiera forma de dar con él.
    Gracias por todo... Un abrazo.

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