Después de la conversación que Pedro y Pablo mantuvieron en este Rincón hace apenas diez días, era claro que no habría gobierno en España y que iríamos a nuevas elecciones. Ayer se
confirmaron los pronósticos. Es probable que Pedro Sánchez esté
convencido, con algunas encuestas en la mano, de que en noviembre va a ganar con holgura. De hecho, ya
ha comenzado a pedir el voto a los electores. No obstante, corre el riesgo de que
le salga el tiro por la culata, como les pasó a David Cameron (en el Reino
Unido) y a Matteo Renzi (en Italia) cuando convocaron sendos referéndums con la
intención de ganarlos –es obvio– y, sin embargo, los perdieron. De David
Cameron apenas se ha vuelto a hablar, a no ser con ocasión de unas recientes declaraciones sobre la triste muerte
de su hijo acaecida en 2009. De Matteo Renzi se habla otra vez porque acaba
de abandonar el Partido Democrático para fundar un nuevo partido que se
llama Italia viva con el objetivo de luchar contra el salvinismo (la política de Matteo Salvini). No le auguro un largo recorrido. La fragmentación
de los partidos italianos ha llegado a tal punto que resulta muy difícil la
gobernabilidad. Me da la impresión de que tanto Pedro Sánchez como Matteo Renzi
son personajes que anteponen su ego a un verdadero proyecto político colectivo.
Confían mucho en sus dotes de seducción, arrastran a algunos incondicionales, sacan conejos de la chistera, pero
ignoran que estas dotes sirven para un primer, efímero encantamiento, pero no
para una acción de gobierno sólida, eficaz y duradera.
Lo que parece
claro es que en Europa ya ha pasado el tiempo del bipartidismo, de la polarización derecha-izquierda, de los grandes debates ideológicos. El panorama se ha fragmentado
mucho., de modo que será muy difícil que en este contexto un partido pueda obtener una mayoría
absoluta, como, por ejemplo, la
que logró Modi en la India en las elecciones del pasado mes de mayo.
Los nuevos líderes no tienen que ser superestrellas un poco pagadas de sí
mismas, sino, más bien, personas con gran capacidad de negociación y con la
flexibilidad suficiente para llegar a acuerdos con otros partidos. Es evidente
que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias son líderes que están encantados de
haberse conocido. Basan mucho su estrategia en una referencia a sí mismos. Algo parecido, aunque quizá en tono menor, podría
decirse de Pablo Casado, de Albert Rivera y de Santiago Abascal. Así es muy difícil llegar a acuerdos. Ellos dicen que no pueden renunciar a sus principios, que se deben a sus votantes, pero todos sospechamos que hay otros intereses ocultos. Por otra parte, los partidos reciben también presiones de empresarios, grupos de comunicación, etc. Las cosas no son fáciles.
Ya sé que lo que voy a escribir ahora puede sonar a “pecado contra la democracia”, pero tendría que haber una ley que prohibiera volver a presentarse a unas elecciones a aquellos políticos que en las precedentes no hayan sido capaces de lograr acuerdos. Creo que una ley de este tipo facilitaría la resolución de los bloqueos y, de esta forma, nos ahorraríamos también unos cuantos millones, que, con la enorme deuda pública, no estamos como para tirar la casa por la ventana.
Ya sé que lo que voy a escribir ahora puede sonar a “pecado contra la democracia”, pero tendría que haber una ley que prohibiera volver a presentarse a unas elecciones a aquellos políticos que en las precedentes no hayan sido capaces de lograr acuerdos. Creo que una ley de este tipo facilitaría la resolución de los bloqueos y, de esta forma, nos ahorraríamos también unos cuantos millones, que, con la enorme deuda pública, no estamos como para tirar la casa por la ventana.
En realidad, más
allá de los atajos legales, lo que a mi modo de ver se necesita es un profundo
cambio de mentalidad política, que –tal como veo el panorama– no se va a dar a
corto plazo. Los partidos que dicen ser órganos al servicio de la ciudadanía se
han convertido, en realidad, en organizaciones que buscan su propia
subsistencia. Por muchas proclamas teóricas en sentido contrario, lo que de
verdad les importa es garantizar su cuota de poder y, con ella, las prebendas
aledañas. Si de verdad buscaran los intereses de los ciudadanos, hace mucho
tiempo que hubieran encontrado fórmulas de colaboración como, de hecho, se
encuentran en otras esferas de la vida social. Tengo la impresión de que el
sentido común del ciudadano medio está muy por encima del de la mayoría de los
políticos. No es extraño, pues, el enfado generalizado.
Al paso que vamos, va a ver que aplicar la fórmula que se empleó
hace siete siglos para la elección del papa. Como es sabido, tras la muerte de Clemente IV (1190-1268)
y después de casi tres años de interminables discusiones sin lograr un acuerdo, los mismos ciudadanos de Viterbo, ciudad italiana donde estaban reunidos, presionaron a los cardenales para que acelerasen la elección. El modo fue ingenioso, aunque no muy eficaz. Los recluyeron bajo llave y les racionaron la
comida. Visto que el acuerdo no llegaba, les dieron solo solo pan y agua. Para apremiarlos aún más,
levantaron el techo del palacio episcopal con el fin de exponerlos también a
las inclemencias meteorológicas. Aun así, fue imposible el acuerdo, por lo que
los quince cardenales electores delegaron en seis, quienes finalmente eligieron
a Teobaldo Visconti, que tras su consagración tomó el nombre de Gregorio X (1272-1276). No creo que haya que llegar a tanto, pero la historia es sabia.
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