No lo digo yo. Lo afirma Robert Kornberg –premio Nobel de Química en 2006– en una reciente entrevista publicada por El País. Sus palabras no dejan lugar a dudas: “Pero, al final, [la vida] es química, nada más y nada menos, aunque la gente se resiste a la idea. Muchas personas quieren asociar a sus propias experiencias algún significado especial, como la religión. Pero es química”. Después de leer la entrevista, me arrepiento de no haber seguido estudiando
química al acabar el bachillerato. Haberme dedicado a la teología se me antoja
una solemne pérdida de tiempo. Pertenezco al grupo de chamanes y sofistas que
quieren camuflar su ignorancia científica con el lenguaje “poético” de la
filosofía y la teología; o sea, un cuentista de tomo y lomo, aunque no
especialmente peligroso. Se podría decir que he nacido dos o tres siglos más
tarde de lo que representa mi estado mental. Todavía me muevo en la etapa
histórica del realismo ingenuo. Sigo creyendo en Dios como si fuera un teísta
del siglo XVIII o un labriego del siglo XIX. No me he enterado de que “la ciencia avanza que es una barbaridad” y de que “la vida es química: nada más y nada menos. El funcionamiento del
cerebro se comprende tan poco que se tiende a asociarlo a significados mágicos
o místicos. Pero químicamente el cerebro es una colección de cables e
interruptores” (Kornberg dixit).
Lo que sí intuía en mi enciclopédica ignorancia es que “si la gente estuviera mejor formada en química y en biología estaría
menos dispuesta a abusar de su propia fisiología con drogas, tabaco…”
(Kornberg dixit de nuevo).
El tono irónico
del párrafo anterior no es ni mucho menos una descalificación de Kornberg. Por
una parte, no tengo el nivel de conocimientos químicos que se requiere para responderle
con fundamento; por otra, me gusta ser desafiado en mi fe por personas que son
competentes en algún área de la ciencia o del pensamiento. ¿Quién de nosotros
no ha pensado alguna vez que los seres humanos no somos más que el resultado de
procesos bioquímicos? No hace falta ser un científico de prestigio mundial para
caer en la cuenta de que “somos polvo”, por decirlo con una expresión bíblica
que resulta comprensible, aunque es mucho más burda que las expresiones que utiliza
Kornberg: “Sabemos que la información en
nuestros genes se copia en otra molécula llamada ARN, que entonces dirige la
síntesis de proteínas. Y las proteínas hacen todo. La idea esencial es que la
información en los genes es la base de todo lo que hay que saber sobre nosotros”.
No tengo ningún reparo en sostener que “la
vida es química”. Hay demasiados indicadores como para dudarlo. Lo que me produce perplejidad y desconcierto es el adverbio “solo” usado por Kornberg. Esa es una
afirmación que excede con mucho lo que la ciencia puede decir acerca del complejo misterio
humano. Se interna en el campo de la meta-química, que es precisamente el que
Kornberg quiere evitar por considerarlo mágico o místico. O sea, que al final, el químico Kornberg habla casi como si fuera un filósofo.
Las propuestas
materialistas de interpretación del ser humano no son nuevas. Se remontan al antiguo Oriente y a los
filósofos griegos. Reaparecen una y otra vez en la historia del pensamiento
humano. Hoy se revisten de la autoridad que proporcionan los experimentos científicos,
pero, en sustancia, no difieren mucho de lo que sostenían filósofos antiguos como Tales de Mileto (ca.
624-547 a. C.), Anaximandro (ca.
610-546 a. C.) y Anaxímenes (ca.
585-525 a. C.). Porque somos materia, es normal que pensemos que somos solo
eso. Recuerdo que mi viejo profesor de Antropología Filosófica solía repetir
que “nosotros somos casi
materialistas”. Entre el “solo” química de Kornberg y el “casi” materialistas
de mi viejo profesor se juega el misterio humano. Porque podríamos ser perfectamente
materialistas sin sentir ningún empacho, nuestra fe en Dios no es una huida de
la realidad o un atajo para llegar a la quietud, sino el fruto de la incesante
búsqueda humana (incluyendo la de los científicos) que, en un momento del
camino, se siente encontrada por el objeto que busca. En el fondo, a lo largo
de nuestra vida no hacemos otra cosa que preguntarnos por el qué de la realidad (ciencia y filosofía), por si ese
qué fuera acaso un quién (religión) y
ese quién tuviera algo que ver con nosotros y nosotros con él (espiritualidad).
No estoy seguro de que la química se adentre en esta aventura. Tampoco sé qué
combinación de genes produce pensamientos tan “desvariados” como estos. Debe de ser la altura de Arequipa y quizás un poco de pisco peruano. Buen fin de semana.
Buenísima reflexión sobre la entrevista a Kornberg. Cuando un nobel niega con tanta claridad lo que desconoce o no puede explicar, me decepciona. Me parece que estar abierto al misterio de la vida es de valientes. Me quedo con el "casi" en vez de con el "solo". Muchas gracias por animarnos a tratar de ser valientes, Gonzalo, aceptando con humildad la belleza del misterio. Un abrazo, Iván.
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