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jueves, 11 de julio de 2019

La nueva armonía

El vuelo de Lima a Arequipa duró alrededor de 60 minutos. Lo hice ayer a última hora de la tarde. He pasado de la humedad capitalina a la sequedad de esta urbe  –la segunda del Perú– situada a 2.300 metros de altitud. Este es un buen sitio para recordar a san Benito, el padre del monaquismo occidental, patrono de Europa, cuya fiesta celebramos hoy. Su famosa Regla y su respuesta de vida armónica (oración, trabajo, estudio, vida comunitaria, contacto con la naturaleza, hospitalidad) constituyeron una alternativa cristiana a la disolución cultural que se vivía a finales del siglo V y primera mitad del siglo VI. Con el correr de los siglos, Europa se llenó de monasterios benedictinos. Todavía hoy siguen siendo para muchas personas –creyentes  o no– remansos de paz, reservas de silencio, lugares aptos para escuchar la “música callada” del Absoluto. 

¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, de las abadías o monasterios de Subiaco y Montecasino en Italia, de Solesmes en Francia, o de Montserrat y Santo Domingo de Silos en España? Tras sus muros se esconde una historia multisecular. Aunque menos que en otros tiempos, sigue habiendo jóvenes que deciden llamar a sus puertas. Algunos interpretan su huida del ruido secular como vocación a la vida monástica. Pronto descubren que se trata de otra cosa. Lo que realmente importa no es de dónde se parte sino adónde se quiere llegar.

No creo que hoy estemos viviendo tiempos similares a los que se vivieron en Europa con la caída del imperio romano de Occidente, aunque no faltan algunos paralelismos. ¿Está la fe cristiana en condiciones de alumbrar nuevas formas de armonía que constituyan una alternativa de vida al orden (o desorden) imperante? ¿Se puede vivir la fe como una forma de esperanza en momentos en los que muchos experimentan que estamos acercándonos al final del mundo conocido? Cada vez abundan más en Internet las predicciones apocalípticas de quienes creen que el planeta está ya en los estertores de la muerte por la sobreexplotación y contaminación a las que lo hemos sometido en las últimas décadas. No resulta difícil amontonar indicadores “científicos” que parecen avalar este pesimismo histórico. Incluso personas que parecen sensatas en otros ámbitos de la vida se abandonan a estos sentimientos de cansancio y desesperanza. Lo difícil es soñar y proponer otro estilo de vida que rompa la inercia actual e introduzca una bocanada de aire fresco. Necesitamos menos plañideras y más visionarios.

Benito de Nursia, un hombre a caballo entre el siglo V y el VI, nos ofrece algunas pistas que siguen siendo inspiradoras. Frente al ruido mediático y ambiental, nos propone la pedagogía del silencio. Frente a los soliloquios de quienes se limitan a dar vueltas a sus propios pensamientos, nos enseña el camino liberador de la oración, del diálogo con el Dios que nos ama. Frente a un trabajo agotador y despersonalizado, nos propone un trabajo paciente, mesurado y creativo. Frente al consumismo informático y la adicción a Internet, nos hace ver la importancia de la lectura y del estudio sosegado. Frente al individualismo rampante, nos descubre que estamos hechos para la vida en comunidad. Frente a la urbanización imparable y un estilo de vida artificial, nos sugiere establecer una relación equilibrada con la naturaleza. 

Todo tiene importancia en su debida proporción. Frente a los desequilibrios actuales, que engendran neurosis, estrés y depresión, él nos sugiere una vida armónica, no exenta de lucha. La verdad, la bondad y la belleza deben ir de la mano. El mundo moderno las ha escindido. Algunos pretenden ser inteligentes y racionales sin ser buenos ni buscar la belleza. Otros defienden la ética, pero sin fundamento racional, puro voluntarismo indignado. No faltan quienes abogan por una estética sin referencia a la verdad y sin compromiso ético, disfrute a costo cero. Estos divorcios traen malas consecuencias. Podemos ser más felices siendo menos consumistas y más sobrios. Podemos sonreír si aprendemos a disfrutar del silencio y a dialogar desde el fondo de nuestro corazón. Podemos descubrir a Cristo si, frente a la indiferencia, redescubrimos el significado de la hospitalidad, tanto con los cercanos como con los inmigrantes que llaman a las puertas de Europa. Para san Benito, “el huésped es Cristo que viene”. Podemos ignorarlo, pero luego no tenemos ningún derecho a decir que “Dios ha muerto”.

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