Hace 170 años comenzó en Vic la aventura de seis más uno. En realidad, se trataba de una “pequeña
gran obra” que en su sencillez iba a dar mucho que hablar con el paso del tiempo.
Después de un par de días en Trujillo, celebro la fiesta de la fundación de mi congregación en Lima, aunque a mediodía saldré en avioneta hacia la misión de Atalaya, en plena selva peruana. Este martes 16 de julio, los 3.050 claretianos de todo el mundo recordaremos que en un día como hoy, fiesta de la Virgen del Carmen, en una pequeña celda del seminario de Vic, nació nuestra Congregación misionera. Con este motivo, nuestro Superior General, Mathew Vattamattam, nos envía un breve mensaje de aliento. Otros hermanos y hermanas de la Familia Claretiana vibran con nosotros. Recuerdo, en especial, a los Seglares Claretianos que están celebrando su X Asamblea Mundial en Medellín (Colombia).
Yo trato de concentrarme en medio de tantas idas y venidas. Escribo la entrada de hoy a las 10,30 de la noche (hora de Lima) del lunes 15, cuando en Europa son ya las 5,30 de la mañana del martes 16. Pienso en los claretianos de Filipinas que a esta hora (11,30 de la mañana en Manila) habrán celebrado ya la Eucaristía de acción de gracias. Esta diversidad horaria me hace entender la enorme diversidad étnica y cultural de una congregación como la mía. ¿Qué es lo que nos permite vivir y trabajar juntos a un filipino, un vietnamita, un indio, un nigeriano, un español, un portugués, un alemán, un mexicano y un argentino? ¡Es la pasión misionera tal como la hemos heredado de san Antonio María Claret y sus primeros cinco compañeros!
Después de un par de días en Trujillo, celebro la fiesta de la fundación de mi congregación en Lima, aunque a mediodía saldré en avioneta hacia la misión de Atalaya, en plena selva peruana. Este martes 16 de julio, los 3.050 claretianos de todo el mundo recordaremos que en un día como hoy, fiesta de la Virgen del Carmen, en una pequeña celda del seminario de Vic, nació nuestra Congregación misionera. Con este motivo, nuestro Superior General, Mathew Vattamattam, nos envía un breve mensaje de aliento. Otros hermanos y hermanas de la Familia Claretiana vibran con nosotros. Recuerdo, en especial, a los Seglares Claretianos que están celebrando su X Asamblea Mundial en Medellín (Colombia).
Yo trato de concentrarme en medio de tantas idas y venidas. Escribo la entrada de hoy a las 10,30 de la noche (hora de Lima) del lunes 15, cuando en Europa son ya las 5,30 de la mañana del martes 16. Pienso en los claretianos de Filipinas que a esta hora (11,30 de la mañana en Manila) habrán celebrado ya la Eucaristía de acción de gracias. Esta diversidad horaria me hace entender la enorme diversidad étnica y cultural de una congregación como la mía. ¿Qué es lo que nos permite vivir y trabajar juntos a un filipino, un vietnamita, un indio, un nigeriano, un español, un portugués, un alemán, un mexicano y un argentino? ¡Es la pasión misionera tal como la hemos heredado de san Antonio María Claret y sus primeros cinco compañeros!
No es fácil
mantenerse hoy en pie de misión. Para muchas personas, anunciar el Evangelio
supone una intromisión en la vida de los demás. Si todo hombre y mujer tiene derecho
a plantear su vida como le parezca más oportuno, ¿qué sentido tiene que unos
cuantos nos empeñemos en anunciar el Evangelio de Jesús como camino de vida
plena? ¿Quién nos ha dado permiso para obrar así? ¿Qué ganamos a cambio? ¿No
hemos dicho, por activa y por pasiva, que lo que realmente importa es ser buenas
personas? Dejemos, pues, en paz a quienes ya lo son y concentrémonos en serlo
nosotros. Todo lo demás suena a proselitismo barato en un mundo que, por una
parte, está saturado de propuestas de todo tipo y, por otra, no tolera de
buen grado discursos que suenen demasiado religiosos.
Me digo todas estas cosas a mí mismo como para exorcizar viejos demonios. Mientras, caigo en la cuenta de que, en realidad, no son tantas las personas que piensan así. Si soy sincero, mi experiencia misionera me muestra lo contrario. Muchos hombres y mujeres de buena voluntad anhelan la luz de la fe. Hasta un escritor agnóstico de la talla de Ray Loriga siente envidia de los creyentes. Es bueno hacerse preguntas, pero no ayuda mucho abonarse a una duda permanente. La misión nace del entusiasmo. Si algo he aprendido de Claret es que para ser un “hombre de fuego” hay que dejarse entusiasmar por Dios. No basta con admitir fríamente su existencia. Los misioneros claretianos somos hijos de una Madre que puso corazón en todo.
Me digo todas estas cosas a mí mismo como para exorcizar viejos demonios. Mientras, caigo en la cuenta de que, en realidad, no son tantas las personas que piensan así. Si soy sincero, mi experiencia misionera me muestra lo contrario. Muchos hombres y mujeres de buena voluntad anhelan la luz de la fe. Hasta un escritor agnóstico de la talla de Ray Loriga siente envidia de los creyentes. Es bueno hacerse preguntas, pero no ayuda mucho abonarse a una duda permanente. La misión nace del entusiasmo. Si algo he aprendido de Claret es que para ser un “hombre de fuego” hay que dejarse entusiasmar por Dios. No basta con admitir fríamente su existencia. Los misioneros claretianos somos hijos de una Madre que puso corazón en todo.
A lo largo de los
últimos veinte años he tenido la suerte de conocer prácticamente toda mi
Congregación. No tengo palabras para expresar la gratitud que siento ante
tantos de mis hermanos que han entregado su vida a la misión. He sido contagiado por su entusiasmo. Muchos de ellos
lo han hecho y siguen haciéndolo a miles de kilómetros de sus países y
familias. He orado ante las tumbas de misioneros españoles enterrados en Malabo
(Guinea Ecuatorial), Akono (Camerún), Kupang (Indonesia), Ciudad de México (México),
por citar solo algunos lugares. Sus nombres no significan nada para la gran mayoría.
Son unos perfectos desconocidos. Ante sus tumbas he comprendido un poco más qué
significa entregar la vida a Dios sin esperar nada a cambio, ni siquiera un
pequeño reconocimiento humano. Si no fuera por estos misioneros de raza, la fe
no habría llegado a muchos hombres y mujeres de América, África y Asia. La
pasión misionera lleva a acciones desmedidas, exageradas, imprudentes.
Hoy sigo teniendo hermanos indios, indonesios, nigerianos, vietnamitas y filipinos que
aceptan ser enviados a misiones de Europa y América. La misión sigue viva. Es verdad que entre nosotros se dan también signos de aburguesamiento, comodidad y pasividad, pero en un día
como hoy prefiero fijarme en mis muchos compañeros que están en pie de misión. A
veces se cansan, sienten tentaciones de tirar la toalla, pero
siguen entregándose. Me siento orgulloso de pertenecer a una familia como esta.
Ya falta menos para los 200 años.
Hermosas, sentidas y alentadoras palabras, ¡gracias, Padre!
ResponderEliminarGracias por compartir tus sentimientos en este día...
ResponderEliminar