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lunes, 15 de julio de 2019

¿De qué estamos hablando?

Por dos vías diferentes me ha llegado información sobre la evolución del catolicismo en el mundo. El sociólogo vasco Javier Elzo presenta en su blog “algunas conclusiones no tan evidentes de la religiosidad hoy” a partir de los resultados franceses a la Encuesta Europea de Valores (2018). El diario El País, por su parte, publica un artículo de su corresponsal en Roma titulado “La Iglesia busca fieles en África y Asia para mitigar su declive en Occidente”. Ambas lecturas ayudan a entender algo de lo que está pasando. El informe francés subraya, por ejemplo, que entre los jóvenes de 18-30 años, los musulmanes (13%) están a punto de ser tan numerosos como los católicos (15%). En contra de lo que se decía hace décadas, los que tienen mayor formación y viven en ciudades son más practicantes que los que han realizado solo estudios primarios o secundarios o viven en zonas rurales. En conclusión, más que un retroceso de la religión en Francia, el fenómeno que se está viviendo es una desinstitucionalización de la religión y un aumento de los cultos minoritarios que llegan, por primera vez, al 10 % de la población francesa.

Habrá que esperar a la publicación del informe español para ver lo que está ocurriendo en España. Una de las diferencias más notables es el modo distinto de abordar el fenómeno religioso en los medios de comunicación. Javier Elzo escribe que “la belicosidad antieclesial de parte de la gran prensa española y la de sus lectores, es prácticamente inexistente en Francia, salvo en reductos muy minoritarios”.  Y lo aclara con un ejemplo: “Lector habitual de Le Monde y El País, lo compruebo constantemente. La inquina del segundo con la Iglesia (y no es el único, infoLibre, del que soy suscriptor, es obsesivo contra ella), no tiene parangón con ningún gran medio francés, comenzando por Le Monde que puede publicar un editorial muy duro, incluso con el papa Francisco, pero abrir a cinco columnas valorando positivamente un documento del episcopado francés”. Javier Elzo cree que en España las personas con formación superior –deudoras todavía del fundamentalismo cientista– son, en general, menos religiosas que en el país vecino. Quizá esto nos ayude a entender muchas de las cosas que están pasando.

El artículo de El País citado al comienzo de la entrada de hoy comenta los datos estadísticos presentados por la última edición del Anuario Pontificio (2018), correspondientes a 2017. Los 1.313 millones de bautizados representan el 17.7% de la población mundial. Se da un aumento del 9,8% con respecto a los datos de 2010. La Iglesia crece, sobre todo, en África (26,1%) y Asia (12.2%), pero también, en menor medida, en América (8,8%) y Europa (0,3%). Algunos expertos vaticinan que en un futuro próximo el mayor crecimiento se dará en Asia (centro geoestratégico y económico del mundo) y, sobre todo, en la China. De ahí el interés del Vaticano por establecer buenas relaciones con el gobierno comunista de ese gigante asiático, aunque parte de la Iglesia local no aprueba esta estrategia porque la considera una cesión e implica un menosprecio a los muchos católicos perseguidos por el régimen durante décadas.

Es interesante acercarse a este fenómeno desde el punto de vista sociológico, pero reconozco que me deja bastante insatisfecho. El criterio que se sigue para saber el número de católicos es el de contar las personas bautizadas, lo cual es fácil de hacer porque todas las parroquias del mundo llevan un registro minucioso. Pero sabemos que, por desgracia, muchos bautizados no viven (o no vivimos) como cristianos, aunque hayan recibido los sacramentos de iniciación. ¿Cómo se puede medir la fe? Los sociólogos suelen introducir el índice de participación en las celebraciones litúrgicas, por tratarse de un hecho observable y, por tanto, mensurable. Según ese criterio, hablan de católicos “practicantes” (los que acuden regularmente a los servicios religiosos) y “no practicantes” (quienes no lo hacen nunca o muy raramente). En alguna ocasión he escrito que estas categorías –muy usadas en Europa y América– resultan incomprensibles –y hasta escandalosas– para muchos cristianos africanos y asiáticos. Ellos, que viven en contextos multirreligiosos, no conciben que uno pueda considerarse católico si no practica y celebra su fe. Es como llamar futbolista a uno que nunca juega al fútbol. Es muy probable que la revitalización del catolicismo europeo y americano venga de nuestros hermanos de África y Asia. El tiempo dirá en qué dirección van a caminar nuestras iglesias tradicionales, pero, de momento, es saludable echar un vistazo a la vitalidad de las iglesias emergentes.

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