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sábado, 15 de diciembre de 2018

Ya falta menos

Escribo esta entrada a las 4,30 de la mañana (hora de Indonesia). No es una hora muy humana para sentarse ante el ordenador, pero hay dos razones poderosas para hacerlo. La primera es que suenan las oraciones de las mezquitas cercanas, con lo cual no es fácil seguir durmiendo a esta hora. La segunda es que, dentro de poco, saldré hacia Samosir, una isla volcánica dentro de lago Toba, que tiene unos 100 kilómetros de largo y 30 de ancho. Se trata, pues, de una isla (Samosir) dentro de otra isla (Sumatra); o sea, que estaré doblemente “aislado”. En esa zona tenemos los claretianos algunas misiones con las tribus batak. Al mismo tiempo que hacemos un alto en nuestros trabajos, tenemos la oportunidad de compartir con nuestros hermanos misioneros y con la gente del lugar la alegría del tercer domingo de Adviento, que es conocido como “el domingo Gaudete o de la alegría”. Espero disponer de tiempo el lunes para compartir algo de la experiencia del fin de semana. Estuve en Samosir hace unos seis o siete años. Es posible que hayan cambiado muchas cosas en este lapso de tiempo.

El Adviento entra ya en su segunda mitad. Quizás uno puede detenerse un poco para preguntarse si la liturgia de este tiempo está teniendo algún impacto en la propia vida. Ya no es cuestión de repetir por enésima vez que “nos han robado la Navidad”. No es fácil luchar contra la lógica del comercio. No perdamos el tiempo en batallas secundarias. Si la Navidad no sucede fuera, o si se reduce a montaje de cartón piedra y luces de colores, concentremos la atención en nuestro proceso interior. ¿Qué está sucediendo en mí durante este tiempo? ¿Qué anhelo y qué temo? ¿Sigo creyendo en el paso de Dios por mi vida, en su cercanía amorosa? No son preguntas banales. No hace falta responderlas a la carrera. Lo mejor es dejar que se asienten dentro de nosotros y nos trabajen por dentro. Las respuestas, si llegan, serán fruto de un proceso, no de la rutina o los miedos. Si el Adviento no es el tiempo de las preguntas, la Navidad no será el tiempo de las respuestas. Para que sintamos la fuerza del anuncio navideño –“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”– es preciso que hayamos tenido la humildad y el coraje de dejarnos habitar por algunas preguntas incomodas, esas que, en el día a día, se escurren como anguilas en el agua.

Frente al nerviosismo que se respira en el ambiente, necesitamos respirar hondo. Cada vez que entra al aire en nuestros pulmones es como si nos dejáramos visitar por el Espíritu de Dios. Cada vez que lo expulsamos, estamos echando fuera la tensión y la negatividad que llevamos dentro. Este simple ejercicio fisiológico nos ayuda a comprender mejor la dinámica de nuestra vida espiritual. Respirar es, en sí mismo, un acto espiritual. Nos dejamos purificar por el Espíritu de Dios. No estaría mal encontrar algún momento a lo largo del fin de semana para salir fuera de casa (a un parque o al campo) y hacer conscientemente un ejercicio prolongado de respiración pausada, profunda, mientras pensamos que nuestra vida está siendo oxigenada por Dios.

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