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jueves, 4 de agosto de 2016

Mi querida España

En agosto de 1976 estaba yo a punto de terminar mi año de noviciado en Castro Urdiales, Cantabria. Apenas comenzado el mes, el lunes día 2, murió en accidente de tráfico, a la edad de 27 años, una cantante a la que admiraba. Tenía nueve años más que yo. Sus letras y su estilo –una especie de Joan Baez en la España tardofranquista– me cautivaron. También me inspiré en ella para algunas de mis primeras canciones juveniles. Quizá a muchos jóvenes de hoy no les diga nada. Han pasado 40 años desde su muerte. A mí, sin embargo, me parece que sigue conservando actualidad. Fue una voz libre. Había vivido en varios países (Reino Unido, Estados Unidos, Portugal, Argel y Jordania) antes de recalar en España, a la que amaba con algo más que las vísceras. Quería a su país, pero no era patriotera. Admiraba la historia, pero no cerraba los ojos a la realidad del momento.

Se llamaba Evangelina Sobredo Galanes. Sin embargo, todo el mundo la conocía por su nombre artístico: Cecilia, como la célebre composición de Simon & Garfunkel. Cecilia, en diez años de actividad musical, cosechó éxitos como Un ramito de violetas, Dama, dama, Amor de medianoche, etc. Su estilo se enriquece con melodías del folk norteamericano y con cuidadas letras en español. Yo quiero rescatar un tema titulado Mi querida España. Es obvio que la situación a la que alude no es la misma que la actual, pero hay chispazos de luz que pueden iluminar el esperpéntico momento político que estamos viviendo desde que comenzó 2016. Necesitamos voces frescas, con la fuerza de la poesía, que nos ayuden a despertarnos.

Os propongo, en primer lugar, la letra de la canción (sin la censura franquista):
Mi querida España,
esta España viva,
esta España muerta. 
De tu santa siesta
ahora te despiertan
versos de poetas.
¿Dónde están tus ojos?
¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tu cabeza? 
Mi querida España,
esta España mía,
esta España nuestra. 
Mi querida España.
Esta España nueva,
esta España vieja. 
De las alas quietas,
de las vendas negras
sobre carne abierta.
¿Quién pasó tu hambre?
¿Quién bebió tu sangre
cuando estabas seca? 
Mi querida España,
esta España mía,
esta España nuestra. 
Mi querida España,
esta España mía,
esta España nuestra.
Mi querida España,
esta España en dudas,
esta España cierta. 
Pueblo de palabras
y de piel amarga,
dulce tu promesa.
Quiero ser tu tierra,
quiero ser tu hierba
cuando yo me muera. 
Mi querida España,
esta España mía,
esta España nuestra. 
Mi querida España,
esta España mía,
esta España nuestra.
Y ahora el vídeo. En él aparece una Cecilia un poco retro, pero ayuda a entrar en el alma de la canción.


De esta canción, que ha llegado a ser una especie de himno, rescato tres preguntas que siguen siendo interpelantes:
¿Dónde están tus ojos?
¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tu cabeza?
No son retóricas. Nos ayudan a despertarnos de un peligroso letargo que consiste en dejar en manos de los políticos profesionales la marcha del país. Hemos vivido dos elecciones generales en el arco de medio año y si las cosas no cambian nos encaminamos a las terceras. ¿Cómo se puede someter a un país a este esperpento democrático? 

Y todo porque unos cuantos partidos no logran ponerse de acuerdo para garantizar la gobernabilidad. El gigante capitalista Estados Unidos y la minúscula república comunista de Cuba pueden llegar a acuerdos, pero los gallos de los cuatro partidos más votados lo consideran imposible porque “la izquierda jamás apoyará a la derecha” (o a la inversa). Vistas las cosas desde fuera (en sentido físico, pero también emocional), dan ganas de llorar. ¿Cuáles son esas diferencias insalvables? ¿La corrupción? ¡El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra! ¿La economía? ¡Todos quieren crear empleo y disminuir las desigualdades! ¿La concepción del estado? ¡Para eso existen el diálogo y la negociación! Si solo pudieran llegar a acuerdos los que piensan igual en todo, ¿qué necesidad hay de diálogo?

Confieso que este juego me resulta tan ridículo que solo advierto una verdadera razón: la defensa de los propios intereses (de liderazgo, económicos, etc.). ¿Dónde están tus ojos? Ya está bien de apelar al bien común cuando todo el mundo percibe que cada uno está asegurando su cuota de poder. ¿Dónde está tu cabeza? ¡Ojalá la legislación española previera que los que no han logrado acuerdos en unas elecciones no pudieran presentarse de nuevo a las siguientes! Otro gallo nos cantaría. No se puede someter la dinámica de un país a la incompetencia e inmadurez de su clase política.

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