Estos días, en
el contexto andino en el que me muevo, he recordado el cuento cherokee de los dos lobos. Es una
historia conocida. Una mañana el viejo cherokee
le habló a su nieto acerca de la batalla que se da en el interior de las
personas. “Hijo mío –dijo el abuelo– dentro de cada uno de nosotros se libra
una terrible batalla entre dos lobos. Uno es malvado: es ira, envidia, celos,
tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento,
soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es
bueno: es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia,
amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe”. El nieto, lleno de
curiosidad, le preguntó a su abuelo: “Abuelo, ¿y qué lobo gana?”. El viejo cherokee, exhalando con parsimonia el
humo de su pipa, respondió: “Aquél al que tú alimentes”.
Estos dos
lobos interiores andan sueltos hoy día. A nuestro alrededor vemos algunas personas
tóxicas, llenas de envidia y resentimiento. Contaminan todo cuanto tocan. Crean
ambientes irrespirables. A su lado, la vida se vuelve triste, oscura, pesada.
Pero vemos
también hombres y mujeres luminosos que, sin decir nada, inundan de luz los
ambientes. Son personas alegres, pacíficas, compasivas, esperanzadas, serenas,
humildes, auténticas, empáticas. A su lado nos sentimos bien. Potencian lo mejor
que hay en nosotros, nos contagian su positividad.
¿Por qué esta
diferencia? Por el diverso tipo de alimentación. Somos lo que comemos. Si nos
alimentamos cada día a base de cotilleos televisivos, comparaciones publicitarias,
recuerdos de experiencias negativas, rencillas… acabaremos conformando una vida
superficial, insegura y agresiva. Si, por el contrario, nos alimentamos con la
meditación, el ejercicio físico, el recuerdo de las cosas buenas que nos han
sucedido, la conversación con amigos… construiremos una vida saludable,
positiva y encantadora.
Esta es la razón
por la cual muchas personas no pueden prescindir de la Eucaristía diaria: necesitan
alimentar su “lobo bueno” para que el “lobo malo” no tome la iniciativa. Necesitan
–necesitamos– que la Palabra de Dios vaya aclarando nuestro complejo
mundo interior. Necesitan –necesitamos– que el cuerpo y la sangre de Cristo nutran nuestra
vida. La Eucaristía va transformando nuestro “lobo malo” en “lobo bueno” sin que nosotros nos demos cuenta. Las personas eucarísticas acaban siendo “comida para el mundo”. Reproducen en su vida diaria lo que celebran: la entrega sin límites. Por eso son imprescindibles. La muerte reciente del P. Jacques Hamel mientras celebraba la Eucaristía se ha convertido en símbolo de lo que significa entregar la vida.
Me ha gustado el simbolismo de los lobos.
ResponderEliminarA veces reflexionando me digo a mi mismaque cada eucaristía debería ser motivo de transformacion en mi vida. Pero no siempre es asi.