En Europa agosto
es un mes de vacaciones. Se supone que hay más tiempo para el ocio y menos para
el negocio. Más tiempo para encontrarse y menos para conectarse. Más tiempo para los amigos de carne y hueso y menos para los amigos virtuales. En la
práctica, sin embargo, las cosas no suceden siempre así. Podríamos usar las vacaciones para
encontrarnos con las personas a las que decimos querer, pero hay citas que nunca se conciertan. ¿Cuántas
veces le hemos dicho a un amigo o amiga que nos gustaría verlos, sabedores de
que probablemente ese deseo no se cumpliría? No es lo mismo decir A ver si un día quedamos que Te espero el viernes a las 8 en mi casa.
En el primer caso, expresamos un deseo genérico, a medio camino entre la
cortesía y el desinterés. En el segundo, concretamos un compromiso. Los deseos
genéricos casi nunca se cumplen. Los compromisos van tejiendo relaciones.
Cuando una
persona repite con frecuencia A ver si un
día de estos quedamos pero nunca concreta su deseo, podemos sospechar que
se trata de una expresión de afecto, pero insustancial. Estas simpatías
vaporosas resultan atractivas en un primer momento. Parecen abrir puertas y
ventanas donde solo veíamos paredes. Inventan una ficticia intimidad. Pero, a la postre, resultan
decepcionantes. Prometen lo que no van a dar. Crean expectativas irrealizables. La
frase tendría que suprimirse por etérea y, en muchos casos, por hipócrita: se anuncia
lo que no se está dispuesto a entregar. En el fondo, una actitud de este tipo
es un indicador de ese pavor que muchas personas sienten ante el compromiso. Lo
he palpado en algunas parejas de novios que no quieren oír hablar de matrimonio
porque les parece que la alianza matrimonial va a suponer una responsabilidad con
la que no quieren cargar. Prefieren vivir una permanente afectividad Peter Pan, sin darse cuenta de que el
miedo al compromiso los sume en una inmadurez frustrante. Algo parecido he
observado también en algunos candidatos a la vida religiosa o al sacerdocio.
Les gusta casi todo de estas vocaciones… excepto el hecho de tener que
comprometerse de por vida: A ver si un
día de estos me decido.
Recuerdo ahora
una frase atribuida a Teresa de Calcuta: “Dios
no me ha llamado a tener éxito sino a ser fiel”. Quizá ésta es la raíz de
todo. Acostumbrados a vivir en una cultura competitiva, en la que solo se
valora a quien triunfa, nos parece que para ser felices tenemos que cosechar
muchos éxitos, aunque eso implique ser infieles a los compromisos adquiridos. El
error es descomunal, pero se vende bien. ¿Habrá que repetir muchas veces que felicidad y fidelidad son términos intercambiables? No hay felicidad sin fidelidad a nuestra vocación más profunda. No sé por qué he aterrizado en este aeropuerto cuando, en realidad, solo quería escribir unas líneas sobre esa costumbre tan extendida de concertar citas en el aire. Quizá todo esté más conectado de lo que a simple vista parece. Por cierto, a ver si un día de estos quedamos... en El rincón de Gundisalvus.
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