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martes, 2 de agosto de 2016

Los prefijos vocacionales

Estoy en un lugar llamado Chaclacayo, a unos 40 kilómetros de Lima. En la falda de una montaña rocosa y polvorienta, sin la más mínima vegetación, se recuesta la “Casa Claret”. Es un hermoso lugar, un vergel en medio del desierto. Aquí comenzaremos hoy mismo el II Capítulo de la Provincia claretiana de Perú-Bolivia. Durante cuatro días reflexionaremos sobre el modo mejor de vivir nuestra vocación misionera. Reconozco que la palabra vocación no está de moda, pero tampoco se excluye en el lenguaje corriente. De alguien que tiene buen oído y muestra inclinación a la música solemos decir que tiene vocación musical. Es verdad que casi siempre le damos un sentido religioso (vocación cristiana, vocación sacerdotal, vocación monástica), pero eso no excluye su uso secular (vocación política, vocación artística, vocación científica). 

Entender la vida como vocación significa que nos sabemos llamados –no simplemente impelidos o inclinados– a desarrollar una misión que trasciende la mera supervivencia, que va más allá de nuestros gustos o intereses. Vocación es entender la vida en clave responsorial. Porque me sé llamado, quiero responder. El concepto se enriquece cuando a la palabra vocación le añadimos otras que, con la ayuda de algunos prefijos, sugieren significados complementarios.

  • E-vocación es la acción de traer algo a la memoria. Toda vocación supone traer a la memoria el recuerdo de lo que realmente somos: hijos e hijas de Dios. A menudo nuestra identidad más profunda se ve opacada por falsas identidades que nos comparan con los demás o que son fruto de la presión social. Cuando uno descubre su vocación en la vida, evoca, recuerda lo que realmente es.
  • In-vocación es la acción de llamar en solicitud de ayuda de manera formal o ritual. Y, más específicamente, de llamar a Dios pidiéndole que manifieste su amor hacia nosotros. No podemos descubrir nuestra verdadera vocación sin invocar el auxilio de Aquel que es el origen de nuestra vida y el dador de todo bien.
  • Con-vocación es la acción de llamar a una o más personas para que concurran a lugar o acto determinado. En realidad, toda vocación es siempre convocación porque nunca somos llamados en solitario sino como miembros de un pueblo. Ninguna misión en la vida es un asunto puramente individual. Somos miembros de un cuerpo articulado.
  • Pro-vocación es la acción de producir o causar algo y, en especial, algo que rompe con la rutina y crea novedad. Provocación es también una llamada en favor de otras personas. Cada vocación es una novedad que contribuye a humanizar el mundo, a transformarlo según el plan de Dios. Cada vocación es, en definitiva, un servicio público.
  • Ad-vocación es la denominación complementaria que se aplica al nombre de una persona divina o santa. Cuando descubrimos nuestra vocación también nosotros recibimos un nombre nuevo. Para saber quiénes somos no basta el nombre del registro civil. Nuestra advocación es siempre "hijo de Dios", porque esta es nuestra más radical vocación en la vida.

Muchas de nuestras crisis y tristezas se deben al hecho de que no vivimos la vida como una vocación sino solo como un accidente. Existimos por puro azar. Podríamos no haber nacido. ¿Quién va a disfrutar de la vida y a arriesgarla si igual que hemos venido a este mundo por azar desapareceremos un día sin dejar rastro? Solo cuando descubrimos que hemos sido creados por amor, que hemos sido llamados a la vida, encontramos sentido a todo lo que hacemos y padecemos. Pero para ello necesitamos evocar la marca de nuestra identidad (casi siempre oscurecida), invocar con humildad y confianza al Dios que nos llama, tomar conciencia de que hemos sido convocados (es decir, llamados con otros) y entender la vida como una verdadera pro-vocación (como servicio que ayuda a los demás a crecer). Casi nada.

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