Comienzo el mes
de agosto en Lima, aunque quizá sería mejor poner la palabra en plural porque hay
muchas Limas agrupadas en esa inmensa metrópoli peruana. Un día como hoy, un tipo serio como yo tendría
que escribir sobre la metafísica de las vacaciones. O sobre el impacto de la hormiga roja en nuestro estado de ánimo. O sobre la homilía
que ayer pronunció el papa Francisco en Cracovia. O sobre la amenaza que Donald
Trump supone para la inteligencia humana habida cuenta de los desmanes que ha causado en la suya. Pero no, voy a escribir de un hermoso
rincón de Lima.
Hacía años que andaba intrigado por conocer “el viejo puente, el río y la alameda” a los que alude Chabuca Granda en su famosísimo vals La flor de la canela. Ayer, en mi largo paseo por Lima, pude disfrutar de ese rincón que resultó ser, poco más o menos, como lo había imaginado. Supongo que a los puristas les encanta la manera como Chabuca Granda interpreta su vals. No tengo nada en contra, pero yo he aprendido a saborearlo en la versión contenida y elegante de María Dolores Pradera. Os dejo con ella. Alguno preferiría un poco de reggaeton o de hip-hop, pero no están los tiempos para estos excesos.
Hacía años que andaba intrigado por conocer “el viejo puente, el río y la alameda” a los que alude Chabuca Granda en su famosísimo vals La flor de la canela. Ayer, en mi largo paseo por Lima, pude disfrutar de ese rincón que resultó ser, poco más o menos, como lo había imaginado. Supongo que a los puristas les encanta la manera como Chabuca Granda interpreta su vals. No tengo nada en contra, pero yo he aprendido a saborearlo en la versión contenida y elegante de María Dolores Pradera. Os dejo con ella. Alguno preferiría un poco de reggaeton o de hip-hop, pero no están los tiempos para estos excesos.
De Lima podría contar muchísimas otras cosas, lo que pasa es que este blog no es la web de una agencia de viajes. Pasear por la Plaza Mayor (la antigua Plaza de Armas) a las siete de la tarde, alumbrado por farolas altas y discretas, con una temperatura en torno a los 20 grados, es uno de esos placeres que los dioses reservan a ciertos privilegiados. Del convento de los Franciscos es mejor no hablar. Su desmesura arquitectónica y artística exigiría parecida desmesura verbal. Y agosto –ya se sabe– es un mes rico en sensaciones pero parco en palabras. A domani.
Gracias por compartir un poco de Lima y por el enlace con la homilia del Papa, no has hablado de ella, pero has hecho posible que nos "encontremos" con ella.
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