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domingo, 9 de marzo de 2025

Creer es inútil

 

No hay desierto más vasto y peligroso que la propia conciencia. Ese es el verdadero desierto en el que Jesús se vio sometido a prueba a lo largo de toda su vida, desde el comienzo de su misión hasta su muerte. Y ese es también el desierto en el que cada uno de nosotros tenemos que librar la batalla de la autenticidad. La Palabra de Dios de este Primer Domingo de Cuaresma nos ayuda a afrontar esta dinámica humana desde la experiencia vivida por Jesús. Como el antiguo pueblo de Israel estuvo 40 días peregrinando por el desierto, así también Jesús pasa 40 simbólicos días en su particular desierto. La diferencia sustancial es que, mientras el pueblo sucumbió a numerosas tentaciones (incluida la idolatría), Jesús se mantiene firme y acrisola el verdadero sentido de su identidad divina y su misión liberadora. 

También él, en su humanidad frágil, experimenta la tentación de ser un mesías eficaz, poderoso y admirado, pero se resiste a ella movido por la fuerza del Espíritu y guiado por la Palabra de Dios. Lucas pone en labios de Jesús tres versículos de la Escritura que exorcizan el poder del maligno. Ese poder insidioso no se manifiesta solo al comienzo de la misión de Jesús para desfigurarla por completo, sino que lo acompaña hasta el momento final. No en vano, el relato de Lucas que leemos en el evangelio de hoy concluye así: “Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión” (Lc 4,13). Por eso, Jesús debe alimentarse continuamente de la Palabra de Dios para no dejarse embaucar por la continua palabra seductora del diablo.


Sin tentaciones, sin pruebas, no sabemos cuál es el peso y el valor de nuestra fe. Podemos confundirla con nuestros deseos o sueños. Hoy vivimos en un contexto en el que las tentaciones revisten formas muy sutiles, pero todas emparentan con las tres grandes tentaciones de Jesús. Quizá la más fastidiosa es la que tiene que ver con la inutilidad de la fe. ¿Para qué sirve creer en Dios? ¿Es muy distinta la vida de los que creen de la de quienes no creen? ¿Nos ayuda en verdad la fe a ser más felices, a resolver los problemas familiares, a encontrar un trabajo digno y a superar un cáncer? ¿Se puede lograr a base de oración la paz en Ucrania o la salud del papa Francisco? Desde un punto de vista pragmático, la fe es perfectamente inútil. 

Entonces, ¿cuál es su verdadero sentido? La respuesta se la da Jesús al maligno en el desierto de su conciencia: “No solo de pan vive el hombre”. En la versión de Mateo que leemos en el ciclo A, se añade “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Es verdad que como seres humanos necesitamos “pan” (es decir, alimento, refugio, trabajo, etc.), pero la necesidad más profunda es la de encontrar un sentido a nuestra vida. Este no nos lo brinda la ciencia o la técnica. Solo Dios puede dar sentido a la obra de sus manos.

viernes, 7 de marzo de 2025

Ni un solo día sin la Palabra


Llueve con generosidad. Las ventanas de mi despacho se llenan de gotitas que resbalan por los cristales. Tendría que bajar las persianas, pero prefiero dejarlas subidas para no quedarme en penumbra. Los alcorques de los árboles de mi calle no pueden retener ya más agua. El invierno se está despidiendo con lágrimas. 

Nos viene bien esta humedad en una zona siempre amenazada de sequía. Las previsiones es que las lluvias se prolonguen varios días. Luego, en cuanto vuelva el sol, empezarán a brotar los árboles. Los primerizos (ciruelos y almendros) ya lo han hecho. La primavera está cerca.


Creo que con la Palabra de Dios sucede algo parecido. El profeta Isaías se sirve de la imagen del agua: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, | y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, | de fecundarla y hacerla germinar, | para que dé semilla al sembrador | y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: | no volverá a mí vacía, | sino que cumplirá mi deseo | y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,10-11). La Palabra de Dios es como lluvia suave que desciende sobre nuestro terreno personal. A menudo tenemos la impresión de que nos resbala. Hay frases que no entendemos y otras nos suenan demasiado repetitivas. 

Sabemos de memoria dichos que la tradición nos ha transmitido y que hemos incorporado a nuestro vocabulario como si fueran refranes populares: “En el mucho hablar no faltará pecado” (Prov 10,19), “Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo 6,14); “La palabra de Dios permanece para siempre” (Is 40,8); “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6,21); “El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41); “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34); “Donde está el Espíritu, allí está la libertad” (2 Cor 3,17)… y muchas otras.


Sin que nos demos cuenta, como semilla que va germinando en la noche, la Palabra de Dios nos va trabajando por dentro, va creando como un fondo de inversión que en el momento oportuno nos produce beneficios. Cuando uno se ha ido alimentado de la Palabra de Dios, esta viene en nuestra ayuda en cualquier situación de la vida. Si nos sentimos confundidos, en medio de una situación oscura, recordamos que “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré?” (Sal 26,1). Si nos vemos rodeados por dificultades que parecen insuperables, también la Palabra viene en nuestra ayuda: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,35). Cuando el miedo nos agarrota, sentimos dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: “No os asustéis” (Mc 16,6). 

No es que la Palabra de Dios sea como una especie de farmacia espiritual en la que podemos encontrar medicamentos específicos o genéricos para cada dolencia humana. Se trata de algo más profundo. Cuando nos alimentamos regularmente de ella, se convierte en carne de nuestra carne, nos ayuda a explorar nuestro mundo interior, poner nombre a lo que nos pasa y abrirnos a la fuerza misteriosa de la gracia. Por eso, la vida espiritual de quienes se alimentan de la Palabra de Dios tiene otro color. Nulla dies sine Verbum.

jueves, 6 de marzo de 2025

Cargar con la cruz


No hace falta inventarse cruces. Nuestros días están salpicados de pequeñas, medianas y a veces grandes cruces. También en este terreno existen tallas S, M, L, XL e incluso XXL. Pequeñas cruces son un malentendido que nos deja un sabor amargo, una palabra hiriente, una persona pesada con la que tenemos que convivir, un trabajo que no nos gusta hacer y que vamos procrastinando, etc. 

Cruces más grandes son una enfermedad sobrevenida (propia o de alguna persona cercana), un problema económico para el que no encontramos salida, un desprecio que nos congela el alma, etc. Las cruces XL o XXL casi siempre tienen que ver con asuntos afectivos o espirituales. No tener una razón de peso para levantarnos cada día es una cruz pesadísima que puede desembocar en una depresión. Conocer, al menos de manera aproximada, la geografía de nuestras cruces puede ayudarnos a no sucumbir bajo su peso.


En el evangelio de hoy Jesús nos dice con claridad: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,24). Cargar con la cruz significa no huir de las situaciones que nos pesan, sino mirarlas de frente y aceptarlas. Más aún, experimentar que Jesús las carga con nosotros, de manera que incluso las más pesadas acaban siendo llevaderas. 

Eso no significa que en algunos momentos no podamos pedir que, si es posible, Dios aparte de nosotros algunas cruces insoportables (como Jesús pidió al Padre que alejara de él el cáliz amargo de la pasión), pero, en todo caso, el final siempre es un ejercicio de confiada rendición: “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”.


Seguir a Jesús no es un camino de rosas. Seguramente lo hemos experimentado ya muchas veces a lo largo de la vida. Quien quiere vivir desde el amor debe enfrentarse cada día a las trampas del egoísmo. También en este punto Jesús es muy claro: “el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,25). Salvar y perder son dos verbos que admiten muchas interpretaciones. 

El ansia de “salvar la vida” puede significar el deseo de preservar siempre nuestros intereses, de hacer siempre nuestra voluntad, caiga quien caiga. Quien asume esta dinámica en su vida debe saber -Jesús nos lo asegura- que, aunque consiga algunas victorias parciales, acabará arruinando su vida porque no se puede construir nada sólido y duradero sobre la base del egoísmo. Quien, por el contrario, hace del amor su opción fundamental, es probable que experimente muchos reveses, incomprensiones y sinsabores, pero sabe -con esa certeza que nos da el Espíritu Santo- que quien ama nunca se equivoca porque “el amor no pasa nunca” (1 Cor 13,8).

¡Qué lástima que esta sabiduría cristiana, experimentada por miles de hombres y mujeres a lo largo de la historia, no nos ayude a vivir el presente con más sensatez, clarividencia y esperanza! A pesar de que no mirar de frente las cruces de nuestra vida nos zambulle en un mar de confusión y negatividad, preferimos ese riesgo al esfuerzo humilde por cargar su peso y, unidos a la cruz de Jesús, vivirlo como una expresión de amor y salvación.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Menos selfis y más corazón


Del 5 de marzo al 20 de abril hay un largo trecho. Mientras los cristianos recorremos el camino de la Cuaresma, seguirán sucediendo muchas cosas en nuestro mundo. No sabemos cómo evolucionará la salud del papa Francisco durante este tiempo. No sabemos si llegará la paz a Ucrania y en qué condiciones. No sabemos si Donald Trump habrá dado pasos para comprar Groenlandia, anexionarse Canadá y convertir la franja de Gaza en una zona turística. No sabemos si el gobierno de España seguirá haciendo más concesiones para mantenerse en el poder. 

La incertidumbre propia de la vida humana se hace más evidente en estos tiempos confusos y acelerados. Lo que sí sabemos es que la Palabra de Dios seguirá viva, ofreciéndonos cada día la luz que necesitamos para no dar un traspiés. La primera invitación que se nos hace en este tiempo de Cuaresma es precisamente a escuchar la Palabra: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón” (Sal 94,7).


Como todos los años, en Publicaciones Claretianas hemos editado un librito para acompañar la meditación diaria de las lecturas del tiempo de Cuaresma. Siguiendo el método de la lectio divina, el librito, escrito por Pablo Largo, nos ofrece algunas pautas para leer el texto (lectio), meditarlo (meditatio), orar con él (oratio) y traducirlo en nuestra vida cotidiana (actio). Tiene su sentido abstenerse de comer carne y practicar otro tipo de ayuno, pero es más importante adiestrarnos en la meditación de la Palabra de Dios. Esta sigue siendo una asignatura pendiente del catolicismo español. 

Son pocas las personas que han incorporado a sus prácticas espirituales la lectura asidua de la Biblia y la formación bíblica (a poder ser en comunidad) para que no se les caiga la Biblia de las manos. Me sorprendió leer ayer el testimonio de conversión de Larry Sanger, uno de los fundadores de Wikipedia. A medida que iba pasando del ateísmo y luego del agnosticismo a la fe cristiana, fue viendo la necesidad de acercarse a la Biblia y de estudiarla en serio. La Palabra de Dios nunca nos deja indiferentes.


Las lecturas de este Miércoles de Ceniza nos invitan, sobre todo, a la autenticidad y a la discreción. Jesús critica una religiosidad volcada a la apariencia, privada de motivaciones interiores. Si en toda época tienen sentido las palabras de Jesús, en la nuestra -caracterizada por el predominio de la forma sobre el fondo- adquieren una actualidad desconcertante. La vida real no es FacebookInstagram o Tik-Tok. No estamos obligados a maquillarnos, usar filtros y ofrecer una imagen tuneada para recibir la aprobación de los demás. Estamos obligados a ser nosotros mismos, a vencer la tentación de la hipocresía con la fuerza de la autenticidad. De lo contrario, el ayuno, la oración y la abstinencia no son más que conductas de personas narcisistas que buscan que Dios pulse un like en la aplicación de sus vidas para sentirse a gusto consigo mismas. 

La invitación de Jesús no es vaporosa, se centra en cosas concretas: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (cuando hagas limosna), “entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora al Padre” (cuando ores), “perfúmate la cabeza y lávate la cara” (cuando ayunes). En otras palabras, frente a la tentación de practicar una religiosidad de cara a la galería (con un teléfono móvil documentando todo lo que hacemos), Jesús nos pide actuar desde el corazón para que solo Dios vea lo que somos y hacemos. El cambio es radical.

lunes, 3 de marzo de 2025

Cambio de era


Oigo las declaraciones de un historiador que asegura que hacia 2050 llegaremos al final de la era industrial y se abrirá paso la era digital que lleva gestándose desde hace décadas. Considera que estos cambios de era se producen cada 250 años aproximadamente. Esta opinión me recuerda la tesis del británico John Glubb, que también consideraba que la duración media de los imperios que han existido a lo largo de la historia era de unos 250 años. 

Es arriesgado convertir estas opiniones en una especie de teoría de la historia, pero no cabe duda de que el modo de vida “moderno” (nacido tras la revolución francesa y la revolución industrial a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX) se está desintegrando mientras se abre paso otro regulado por la inteligencia artificial. Como ha sucedido en otros cambios de ciclo histórico, en las etapas de transición no se acierta a distinguir el bien del mal, los grandes ideales menguan y se impone una suerte de “sálvese quien pueda” en medio de la incertidumbre respecto del futuro.

El panorama no parece muy alentador, sobre todo para quienes hoy son niños y jóvenes. Lo más fácil -pero también lo más ineficaz- es abandonarse a sentimientos de derrota y pesimismo. No merece la pena llorar por un modelo de vida que está desapareciendo, por más que haya sido el nuestro durante una buena parte de nuestra existencia. Hay que concentrar las energías en fecundar el que está emergiendo. 

La fe cristiana tiene la capacidad de mantenerse lozana en diferentes moldes culturales. Logrará también iluminar con la luz del Evangelio la era digital. Para ello, es necesario recrear la experiencia original, no darla por supuesta. Esta ha sido la gran prioridad del papa Francisco desde el comienzo de su pontificado. Los cristianos necesitamos redescubrir “la alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium). Sin ella, no podremos vivir como hermanos (Fratelli tutti), ni sabremos cuidar de la casa común (Laudato Si’).

sábado, 1 de marzo de 2025

Entre líderes anda el juego


Desde mi cuarto oigo el murmullo del arroyo que discurre por la garganta de la Luz a pocos metros de la casa donde paso este fin de semana. Los naranjos están repletos de frutos. Los famosos cerezos del valle del Jerte todavía no han florecido. Solo algunos ciruelos y almendros exhiben ya florecillas blanquivioletas. Ha llovido durante la noche. El cielo sigue encapotado. La temperatura es suave. 

Estoy animando unas jornadas de formación permanente con las Hermanas Josefinas de la Santísima Trinidad en la casa de espiritualidad que tienen en Cabezuela del Valle, una población extremeña de poco más de 2.000 habitantes. Hasta este rincón perdido en la montaña me llegan las noticias del empeoramiento de la salud del papa Francisco. Sigue la montaña rusa. Mientras, la Iglesia está en oración. También aquí hemos orado en laudes por su pronta recuperación.


Si hay alguna noticia que abre los periódicos de todo el mundo es la bronca que Trump le propinó ayer a Zelenski en el despacho oval de la Casa Blanca ante las cámaras de televisión. Esa actitud imperialista y bravucona no se puede permitir. Aunque en algún punto pueda llevar razón, demuestra que Estados Unidos y Rusia han llegado ya a un acuerdo a expensas de Ucrania (de parte de su territorio y de sus recursos naturales) y quieren legitimar esa defensa de sus intereses como si fuera un avance hacia la paz. El argumentario no puede ser más retorcido y diabólico. Y encima el señor de pelo naranja culpa al presidente ucraniano de estar “jugando/apostando (eso es lo que significa el verbo usado, to gamble) con la Tercera Guerra Mundial”. Ver para creer.


Donald Trump dice que reza por la salud del papa Francisco. Está bien. Pero tiene que saber que el papa Francisco es uno de los pocos líderes mundiales que se ha atrevido a cantarle las cuarenta. Algunos se preguntan que por qué no hace lo mismo con los dictadores de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Se me escapan las verdaderas razones, pero es probable que crea más eficaz una estrategia que no repercuta negativamente sobre sus respectivos pueblos y sobre la Iglesia de esos países. 

En cualquier caso, me temo que estamos ante un neoimperalismo en el que Estados Unidos, China y Rusia quieren repartirse el control del mundo. Otra vez jugando a ser diosecillos y, por tanto, poniendo las bases de un previsible desastre mundial.