He titulado la entrada de hoy con una frase que me mandó un amigo mío colombiano por Whatsapp hace un par de días. Es un abogado de 48 años. Cuando lo conocí era un joven novicio claretiano. Durante mi visita a la zona del Chocó, él y otro compañero suyo me acompañaron durante la semana que pasé en la selva chocoana viviendo con la tribu de los emberá. La experiencia fue fascinante. Mientras la vivía, tuve la impresión de que nunca más repetiría algo parecido. Navegamos por varios afluentes del Atrato en frágiles botes de madera, caminamos jornadas interminables con nuestras mochilas cargadas por una selva intrincada en la que parecía que nos faltaba el oxígeno.
Dormimos en los tambos cónicos de los indígenas, bebimos la chicha de sus fiestas en escudillas de coco sin llegar a emborracharnos como ellos y nos bañamos por la tarde en los ríos caudalosos. Creo que nunca he saboreado tanto una piña tropical como cuando, tras una caminata interminable, llegamos a una aldea exhaustos y hambrientos. A lo largo de aquella semana inolvidable, tuvimos conversaciones muy íntimas. Mi amigo me confesó sus inclinaciones políticas (claramente escoradas a la izquierda) y su combate de la fe.
A lo largo de estos años su trayectoria vital ha sufrido fuertes altibajos. Ahora goza de estabilidad laboral y afectiva. Hacía meses que no nos comunicábamos. Quizá por eso me ha sorprendido más su frase: “Cada vez tengo más fe en Dios”. A veces, tenemos que atravesar un largo desierto de dudas, preguntas y crisis para llegar a la tierra prometida de una fe serena. Dios no tiene prisa. Cada uno de nosotros seguimos itinerarios distintos.
A medida que nos hacemos mayores y percibimos con más hondura el misterio de la existencia, intuimos que somos sostenidos por un Amor que es origen y meta de todo cuanto existe. Curados de nuestro orgullo, escarmentados por muchas experiencias dolorosas, nos abrimos humildemente a la gracia. A veces, esta apertura está provocada por un destello de luz en medio del claroscuro de nuestra vida, pero, por lo general, se va dando poco a poco, sin estridencias, como una espiga de trigo que va creciendo con serenidad.
Hemos acentuado tanto que vivimos tiempos de secularización, escuchamos a menudo el testimonio de personas famosas que dicen no creer en Dios, que, sin darnos cuenta, hemos interiorizado que la fe es algo raro, casi impropio de personas que han desarrollado una gran capacidad crítica y que presumen de no comulgar con ruedas de molino. Pero, en realidad, solo una pequeña parte del mundo occidental entiende así la vida. La mayor parte de los seres humanos, tanto en el pasado como en el presente, han creído en Dios de múltiples maneras.
Sería muy presuntuoso por nuestra parte considerar que todos ellos eran poco inteligentes o que no tenían la capacidad crítica que tenemos nosotros. En realidad, tenían una capacidad de admiración y de alabanza que hemos perdido en buena medida en las sociedades técnica y económicamente desarrolladas. Por eso, es un milagro encontrar a alguien que, tras un periplo vital complejo, confiesa con humildad: “Cada vez tengo más fe en Dios”. Estoy seguro de que mi amigo no es el único que se atreve a hacer esta confesión.
Hoy, solo leer el título, provoca una fuerte movida en mi interior.
ResponderEliminarA medida que vamos entrando en edad, que pasamos por experiencias difíciles, nos lleva a poder decir que “creemos más en Dios” y sobre todo cuando podemos experimentar que, como bien dices, “intuimos que somos sostenidos por un Amor que es origen y meta de todo cuanto existe”.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a profundizar en este tema y por compartir tu experiencia del Chocó que me ha llevado a revivir experiencias con nombres...