Mayo ha comenzado con rasgos de marzo. Sigue haciendo frío. Llueve o graniza a rachas. El campo está más que verde. Recuerdo que ayer fue el Día Internacional de los Trabajadores. Conmemoramos también a san José obrero. Cuando se instituyó la fiesta estaban en auge los movimientos obreros. Hoy vivimos otra situación. Las leyes tutelan muchos derechos de los trabajadores. En principio, no se dan los abusos de hace cien años, pero hay nuevas formas de precariedad, temporalidad excesiva, explotación y acoso. Sigue habiendo muchas personas en paro y, al mismo tiempo, muchos trabajos sin cubrir. ¿Qué está pasando en el mercado laboral? Escucho un doble discurso. Algunos empresarios y dadores de trabajo razonan así: “Los jóvenes quieren empezar ganando lo mismo que los que llevamos treinta años. Por otra parte, han aprendido a vivir de subvenciones. Con lo conseguido por vía legal, un poco de dinero negro y el apoyo de sus padres, tienen para ir tirando. Por eso, no se molestan en buscar trabajo”.
Muchos de los que no tienen trabajo contrargumentan: “Lo único que ofrecen son trabajos precarios (en realidad, suelen usar otra expresión), duros y mal pagados”. Es probable que la verdad se sitúe en un punto medio. En cualquier caso, una sociedad que tenga tasas de paro tan altas como las que sigue teniendo oficialmente España, no puede aspirar a la paz social.
Ayer, mientras iba conduciendo, oí en una emisora de radio que uno de cada tres niños aspira a ser influencer o creador de contenido en internet. Se ve que les atrae mucho tener seguidores y embolsarse muchos miles de euros. De hecho, la nueva regulación que aprobó el consejo de ministros el pasado martes considera que para ser influencer, en sentido estricto, uno debe tener al menos un millón de seguidores en una red (o más de dos, sumando varias) y ganar más de 300.000 euros al año. Es evidente que no satisfago ninguna de las dos condiciones, así que el título de influencer se lo dejo a mi amigo Heriberto García Arias, aunque tampoco él cumple ni de lejos la segunda condición.
Más allá de esta anécdota, lo que se percibe es que hay un abismo entre las necesidades sociales, las ofertas laborales y los itinerarios formativos. Las piezas del puzle van encajando a base de empujones y en muchos casos de una buena dosis de sufrimiento. Cuando uno tiene la vida asegurada (fruto de la herencia familiar, del propio trabajo o de la fortuna), no siempre se hace cargo del drama que sufren muchas familias que no consiguen satisfacer sus necesidades mínimas (vivienda, alimentación, educación) con lo que ganan. Sé que no existe una varita mágica para resolver este problema, pero tampoco veo un interés mancomunado entre políticos, empresarios, sindicatos y medios de comunicación para afrontarlo con rigor. Mientras, el deterioro de muchas personas sigue su curso. El trabajo no solo es un modo de conseguir recursos para vivir (o en algunos casos sobrevivir), sino, ante todo, una forma de realización personal y de construcción social. Es, en otras palabras, una fuente de dignidad.
Para completar el cuadro, habría que añadir que entre los trabadores no siempre se da la competencia, responsabilidad y dedicación que serían exigibles. De hecho, hay un verbo muy español que se conjuga a menudo en el ámbito laboral: “escaquearse”. La RAE lo define como “eludir una tarea u obligación en común”. No es fácil encontrar personas que cumplan sus obligaciones a cabalidad. Los curricula que aparecen en los papeles no siempre se corresponden con las capacidades reales. Por otra parte, para realizar bien un trabajo no solo se requieren habilidades “duras” (es decir, capacidades técnicas), sino también habilidades “blandas” (empatía, capacidad de trabajo en equipo y de relacionarse con los compañeros, gestión de conflictos, etc.).
Si el pobre san José levantara la cabeza, estoy seguro de que preferiría volver a su humilde taller nazareno antes que trabajar en alguna oficina de cuello blanco o en una fábrica robotizada. A lo mejor, hasta le apetecía convertirse en influencer, el sueño de tantos nativos digitales. De hecho, lo es, sin saber una palabra de informática. San José de Nazaret, ruega por nosotros.
El tema del trabajo está problemático en todos los aspectos, tanto por lo que corresponde a los empresarios como por los trabajadores. Falta mucha formación para el trabajo laboral y formación de calidad.
ResponderEliminarSí, que san José ruegue por nosotros, para que sepamos valorar que el trabajo nos dignifica.
Gracias Gonzalo. Las fotos preciosas.