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domingo, 11 de febrero de 2024

Airado y compadecido


Tras once horas de vuelo nocturno desde Los Ángeles, llegué ayer a Madrid a primera hora de la tarde. Celebro este VI Domingo del Tiempo Ordinario con mi comunidad. El Evangelio narra la curación de un leproso por parte de Jesús. Parece un relato sencillo de milagro, pero -como sucede siempre con la Palabra de Dios- hay muchos tesoros escondidos. Lo que en esta ocasión me llama más la atención, si nos atenemos al texto original más que a las traducciones, es que Jesús reacciona con indignación y compasión. 

Le parece indigno que un hijo de Dios sea excluido de la comunidad por la aplicación inmisericorde de las normas del Levítico (primera lectura). No puede entender que una cuestión de salud (la prevención del contagio) se convierta en una cuestión religiosa (la impureza ante Dios). El Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos, no discrimina a ninguno de sus hijos. Jesús no oculta sus sentimientos. Expresa con claridad su indignación ante el comportamiento de las autoridades judías y seguramente de una buena parte de la población.


La segunda reacción es la compasión, que es la que mejor expresa la actitud de Dios. Cuando el leproso le ruega que, si quiere, lo limpie, Jesús responde con una palabra eficaz: “Quiero, queda limpio”. Ese “quiero” indica su voluntad y su autoridad. El efecto no es solo la curación de la lepra, sino la reintegración del leproso en la comunidad de la que había sido excluido en estricta aplicación de las normas del Levítico. 

La obligación de presentarse ante el sacerdote no obedece solo a un cumplimiento legal. Es una forma profética de denuncia. De esta manera, las autoridades pueden tomar conciencia de su actitud discriminatoria y tal vez cambiar. Pero para cambiar su conducta necesitan cambiar primero su imagen de Dios. En el fondo, excluyen a los leprosos para ser fieles a las prescripciones de la ley. Jesús las desborda porque primero ha desbordado la estrecha imagen de Dios que tiene su pueblo. No es extraño que, a la luz de la actuación de Jesús, “acudieran a él de das partes”.


Leer estos relatos del pasado suele producir en nosotros reacciones de admiración y sintonía hacia la forma de proceder de Jesús. Los problemas vienen cuando nosotros tenemos que reaccionar ante las discriminaciones del presente. ¿Nos indigna lo que hoy está sucediendo con las personas discriminadas a causa de su raza, su religión, su extracción social, su sexo, su estatuto ante la ley, etc.? ¿Somos capaces de denunciar las situaciones de injusticia que claman al cielo o las aceptamos como un mal menor para que no alteren demasiado nuestra tranquilidad y el orden establecido?

Ante las personas que hoy (no en tiempos de Jesús) son discriminadas, ¿sentimos compasión y estamos dispuestos (“queremos”) ayudarlas o, más bien, miramos para otro lado invocando el argumento de que “algo habrán hecho mal para encontrarse donde se encuentran”? 

Este año, Manos Unidas -cuyo día celebramos hoy- nos recuerda que “entre 3.300 y 3.600 millones de personas —cerca de la mitad de la población mundial— viven en contextos altamente vulnerables a la inestabilidad climática”. Esta organización es un claro ejemplo que, cuando “queremos” de verdad, se pueden hacer muchas cosas en favor de los más necesitados. Lleva 65 años demostrándolo.

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