Me han llamado la atención unas palabras de san Bernardo que he leído esta mañana en el Oficio de lecturas. Están tomadas de uno de sus numerosos sermones. Dicen así: “Lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su sabiduría) edificar al prójimo”. Por desgracia, este orden “bernardino” no suele coincidir con el que solemos usar muchos de nosotros. A menudo comenzamos por el final. Aleccionamos a los demás antes de alabar a Dios y de acusarnos a nosotros mismos.
Este “desorden” es frecuente en nuestras relaciones. Siempre se nos ocurre algo que decir a los demás para que se corrijan y cambien. Nos resulta fácil caer en la cuenta de sus defectos. Algo parecido sucede en el orden social. Todos hablamos de lo que tendrían que hacer los políticos, los empresarios o los periodistas. Aunque no seamos expertos en nada, tenemos soluciones para todo. Nos permitimos opinar con ligereza de lo divino y de lo humano, conscientes de que hablar sale gratis.
¿Qué pasaría si, en vez de seguir nuestro orden, siguiéramos el orden que propone san Bernardo? Según él, “lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo”. Si no nos gusta mucho el verbo “acusarse”, podemos utilizar otros más suaves como examinarse, caer en la cuenta, etc. No se trata de jugar con las palabras, sino de comprender que no podemos pretender cambiar a los demás si antes no hacemos un esfuerzo por cambiarnos a nosotros mismos.
Este cambio exige que nos conozcamos bien, que pongamos nombre a nuestras cualidades y a nuestros defectos, a nuestras fortalezas y a nuestras debilidades, a nuestros fundamentos y a nuestras inconsistencias. Este autoconocimiento nos permitirá comprender mejor a los demás, no erigirnos en jueces y, sobre todo, ser humildes. El conocimiento y la aceptación de nuestras limitaciones y pecados nos cura del orgullo y nos abre a la misericordia de Dios.
Ensalzar a Dios es -según san Bernardo- la segunda cosa que hace toda persona justa. Implica reconocer su omnipotencia y amor, adorarlo como origen y meta de nuestra existencia. Solo después de habernos reconocido limitados y pecadores y de haber ensalzado a Dios, podemos atrevernos a “edificar al prójimo”.
Quizá sin ser conscientes de este “orden bernardino”, las personas sensatas se atienen a él. Por eso, aunque hablen poco, son más transformadoras que las que siempre tienen algo que decir, pero poco que hacer.
Estos criterios nos ayudan mucho a no dejarnos engañar en la vida por los charlatanes de turno y, sobre todo, a esforzarnos por trabajar en nosotros el cambio que queremos para los demás, para la Iglesia y para la sociedad. Si no somos capaces de conocernos y progresar, ¿cómo podemos pretender que los demás lo hagan?
Buen preámbulo, el que nos presentas para esta Cuaresma: Examinar nuestras vidas, para que sea posible un cambio. Adorar a Dios como origen y meta de nuestra existencia. Esforzarnos por trabajar en nosotros el cambio que queremos para los demás…
ResponderEliminarGracias Gonzalo por ayudarnos a comprender las lecturas, digerirlas y hacerlas vida.